Autor, narrador y espectador
All¨¢ por los a?os setenta alguien me regal¨® Tr¨®pico de C¨¢ncer y me dijo: 'Mucho cuidado con Henry Miller porque puede ser contagioso'. Y tanto. En el disperso y fantasmag¨®rico mundillo de los aspirantes a escritores, al que yo pertenec¨ªa, algunos hab¨ªan enloquecido al leer eso de que 'lo malo de Irene es que en lugar de co?o tiene una maleta', o 'hay calles que te recuerdan nada menos que a una gran picha ulcerada por el chancro y abierta en canal', al tiempo que trataban de utilizar sus propias experiencias sexuales como material literario. Lo que hace pensar que no estaban siguiendo s¨®lo al escritor, sino a un maestro de la vida, a un gur¨². Hab¨ªa que dejarse de tonter¨ªas y vivir a fondo, sin ning¨²n prejuicio, y hab¨ªa que ser independiente y cr¨ªtico con todo. Miller no se hab¨ªa arrugado por nada, y mucho menos al hablar de su propio pa¨ªs como hace en La pesadilla del aire acondicionado, por mencionar uno de sus libros de no ficci¨®n, que son muchos, unos cincuenta.
Me inclino ante su valor, tes¨®n y audacia. A¨²n creo en estas palabras suyas: 'M¨¢s valdr¨ªa que un hombre hiciera lo que quiere y fracasara a que se convirtiese en un exitoso don nadie'. C¨®mo no iba a inspirar a otros escritores. A Kerouac, por ejemplo, a Allen Ginsberg, a Charles Bukowski, a William Burroughs y a muchos que est¨¢n por venir. Hay que reconocerle un atractivo especial para los j¨®venes de todos los tiempos, quiz¨¢ porque, a pesar de que muri¨® con 88 a?os, no le dio tiempo de hacerse viejo. Siempre, hasta el final, hubo un nuevo proyecto y una nueva mujer en su vida.
Al leer su biograf¨ªa se tiene la impresi¨®n de que le sucedieron much¨ªsimas cosas, que se podr¨ªan resumir en unas pocas: entorno familiar deprimente, aprendizaje de calle, empleos precarios y rutinarios y un fracaso sentimental tras otro con varios divorcios, y que su ¨²nico anclaje en la vida fue la literatura. En este conjunto apagado brillan como grandes diamantes: June (Mona en Tr¨®pico de C¨¢ncer y Mara en Tr¨®pico de Capricornio y en la Crucifixi¨®n Rosa), Ana?s Nin y el viaje a Par¨ªs de 1930, cuando ya tiene casi cuarenta a?os, en el que se gesta Tr¨®pico de C¨¢ncer, uno de los mayores ¨¦xitos editoriales de todos los tiempos y tambi¨¦n uno de los mayores esc¨¢ndalos. Pero hasta el profundo cambio que supone Par¨ªs, emociona asistir a la lucha de Miller en Nueva York por saber d¨®nde est¨¢ el mundo que quiere contar, un mundo habitado por perdedores solitarios, que no tienen un duro y que han de conformarse con el peque?o trozo de realidad que les haya tocado en suerte.
Es en Par¨ªs donde logra atrapar ese mundo, que es como atrapar su propia voz de escritor. Ha llegado a la misma ciudad que acogi¨® a la generaci¨®n perdida una d¨¦cada antes, con la diferencia de que mientras que para ellos Par¨ªs fue una fiesta, para Miller 'Par¨ªs es como una puta', aunque con el aliciente de que aqu¨ª la pobreza se llama bohemia. Par¨ªs tambi¨¦n le bendice con la juventud que nunca tuvo, y adem¨¢s se siente libre y conoce gente como ¨¦l, entre la que se encuentra la fascinante Ana?s Nin, cuyos diarios sin duda le resultan muy inspiradores. Escritor y escritora se admiran profundamente y se enamoran; tambi¨¦n June de Ana?s. No es el primer tri¨¢ngulo de estas caracter¨ªsticas en que se ve envuelto con June. En fin, la vida de Miller es as¨ª. Y, en medio de todo esto, ha comprendido que su mundo literario consiste en ¨¦l mismo y quienes lo rodean, que una novela no tiene por qu¨¦ ser m¨¢s perfecta que la vida misma y que no es necesario inventar situaciones, ni un argumento calculado al mil¨ªmetro, ni unos personajes, ?para qu¨¦?, si tiene a su disposici¨®n a los aut¨¦nticos Carl (Alfred Perl¨¨s), Boris (Fraenkel) o Fillmore (Richard Osborn). Confieso que habr¨ªa dado cualquier cosa por haber conseguido crear al asqueroso, irritante y en el fondo inseguro Van Norden.
Declara que el narrador es ¨¦l mismo y, para reforzar esta uni¨®n, el Henry Miller de Tr¨®pico de C¨¢ncer nos hace saber que ha colocado la m¨¢quina de escribir frente a un espejo para, de este modo, poder verse mientras escribe. As¨ª hay un autor, un narrador y un espectador, adem¨¢s de un considerable ego, en una sola conciencia, una de las conciencias m¨¢s personales de la narrativa del siglo XX, que considera por primera vez el sexo -junto con Freud- como una poderosa arma de conocimiento y supervivencia.
Tr¨®pico de C¨¢ncer crece al mismo ritmo que Miller vive. Construye sobre lo que vive como las hormigas, que van y vienen por el suelo sin que parezca que est¨¦n haciendo nada, cuando en realidad est¨¢n cavando t¨²neles, galer¨ªas, despensas y ciudades enteras. Por eso seguramente dice que 'el caos es la partitura en que se escribe la realidad'. Porque todos los co?os y pichas de Tr¨®pico de C¨¢ncer est¨¢n envueltos en una l¨²cida reflexi¨®n sobre la literatura, el acto de escribir y ese espejo en que Miller se construye, dejando correr por aqu¨ª y por all¨¢ torrentes de lava po¨¦tica. Al fin y al cabo admira a Rimbaud, Baudelaire, Shakespeare. Todo esto mientras declara que huye de todo lo que huele a 'literatura' y su intenci¨®n de no cambiar ni una l¨ªnea, de no perfeccionar. Sin embargo, el manuscrito sufre varias redacciones hasta su publicaci¨®n en Francia en 1934. Miller era as¨ª de contradictorio.
En su pa¨ªs, Estados Unidos, el libro no ve la luz hasta 1961. Tardanza que resulta grotesca, y mucho m¨¢s por ir acompa?ada de m¨¢s de sesenta juicios en que se la acusa de pornogr¨¢fica e inmoral. Miller ya deb¨ªa de presumirse esta reacci¨®n cuando escribe de esta novela: '?ste no es un libro; es un libelo, una calumnia, una difamaci¨®n'. A una novela no se le puede exigir decoro, ni siquiera que guste, s¨®lo que sea convincente. Puede que Henry Miller no sea ese hombre con el que una se casar¨ªa, a pesar de lo bien que hablan de ¨¦l Lawrence Durrell, George Orwell o Normal Mailer, pero le admiro porque, como Faulkner, Joyce o el nouveau roman, me oblig¨® a asomarme en su espejo y mirar de otra manera.
Babelia
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