Resistencia
UN HOMBRE, llamado Edgar, deambula por el Par¨ªs actual. Se nos presenta como un artista en trance de crear una obra, de la que s¨®lo tiene el t¨ªtulo en la cabeza. No sabe a¨²n si ha de ser una novela, una obra de teatro, una ¨®pera, un cuadro y, por qu¨¦ no, hasta un filme. Este paseante urbano lleva consigo un libro, que, de vez en cuando, hojea, aunque no parece servirle de mucho, porque sus p¨¢ginas est¨¢n en blanco, como la obra que no sabe c¨®mo hacer. En un principio, hab¨ªa imaginado Edgar que su hipot¨¦tica obra deber¨ªa tratar sobre el amor y quer¨ªa retratar su desarrollo a trav¨¦s de tres parejas de amantes, respectivamente j¨®venes, adultos y ancianos, pero s¨²bitamente se top¨® con que, a diferencia del joven o del anciano, el adulto es un ser indefinido de por s¨ª, cuya verosimilitud requiere el apoyo de una historia, con todo lo que ¨¦sta puede perturbar el equilibrio del conjunto.
En este dilema nos introduce Elogio del amor (2001), la ¨²ltima pel¨ªcula de Jean-Luc Godard, en cuya primera parte, en la que refleja el presente, acompa?amos a Edgar, trasunto del cineasta, por un recorrido parisino que nos lleva cada vez m¨¢s hacia el extrarradio, donde surgen las estaciones de ferrocarril, que, en este caso, son, sobre todo, si se conserva la esperanza, la met¨¢fora del punto de partida. ?Vamos, pues, hacia alguna parte? Es tal la sobrecogedora belleza de las im¨¢genes en blanco y negro que nos descubren los misterios, a veces terribles, de la ciudad que el espectador se convierte ¨¦l mismo en Edgar y hace suya su forma de mirar y de discurrir. No quiere otra cosa, pero la otra cosa, la otra historia, adviene: la segunda parte del filme, toda en abrasadoras y ¨¢cidas im¨¢genes en color, de rojos y azules-verdosos parpadeantes, discurre sobre el fondo de la costa normanda, all¨ª donde se concibi¨® el proyecto de esta obra ahora incierta, por lo que nos retrotrae al pasado. Es entonces cuando nos percatamos que avanzamos hacia atr¨¢s, en busca de las huellas, de nuestra memoria, de nuestra fr¨¢gil identidad.
Una obra de arte puede ser y definirse como se quiera, pero exige, antes de nada, una firme voluntad de resistencia. No aceptar, en primer t¨¦rmino, la enga?osa imagen que se nos presenta como realidad; no aceptar lo que se nos marca como el fatal curso del tiempo, y no aceptar, sobre todo, la entretenida banalidad que hoy se nos ofrece como arte. Elogio del amor es una invitaci¨®n po¨¦tica a la resistencia. El espacio y el tiempo, maravillosamente trastocados, cambian el color de nuestra existencia, cuyas posibilidades, como las del amor, son desmedidas. En un momento de la pel¨ªcula, Godard cita a san Agust¨ªn: 'La medida del amor es que, quien ama, no tiene medida'. Arte o vida, ?qui¨¦n podr¨¢ resistirse a tal invitaci¨®n de inconformismo creador?
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