El terror
Los corresponsales nos dicen que tras la detenci¨®n de John Allen Muhammad y John Lee Malvo como los buscados asesinos del tarot, la poblaci¨®n de Washington puede dormir tranquila. Es decir, puede salir a pasear, a comprar el pan, a repostar sin temer que le peguen un tiro. ?Alguien lo cree? La poblaci¨®n de Washington, de Manila, de Oslo, de Mosc¨² o Madrid, salimos a la calle como si no fuera a pasar nada, pero el temor se ha introducido en los organismos y el sujeto posmoderno vive en una reiterada posvida, continuamente salvado de milagro.
El terrorismo, para su beneficio y para su miseria, ha penetrado en la cotidianidad con una facilidad similar a los accidentes de tr¨¢fico. Ahora el mundo est¨¢ plagado de colisiones automovil¨ªsticas tanto como de incontables atentados. En los principios, la muerte del conductor provocaba un dolor especial, pero ahora, cuando todo ha tomado la forma del suceso, el accidente en carretera es parte de nuestra cultura popular. Igualmente, el terrorismo, que escandalizaba por su extrema crueldad, ha llegado a divulgarse al punto que hace aparecer a sus ejecutores como elementos fatales, factores o meteoritos sin mente, igualados a la acci¨®n ac¨¦fala de los fen¨®menos naturales o las colisiones sin voluntad. As¨ª pues, como ocurre hoy con lo dem¨¢s, el terrorismo, a fuerza de difundirse sin tasa, se ha trivilizado, ha perdido elocuencia y nivel de significaci¨®n.
Hay que vivir con el terrorismo como con las enfermedades incurables o la estad¨ªstica de los muertos en vacaciones. ?Para qu¨¦, pues, continuar dedic¨¢ndose al terror? La falta absoluta de respuesta se corresponde con la condici¨®n sorda y ciega de la cosa interpelada. No hay un o¨ªdo que comprenda la pregunta ni una mirada que discierna. Tampoco una voz que articule una inteligible raz¨®n humana. La parte de mal que le corresponde al mundo, 'la parte maldita' de Bataille, se materializa en ese protagonismo del terrorista y el terrorismo, enajenados a la ley de la muerte y condenados, como los virus misteriosos o los fallos tect¨®nicos, a representar los espect¨¢culos contempor¨¢neos de la tragedia. ?O no se intuy¨® enseguida que el masivo secuestro en el teatro de Mosc¨² estaba eligiendo, por fin, el sitio id¨®neo?
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