Amigos en casa
Los a?os ochenta fueron a?os de restaurantes, pero ahora lo pertinente es cenar en una casa. Al lado de la inclinaci¨®n por la comida org¨¢nica en vez de por los productos tratados, la conducci¨®n lenta y tranquila en sustituci¨®n de la nerviosa y veloz, la relajaci¨®n en vez de la ansiedad y los materiales en crudo en lugar de los pulimentados, se alinea la hospitalidad. Se puede ser feliz de dos maneras complementarias. Siendo muy solicitado por los amigos y siendo muy sol¨ªcito con ellos. Una y otra opci¨®n se al¨ªan para multiplicar los contactos y sentir, al cabo, que nuestros males no son tan excepcionales y los bienes no obtienen pleno sentido hasta no compartirlos con otros. Al discurso religioso del amor al pr¨®jimo, siempre mal entendido y fracasado, sucede el sentido m¨¢s utilitario y eficiente del amor, unido a la moda que hoy gestiona el creciente uso de recibir gente en casa.
En los pa¨ªses mediterr¨¢neos no ha faltado nunca esta pr¨¢ctica social pero la r¨¢pida urbanizaci¨®n m¨¢s la angostura de las viviendas cambi¨® bruscamente los h¨¢bitos en las grandes ciudades. Si ahora regresa la hospitalidad no es a la manera de anta?o sino convertida en estilo. No en un estilo necesariamente falso pero s¨ª en l¨ªnea con los muchos rescates del pasado que se celebran en las fiestas, en la gastronom¨ªa, en el pedestrismo, en los coches retro, en los remakes del cine o en el inter¨¦s por el vintage. Hacer entrar a los amigos en casa, una vez que siempre se les trat¨® fuera, aporta una intensidad de acercamiento casi olvidada.
La casa propia est¨¢ untada de intimidad y permitir aproximarse a quienes no son de la familia se revela como la concesi¨®n de un selectivo don. A cambio se crea la deuda de una contraprestaci¨®n y en la sucesi¨®n de canjes se va tejiendo un modelo de contactos humanos que sin duda transforma la experiencia de la gran ciudad y las impresiones de estar o sentirse aislado. Contra el arquetipo relacional masculino donde apenas se pregunta por la familia y las ilusiones personales, aparece -como signo de contemporaneidad- un patr¨®n relacional m¨¢s femenino que, junto a la invitaci¨®n a casa, invita tambi¨¦n a participar en detalles privados y sentimentales, de otra manera inactivos. Las mujeres hablan con facilidad entre s¨ª de sus hogares y de sus allegados, de sus estados de ¨¢nimo y del cuerpo, pero los hombres apenas hablan de asuntos personales. Les interesa el ser humano pero es m¨¢s extra?o que se ocupen de las personas amorosamente.
M¨¢s que un uso mediterr¨¢neo, relacionado con la extraversi¨®n vecinal, el regreso actual de la hospitalidad se apoya en el creciente protagonismo de la mujer y de sus propuestas de disfrute. La individualidad exacerbada es una enfermedad m¨¢s t¨ªpicamente masculina que femenina, mientras resulta m¨¢s femenino que masculino la comunicaci¨®n de la intimidad y las peripecias dom¨¦sticas. ?Se ve el hombre, entonces, inc¨®modo -ahogado- en esta oleada de la hospitalidad? Parad¨®jicamente no sino todo lo contrario.
El acceso a los dem¨¢s o franquear a los dem¨¢s nuestro acceso constituye una de las mejores medicinas contra la depresi¨®n, la confusi¨®n interior y la p¨¦rdida de amor propio. La casa abierta se comporta como un buen libro abierto. Pr¨¢cticamente todo lo que se cuela en ella contribuye a la sabidur¨ªa y la animaci¨®n. La casa compartida, cambia la repetici¨®n en amenidad, transforma la obstinada reyerta conyugal en un caso de menor importancia y desmiente el sentimiento universalizado de que aquello que nos pasa a nosotros no le pasa a nadie m¨¢s. En el restaurante se habla de pol¨ªtica, de pel¨ªculas, de f¨²tbol y de viajes, pero s¨®lo las mujeres, cuando se encuentran reunidas, cambian informaciones verdaderamente sentimentales. En el restaurante domina lo p¨²blico pero dentro de la casa la conversaci¨®n recibe materiales femeninos, y contra la mala costumbre todav¨ªa de separar los grupos sexuales, la integraci¨®n es m¨¢s f¨¢cil. La cena, la merienda, el almuerzo en casa vendr¨ªa a actuar como una c¨¢mara de potencia relacional y lograr¨ªa que el sentido de la privacidad no se convierta en blindaje capaz de derivar en una prisi¨®n, un armario empotrado o incluso en un psiqui¨¢trico.
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