Ventura Pons reconstruye la figura del rumbero Gato P¨¦rez
Concursan los hermanos Dardenne, Anette Olesen y Andreas Dresen
El gran Gato, dirigido por Ventura Pons, es un precioso y vivificador recuento de recuerdos y canciones del m¨²sico barcelon¨¦s Javier Patricio P¨¦rez, conocido como Gato P¨¦rez, que naci¨® en 1951 en Buenos Aires y muri¨® 40 a?os despu¨¦s en un pueblo catal¨¢n. Interpretan sus m¨²sicas colegas suyos que llegaron ayer aqu¨ª para contribuir al rescate de la obra y la figura de este singular y mal conocido m¨²sico, que convirti¨® los populares ritmos de la rumba catalana en veh¨ªculo de ideas y de poes¨ªa.
Esta limpia y viva pel¨ªcula devuelve a Ventura Pons a sus or¨ªgenes
La Seminci fue ayer una fiesta. Arroparon en la pantalla del teatro Calder¨®n a la ausencia de Gato P¨¦rez gente que interpret¨® maravillosamente, con gracia y seducci¨®n, 15 canciones suyas, que abarcan desde la rumba canalla primorosamente dibujada por el flaco Tonino Carotone a los elegantes ritmos agitanados que hizo literalmente volar Mar¨ªa del Mar Bonet, pasando por actuaciones extraordinarias de Jaume Sisa, Luis Eduardo Aute, Kiko Veneno, Martirio, Clara Montes, Manel Joseph, Moncho, Benjam¨ªn Escobar, Los Chichos, Sabor de Gracia, Los Manolos y, como cierre de oro negro, las arrolladoras esencias de la rumba cubana de Lucrecia.
Casi todos ellos quisieron a?adir a su contribuci¨®n a la pantalla de El gran Gato su presencia personal en el estreno de una pel¨ªcula que deja ver inequ¨ªvocamente que ha sido hecha con much¨ªsimas ganas. Es un documento formalmente muy sencillo, un recital a 15 voces de esas 15 canciones, separadas por indagaciones casi telegr¨¢ficas de la vida de Gato P¨¦rez entre sus familiares y sus amigos; divertidas reconstrucciones de sus locas e interminables escapadas sin rumbo, recordadas por compa?eros de juerga; lecciones de suave y bella nostalgia impartidas por algunos viejos merodeadores de la legendaria sala Zeleste, templo de la movida barcelonesa, en que Gato P¨¦rez fue sumo sacerdote.
Escribi¨® Gato P¨¦rez duros versos pesimistas de acera y de taberna, que irrump¨ªan, misteriosamente de manera equilibrada, en la alegr¨ªa r¨ªtmica de las rumbas gitanas barcelonesas y las hac¨ªan estallar por dentro con letras como ¨¦sta: 'S¨ª, amigos, la vida es tal como aqu¨ª se cuenta. Esto es lo que me espera. Hay que saber derrotar al dolor con el placer y el pensamiento. Hay que seguir sintiendo contra todos y contra todo. Hay que saber que uno est¨¢ solo'.
Esta limpia y viva pel¨ªcula devuelve a Ventura Pons -que ya colabor¨® con Gato P¨¦rez en 1986, cuando le pidi¨® la m¨²sica, que Pons considera muy adecuada, para su largometraje La rubia del bar- a sus or¨ªgenes en Oca?a, retrato intermitente, pel¨ªcula que inaugura la filmograf¨ªa del director catal¨¢n y que fue filmada en los mismos a?os setenta en que Gato P¨¦rez comenzaba a engancharse de las arrolladoras rumbas heredadas de la tradici¨®n de Pescadilla y Peret. Y estamos ante una nueva joya de orfebrer¨ªa realista y documental que a?adir a Calle 54 y Mach¨ªn, en similar clave musical, y otros muchos hermosos ejercicios de cine documento y de ficci¨®n documental que est¨¢n elevando vertiginosamente el nivel del caudal de realidades so?adas que desde hace unos a?os enriquecen y ennoblecen al cine espa?ol, como es el caso de Tren de sombras, En construcci¨®n, La espalda del mundo, Asesinato en febrero, Monos como Becky y muchas otras obras necesarias, para las que este Festival de Valladolid, con su impagable secci¨®n Tiempo de Historia, se ha convertido simult¨¢neamente en un vivero y un punto de destino.
Por detr¨¢s de la gozosa fiesta de El gran Gato, que no concursa en la secci¨®n oficial de la Seminci, entraron en competici¨®n tres pel¨ªculas importantes y formalmente cercanas entre s¨ª. La primera es El hijo, un dur¨ªsimo filme -no bien recibido por un sector de los espectadores matinales de la Seminci, que lo rechazaron- de los creadores de Rosetta y La promesa, los veteranos documentalistas belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, de nuevo embarcados en una ¨¢spera ficci¨®n que roza la realidad y pone en carne de gallina a quienes se esfuerzan en ver, m¨¢s all¨¢ de la desolaci¨®n que muestra, la ternura y la generosidad que esconde. La pel¨ªcula no es f¨¢cil de ver, ni se soporta bien, porque requiere esfuerzo de concentraci¨®n y de comprensi¨®n. No es cine predigerido, sino cine crudo, al que el espectador tiene la obligaci¨®n moral de digerir interiormente. Y de ah¨ª el esfuerzo mental y moral que exige en quien va a verla abierto a ella.
La hip¨®tesis argumental manejada en El hijo es as¨ª de terrible e inquietante: imaginemos que uno de los ni?os asesinos de ni?os de Liverpool, que hace unos meses fue excarcelado, busca ahora trabajo de aprendiz de carpintero y lo encuentra en la misma carpinter¨ªa donde trabaja como maestro el padre del ni?o, al que tortur¨® y asesin¨® hace 10 a?os. Imaginemos a continuaci¨®n que, por una grieta de la burocracia penitenciaria, el padre tiene conocimiento de qui¨¦n es su alumno. El resto es la abrupta, terrible, amarga, excepcional pel¨ªcula, que hay que ver con la libertad abierta y el ¨¢nimo encogido.
Aunque los contenidos nada tienen que ver, El hijo, en cambio s¨ª tiene relaci¨®n formal profunda con A mitad de camino y Peque?os contratiempos, dos hermosas pel¨ªculas de estirpe formal cercanas al ascetismo, que han sido dirigidas, respectivamente, por el alem¨¢n Andreas Dresen y la debutante danesa Anette Olesen. Grandes pel¨ªculas, gran cine del que hablamos largo y tendido desde el ¨²ltimo Festival de Berl¨ªn, y a las que habr¨¢ que volver cuando se estrenen en los circuitos comerciales.
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