?lceras y anti¨¢cidos
Giacomo Leopardi, que naci¨® deforme y luch¨® contra su destino con serenidad y melancol¨ªa, reflexionaba sobre el olvido. Si los hombres, dec¨ªa, no olvid¨¢ramos los m¨²ltiples motivos de resentimiento que la vida cotidianamente nos ofrece, nuestra capacidad destructiva ser¨ªa formidable, invencible. Recordar sin pausa la desgracia conduce a una variedad insoportable del odio. Un odio que se convierte inevitablemente en dinamita. Evoco este pensamiento cada vez que, en alg¨²n lugar del mundo, por ejemplo en un teatro de Mosc¨², los musulmanes airados atacan con una ferocidad tan pura que lleva asociada la propia muerte. Han conseguido los cl¨¦rigos en sus mezquitas o mediante sus redes de caridad, impedir que el olvido regale una peque?a siesta a sus fieles. Han conseguido los l¨ªderes guerrilleros o las c¨¦lulas fan¨¢ticas propagar sin descanso la memoria del resentimiento. El odio es mil veces m¨¢s poderoso que el amor. Quiz¨¢ por esta raz¨®n ha sido tan aplaudida, en Occidente, la poes¨ªa amorosa que fundaron los trovadores. Siempre hemos sabido que el amor constante m¨¢s all¨¢ de la muerte era una bonita mentira para recitar en el momento m¨¢s apasionado. Estamos viendo, sin embargo, que puede existir el odio constante m¨¢s all¨¢ de la muerte. Parodiando a Quevedo, los cuerpos de los atacantes suicidas ser¨¢n ceniza, m¨¢s tendr¨¢n sentido, polvo ser¨¢n, m¨¢s polvo vengado.
Hay que iniciar el viaje hacia la concordia y la mezcla; y exigir, m¨¢s que nuevos estatutos, la refundaci¨®n cultural de Espa?a y de Catalu?a
La flor del resentimiento no crece, claro est¨¢, en cualquier terreno. La tierra tiene que haber sido abonada previamente con m¨²ltiples desgracias cuyas causas tienen nombres y apellidos. La miseria del mundo musulm¨¢n tiene origen propio, ciertamente (la fusi¨®n entre religi¨®n y Estado, entre religi¨®n y ciencia, entre religi¨®n y educaci¨®n, con el consiguiente retraso econ¨®mico, tecnol¨®gico y social; y la subordinaci¨®n de la mujer con el est¨²pido desaprovechamiento de la mitad de la inteligencia y de la fuerza de trabajo de su poblaci¨®n), pero tiene causas externas: el colonialismo traz¨® mapas absurdos, aup¨® y corrompi¨® a unas castas dirigentes que ahora se tuercen, favoreci¨® el control religioso de las sociedades, aliment¨® divisiones, fundament¨® la dependencia econ¨®mica y cre¨® las redes de la antigua y de la moderna rapi?a de materias primas y de fuentes de energ¨ªa. Norteam¨¦rica ha puesto el broche final: durante la guerra fr¨ªa, aliment¨® el fundamentalismo que incendia ahora el C¨¢ucaso (y ayer Afganist¨¢n). Jugando en el avispero de Oriente Pr¨®ximo ha premiado siempre a los halcones; a capa y espada ha defendido a los s¨¢trapas saud¨ªes, ha tenido que combatir siempre a los que inicialmente favoreci¨® (Sadam fue su aliado contra Jomeini, de la misma manera que los talibanes lo fueron contra la URSS). Con p¨¦sima informaci¨®n, con miop¨ªa t¨¢ctica, sin visi¨®n estrat¨¦gica, los gobiernos norteamericanos se han ido enfangando en los negros pozos de Oriente. Unos pozos cada vez m¨¢s inseguros, pero absolutamente imprescindibles. Una guerra por el control del petr¨®leo ¨¢rabe puede ser infinitamente m¨¢s ardua, compleja y desestabilizadora que la guerra del presidente ruso, Vlad¨ªmir Putin, por el mantenimiento de los pozos chechenos. Una guerra de Occidente en el avispero ¨¢rabe podr¨ªa despertar todos los fantasmas. Lo que ahora es incertidumbre y espanto m¨¢s o menos aislado, puede convertirse en una de estas gloriosas visitas que de vez en cuando la humanidad hace al infierno.
Europa, con sus mezquinos intereses, sabe que el ¨²ltimo viaje norteamericano puede conducir al infierno. Aunque, en el mejor de los casos, con un [George] Bush domesticado, tampoco ser¨ªa empresa f¨¢cil desactivar las consecuencias del monocultivo del odio en el coraz¨®n isl¨¢mico. Me resisto a ser fatalista, pero tengo la impresi¨®n de que el choque mundial de trenes es imparable. S¨®lo la raz¨®n econ¨®mica puede salvarnos, de momento: muchos expertos, el siniestro Kissinger entre ellos, han recordado estos d¨ªas que la desestabilizaci¨®n de Oriente implicar¨ªa un insoportable descontrol de la econom¨ªa mundial. Lo cierto es que la incertidumbre ya domina nuestro escenario y se renueva cada dos por tres con nuevos sobresaltos, atentados o secuestros: noticias del ominoso avance de los peores fantasmas. Las actuales generaciones europeas, paralizadas y ansiosas, est¨¢n descubriendo el tremendo poder del odio (podemos reconocerlo en nuestras calles, tambi¨¦n: en los gestos de los j¨®venes de la kale borroka, que, por cierto, nunca han sabido lo que es la miseria). Impotentes espectadores de primera fila, vemos c¨®mo renace el resentimiento, el arma m¨¢s incontrolable. Incluso en lugares en los que nunca hab¨ªa prosperado: el odio a lo espa?ol crece en determinados reductos de la catalanidad en paralelo a la displicencia con que el casticismo espa?ol en el poder menosprecia la diversidad hisp¨¢nica. Nuestros abuelos lo sufrieron en sus carnes: conocieron las espantosas consecuencias de la propagaci¨®n del veneno del odio racial, ideol¨®gico o nacional. Las dos guerras mundiales del siglo XX y nuestra guerra de hermanos explotaron por el recuerdo obsesivo de los agravios, por la memoria constante del ultraje, por la morbosa adicci¨®n a contabilizar las desgracias atribuibles al pa¨ªs vecino, al hermano, al jud¨ªo, al rojo, al burgu¨¦s.
Espectadores impotentes del escenario internacional, los catalanes podemos hacer algo para impedir el progreso mundial de odio. Desarmar el deseo de recuperar nuestra pureza supuestamente perdida. Y empezar de una vez por todas a construir un nuevo cesto con todos los mimbres, con todas las frutas culturales que coexisten en nuestro peque?o territorio. Hay que iniciar, aunque sea a contracorriente, el viaje hacia la concordia, la mezcla, la variedad; y exigir, m¨¢s que nuevos estatutos, m¨¢s que nuevas leyes, la refundaci¨®n cultural de Espa?a y de Catalu?a sobre la base del mutuo reconocimiento y de la libertad. La irritaci¨®n a unos les lleva al martirio asesino, a otros les obliga a vivir en perpetua ¨²lcera de est¨®mago. Contra la tempestad, que se avecina, un granito de arena, por lo menos. Y un anti¨¢cido, por favor.
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