Casi una utop¨ªa
Me gusta divagar sobre la arquitectura. Un d¨ªa, leyendo un libro de Antonio Fern¨¢ndez Alba, pens¨¦ que eso me ocurre porque en cierto modo yo provengo de una familia de arquitectos. Quiero decir que mis antepasados eran campesinos que construyeron sus propias casas. Ellos las idearon, arrebataron los materiales a una tierra generalmente hostil, abrieron trochas por donde acarrearlos, cavaron los cimientos y finalmente alzaron su vivienda. Algo de pioneros hab¨ªa en ellos, y algo de ¨¦pico o primordial en todo ese quehacer. Se trataba de viviendas para vivir, funcionales hasta donde ese concepto era v¨¢lido entonces, pero con ciertos a?adidos est¨¦ticos llamados a dejar en la obra la firma del art¨ªfice. Un z¨®calo, una crester¨ªa, el remate de una chimenea, la teja que adquir¨ªa la inclinaci¨®n insolente o gentil del sombrero en d¨ªa de cortejo, o cualquier otro capricho, ven¨ªan a ser signos festivos, y un tanto dispendiosos, que por un lado a?ad¨ªan al trabajo un toque de jocosidad al final de la brega, y que por otro dejaban all¨ª el sello de lo singular, de lo ¨²nico, sin el cual no hay est¨¦tica ni consuelo posibles. No se trataba, claro est¨¢, de transgresi¨®n: era s¨®lo un leve subrayado, un humilde maniobrar en los m¨¢rgenes del estilo can¨®nico de la ¨¦poca. Y era tambi¨¦n una afirmaci¨®n de la vida, algo de danza primaveral al final de un duro invierno de labor.
Estaba, pues, leyendo y mirando el libro de Antonio Fern¨¢ndez Alba y de pronto (por una de esas analog¨ªas de la memoria que nadie ha sabido indagar mejor que Proust) record¨¦ que en mi pueblo, que es un pueblo rayano con Portugal, se usaba mucho la expresi¨®n 'hacer las cosas con jeito'. '?Qu¨¦ poco jeito tienes!', me reprend¨ªa mi madre cuando yo hac¨ªa algo de un modo atropellado, de mala gana, o lo dejaba a medio hacer. Esa palabra no existe oficialmente en castellano. En castellano hay un jeito que, seg¨²n la Academia, significa 'red para la pesca de la anchoa o la sardina'. Pero el jeito que usaban mis mayores, como llegu¨¦ a saber mucho tiempo despu¨¦s, era una palabra tomada en crudo del portugu¨¦s jeitu, que significa 'disposici¨®n, actitud, gesto, modo, manera, con que se hacen las cosas'. Una palabra muy sutil, una obra maestra de la sem¨¢ntica: el producto decantado por muchos siglos de vida y de refinamiento cultural. De ah¨ª proviene el gallego xeitoso: 'gracioso, gentil'. Hacer las cosas con jeito es, por consiguiente, hacer las cosas bien, con gentileza, y no tanto por un inter¨¦s inmediato sino porque s¨ª, por el puro gusto de hacerlas bien, por oponer a la brevedad de la vida y al caos del mundo la apariencia de un orden o de una belleza perdurables, o simplemente por la satisfacci¨®n de poner lo mejor de uno mismo en lo m¨ªnimo que se haga, como dice Pessoa.
A veces va uno por el campo y encuentra paredes de piedra o de pizarra construidas por gentes an¨®nimas muchos a?os atr¨¢s. Yo vi levantar algunas en mi infancia y recuerdo el cuidado con que el alba?il, casi orfebre, eleg¨ªa y encajaba las piezas. Cualquier pared medianamente s¨®lida habr¨ªa servido para cercar una tierra. Pero no: hab¨ªa que hacer las cosas con arte, con finura, con jeito. ?se era el a?adido que confer¨ªa brillo al instante, que hac¨ªa ¨²nico e irreemplazable al hacedor. Y tal era el nudo donde raramente la est¨¦tica y la ¨¦tica juntaban sus fuerzas en un ¨²nico y solidario af¨¢n. Con jeito se tej¨ªan los pobres los capotes de juncos para protegerse de las lluvias (y que ten¨ªan un empaque de capas pluviales en d¨ªa de gran liturgia), o los garlitos para pescar en los regatos, cuyo dise?o y pompa parec¨ªan m¨¢s hechos para atrapar tritones y sirenas que no los insignificantes barbitos y bogas que se estilaban por all¨ª.
Jeito, pues. Alguien que empieza a tocar la gaita, y a¨²n no sabe gran cosa del oficio pero pone en ¨¦l gracia y dedicaci¨®n, y por supuesto fe, es una persona xeitosa. El ni?o, que juega en soledad y se esmera en lo suyo, sin necesidad de ser mirado ni admirado, nos resulta xeitoso. Y tambi¨¦n lo es S¨®crates, y con qu¨¦ profunda levedad, cuando aprende a tocar un aire de flauta en su ¨²ltima noche de condenado a muerte. Sigo hojeando el libro: Antonio Fern¨¢ndez Alba -y no hay m¨¢s que ver sus dibujos y el delicado fluir de su escritura-, adem¨¢s de sabio es un hombre con jeito.
De ni?os nos dec¨ªan que hab¨ªa que hacer las cosas siempre bien porque Dios nos estaba observando y juzgando en todo instante. Pero a los que no somos creyentes nos basta a veces con creer en el valor que de por s¨ª tienen las cosas bien hechas para hacerlas por eso mismo lo mejor que sepamos. En Dios lo ve, ?scar Tusquets analiza obras arquitect¨®nicas donde hay detalles magn¨ªficos en emplazamientos rec¨®nditos, medio secretos, que escapan a la mirada del curioso. ?Para qu¨¦ se hicieron entonces, y por qu¨¦ tanto esmero en algo que parece nacer con vocaci¨®n de anonimato? Pues justamente por eso, por puro jeito, por el misterioso y morboso placer de hacer las cosas lo mejor posible, por ese anhelo de perfecci¨®n que hay en todos cuantos no creen en Dios pero fingen que Dios existe y alg¨²n d¨ªa juzgar¨¢ nuestra obra. Hay un modo modesto, desesperado, y siempre ir¨®nico, de sabernos ef¨ªmeros y de no renunciar del todo al sue?o instintivo de la inmortalidad.
Hoy, que tanto se tiende a despachar las tareas deprisa y de cualquier manera, y muy a menudo por el ansia del dinero y la fama, quiz¨¢ sea un buen momento para volver los ojos a esa palabra, jeito, que tras su aspecto pobre y estrafalario esconde el programa de una utop¨ªa posible, o por lo menos veros¨ªmil. A uno no le gustan nada las moralejas, pero cierras el libro y de pronto sientes un no s¨¦ qu¨¦ de pena por muchos que, pudiendo ser xeitosos, han optado por la vulgaridad de ser s¨®lo exitosos o meramente ricos.
Luis Landero es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.