La maldici¨®n de la palabra
No es la primera vez que en este oficio me veo sometido a la obligatoriedad de escribir sobre algo que no existe del todo. Ejemplos sobran en la historia donde las obras se multiplican (Proust), dividen (Borges), interrumpen (Faulkner), cortan (Musil) o recortan (Gide), se siguen (Balzac) y se persiguen (Cervantes), y al final nunca sabremos si lo editado es lo que su autor hab¨ªa previsto. De todas formas, los modos y maneras de su publicaci¨®n no deben influir ni en su entidad ni en su estimaci¨®n. Adoro abordar la lectura y el estudio de una obra in medias res por dos razones: por un lado carga la lectura de suspense, lo que la enriquece; por otro me devuelve a la extra?a sensaci¨®n de atravesar l¨ªmites que superan los de una obra concreta, como si la obra de arte verdadera tendiera siempre -cuando es buena- hacia lo ilimitado. En todo caso, cuando Javier Mar¨ªas nos propone esta su d¨¦cima novela -si conservamos como tal la tercera, El monarca del tiempo-, empezando s¨®lo por la primera y sin fecha para la aparici¨®n de la segunda, no dejo de sentirme estimulado por la apuesta.
TU ROSTRO MA?ANA, I (FIEBRE Y LANZA)
Javier Mar¨ªas Alfaguara. Madrid, 2002 480 p¨¢ginas. 19,01 euros
En esta ocasi¨®n, el plan est¨¢ previsto de antemano y del rigor y minucia del escritor cabe esperarlo todo, incluso que lo cumpla. Pues no creo que Cervantes hubiera previsto el Quijote en las dos partes que al final nos leg¨®. S¨®lo dos nuevos datos tras la publicaci¨®n de la primera parte le empujaron a escribir la segunda, que apareci¨® dos lustros despu¨¦s: la buena acogida del p¨²blico y la versi¨®n ap¨®crifa de Avellaneda para poner los puntos sobre las ¨ªes y as¨ª perfeccionarla todav¨ªa m¨¢s. El caso de Proust fue al rev¨¦s: ten¨ªa previsto En busca del tiempo perdido en dos vol¨²menes. Public¨® una primera parte, luego vino la guerra, todo se detuvo durante un lustro, cambi¨® de editorial, y sigui¨® escribiendo mientras se reorganizaba la publicaci¨®n, con lo que los tomos se fueron multiplicando para desembocar en un texto para siempre inacabado.
Pero, ?qu¨¦ han venido a hacer aqu¨ª Cervantes y Proust? Pues porque siento a estos autores muy cercanos al esp¨ªritu de Javier Mar¨ªas, lo que no deja de ser de mi parte el mejor de los elogios. En el caso de Cervantes, el acercamiento de Mar¨ªas es a trav¨¦s del de su tan cacareada angloman¨ªa, Inglaterra fue el pa¨ªs que antes y mejor se acerc¨® al Quijote, a su manera, claro est¨¢, y el autor de Coraz¨®n tan blanco tiene el suyo compartido entre su pasi¨®n por Shakespeare y la tentaci¨®n de la parodia cervantina, aunque vista desde el ¨¢ngulo brit¨¢nico, fascinado por la relaci¨®n entre lo ficticio y lo real, y por ese esp¨ªritu par¨®dico que ha estallado en sus manos con la creaci¨®n del Reino de Redonda y su biblioteca. Y en el caso de Proust, m¨¢s secreto al parecer -pero tan seguro como en su amigo y modelo Juan Benet-, es la ambici¨®n totalitaria ( en el buen sentido) de su prosa lo que les acerca, siendo la de Proust m¨¢s deslumbrante y formalista, pero la de Mar¨ªas no menos compleja y parad¨®jica, pues tambi¨¦n se plantea como un torrente verbal que intenta acarrearlo todo, el derecho y el rev¨¦s con todas las sospechas a la espalda.
Confieso mi debilidad por
Coraz¨®n tan blanco (1992) -lanzada entre nosotros por el Premio de la Cr¨ªtica y por Reich-Ranicki en Alemania- pues fue en ella donde Mar¨ªas empez¨® a desarrollar en serio las ra¨ªces de su desolaci¨®n, proclamando la necesidad del secreto, de la negaci¨®n y hasta de la traici¨®n para que el mundo siga siendo un lugar habitable y medio civilizado, lo siento. Aunque fuera cuatro a?os antes, con Todas las almas (Premio Ciudad de Barcelona), en la que narraba sus experiencias como profesor en Oxford en un h¨¢bil juego entre ficci¨®n y realidad, donde Mar¨ªas hab¨ªa encontrado ya la m¨¢s fecunda de sus inspiraciones, que a trav¨¦s de algunos cuentos, el hallazgo del Reino de Redonda y sus deliberadas interferencias entre lo real y lo imaginario en Negra espalda del tiempo (con la mezcla inextricable entre autor y narrador), llega hasta nuestros d¨ªas, hasta esta primera mitad de Tu rostro ma?ana I (Fiebre y lanza), donde este juego quijotesco de ficci¨®n y realidad se reabsorbe a trav¨¦s de una aventura basada en el odio a (o el rechazo de) lo m¨¢s necesario de todo: las palabras, esas malditas palabras que nos hacen vivir y nos destruyen a la vez.
Y as¨ª lo declara para empezar: 'No deber¨ªa uno contar nunca nada, ni dar datos, ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jam¨¢s han existido ni pisado la tierra ni cruzado el mundo, o que s¨ª pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido'. Y tras esta obertura que es a la vez negaci¨®n, l¨ªtote o contradicci¨®n de la novela misma que aqu¨ª empieza, todo se convierte en una palinodia irremediable y al rev¨¦s: el Javier Mar¨ªas autor da un paso m¨¢s all¨¢ al proclamarse narrador y espectador de su propia historia, convertida as¨ª en una sucesi¨®n de traiciones y cr¨ªmenes tanto m¨¢s cruentos cuanto que no todos derramaron sangre (pues da igual) entre historias de la guerra civil -Orwell, Simone Weil, Andr¨¦u Nin- y personales de su propia familia en la posguerra (la de Mar¨ªas, aqu¨ª convertido en Jacques o Jaime, o Santiago, o James, o Jacobo, hasta un inveros¨ªmil Jack, todo vale, incluso bajo el apellido Deza, separado de su pa¨ªs, de su esposa e hijos). No nos enga?emos, no hay ni cr¨ªmenes ni mentiras incruentos, todo crimen es sangriento por encima de sus resultados que no son lo que parecen, toda mentira es siempre un asesinato y toda traici¨®n o explotaci¨®n derrama sangre, sudor y l¨¢grimas tambi¨¦n, y as¨ª convierte al mundo -Redonda manda- en la naturaleza total de la m¨¢xima traici¨®n de todas: el espionaje como met¨¢fora total del mundo y la condena de la maldici¨®n universal de las palabras. Pues como en esta vida todo lo que une -la lengua, la patria, la religi¨®n, las ideas y hasta el amor- tambi¨¦n separa, ser¨¢ el espionaje lo que m¨¢s y mejor nos exprese siempre, nuestro m¨¢ximo espejo y nuestro mejor resumen.
Tras esta primera parte (la
fiebre) viene la segunda, en la que el testigo-protagonista-narrador, el autor en resumidas cuentas, ingresa en una especie de imaginario servicio de espionaje brit¨¢nico (la lanza, bastante herrumbrosa dada su indefinici¨®n total) donde parece desenvolverse como pez en el agua. Todo se desarrolla durante una conversaci¨®n iniciada en una divertida y sarc¨¢stica fiesta, proseguida durante una noche y una ma?ana indecisas, en la que, con frecuentes incisos, analepsis y prolepsis, que vertebran la novela, entre el narrador y un viejo profesor y antiguo esp¨ªa tambi¨¦n salido intacto de Todas las almas, que le va revelando la verdad que va a conocer dentro de poco. Surgen nuevos personajes actuales entrevistos como en recuerdos o anticipaciones y episodios que nos aclaran -o se niegan- zonas de una realidad tan compacta como porosa, o que siguen inexplicados (el bailar¨ªn de enfrente, o el papel de una et¨¦rea esposa) hasta la interrupci¨®n que abre el suspense final y luego ya veremos, pues hay y siempre habr¨¢ un despu¨¦s que se abre fulminante y sorprendentemente cuando terminamos esta parte ante un rostro que podemos imaginar (ma?ana) pero que tampoco vemos de verdad. De hecho, el rostro que se nos oculta en la ¨²ltima frase del libro recuerda los mejores folletines decimon¨®nicos, y yo no soy -ni juego a- profeta, pero aqu¨ª el libro, de repente, parece que ha cambiado. Y as¨ª, recuerdo con nostalgia el favor que les hizo Proust a los cr¨ªticos de su tiempo al permitirles ir afinando sus propuestas, corrigiendo y corrigi¨¦ndose sin parar durante siete ocasiones diferentes, aunque nunca distintas, desde luego. Una gozada. Y que adem¨¢s (continuar¨¢).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.