'Tato' Pavlovsky: una pasi¨®n argentina
Uno. Llevo dos semanas zambullido en el mundo de Eduardo Tato Pavlovsky. He devorado La ¨¦tica del cuerpo, su biograf¨ªa 'en conversaci¨®n', y Micropol¨ªtica de la resistencia, su antolog¨ªa de art¨ªculos; y, sobre todo, he visto dos veces su ¨²ltimo espect¨¢culo, La muerte de Marguerite Duras, primero en Madrid, en Ensayo 100, y luego en Barcelona, en el Espai Lliure: un latigazo de vitalidad, de fuerza, de entrega teatral y humana. ?Cu¨¢nta falta nos hacen personajes y miradas como ¨¦sa en nuestro teatro! Puro 'Port¨¢til', como ped¨ªa Vila-Matas; pura 'Unidad M¨®vil de Inteligencia', como postulaba Robert Fripp. Un hombre, un sill¨®n, una pasi¨®n. 'Creo que lo que a la gente le fascina -dice Tato Pavlovsky- es ver el cuerpo de un actor solo, en un sill¨®n. Eso es como la caja de seguridad del futuro del teatro, ah¨ª radica su perdurabilidad frente a cualquier avance tecnol¨®gico. El cuerpo del actor viviente, con sus devenires, es lo que uno trata de defender'.
Pavlovsky y Daniel Veronese, director de La muerte de Marguerite Duras, construyeron la funci¨®n sin prisas, a base de improvisaciones sin fecha l¨ªmite 'porque podemos hacerlo: en Buenos Aires hay diez teatros que ganan dinero y quinientos donde trabajamos por amor al arte'. Tato Pavlovsky es un pulpo feliz, un adepto de la 'multiplicaci¨®n dram¨¢tica': autor, actor, psicoterapeuta, ensayista, novelista, y, por encima de todo, hombre de izquierda, salvado por los pelos (y por los tejados) de la barbarie de la Junta; un irreductible siempre pose¨ªdo por 'pasiones alegres', como buscaba Spinoza; un intelectual que se convirti¨® en c¨®mico 'no para transformarme en otro, sino para ser m¨¢s y mejor yo mismo'.
En otros tiempos menos anest¨¦sicos, la visita de un mito internacional como Pavlovsky, autor de obras ya cl¨¢sicas (El se?or Gal¨ªndez, C¨¢mara lenta, Paso de dos, Poroto, Rojos globos rojos) hubiera provocado llenazos y entrevistas en cadena, pero hoy d¨ªa la sobredosis de banalidades es letal y apenas deja sitio para lo que de verdad importa. Con una curiosa diferencia: en Madrid vi pasi¨®n, teatro hasta la bandera y sus libros agot¨¢ndose en la entrada, mientras que en la 'culta y europea' Barcelona, menos de cien personas acudieron al estreno del Lliure.
Dos. La funci¨®n: ah¨ª est¨¢ ese hombre enorme, solo en el escenario, con casi setenta a?os a cuestas y mucho m¨¢s joven que cualquiera de nosotros. Sigue ah¨ª, en pie, como un viejo boxeador que se resiste a abandonar el cuadril¨¢tero, para seguir faj¨¢ndose con su sombra y golpear con ganchos invisibles. 'Se hace teatro como se vive', ha escrito. 'No puedo ordenar mi vida, comprenderla. Lo que me maravilla es el misterio de la creaci¨®n, lo intempestivo, el acontecimiento. Lo que se desv¨ªa de la historia y produce nuevos encuentros. Lo irrepetible, la vida como misterio. Y aqu¨ª me detengo, porque tendr¨ªa que hablar de la muerte y me da miedo'. El estilo, la 'forma' monologu¨ªstica de Pavlovsky hace pensar en el soliloquio de Marlon Brando, esencialmente ¨ªntimo, confesional, junto a su esposa muerta, en el ?ltimo tango en Par¨ªs, y la desesperada vitalidad de los grandes c¨®micos populares argentinos, de Dringue Far¨ªas a Alberto Olmedo. La estructura del texto nos sit¨²a en una permanente descolocaci¨®n. Potestad comenzaba casi como una comedia ligera; nos compadec¨ªamos luego del hombre que hab¨ªa perdido a su hija y descubr¨ªamos al final su condici¨®n de m¨¦dico militar que hab¨ªa robado la ni?a a unos desaparecidos, todo en menos de una hora. En La muerte de Marguerite Duras, su autor va m¨¢s all¨¢, jugando la carta del texto falsamente autobiogr¨¢fico. Hay una multiplicidad de voces en boca de ese personaje sin nombre, como si estuviera atravesado o encarnado por diversas vidas, poblado por muchos personajes o 'devenires' posibles, como un ¨¢ngel gn¨®stico. El t¨ªtulo, de entrada, es una falsa pista. Arranca con un acontecimiento m¨ªnimo, la muerte de una mosca (un texto tomado de ?crire, el libro p¨®stumo de Marguerite Duras) que se convierte en un homenaje a la escritora ('mosca insistente, dign¨ªsima y solitaria') y desde ah¨ª galopa por un tejido de reflexiones confesionales, el suicidio, el vac¨ªo, el sexo, el deterioro de la vejez, la constante sorpresa ante las maravillas y mutaciones de la vida, dirigidas a una interlocutora invisible, en un veloc¨ªsimo juego de cambio de marchas, pasando de la hilaridad a la desolaci¨®n y viceversa, del que se desgajan relatos memorables: la escena en la que el narrador acude a estudiar teatro -otro homenaje, en este caso al maestro Pedro Asquini- y construye una m¨¢scara de la risa, que brotar¨¢ en el peor momento de un combate, y una m¨¢scara tr¨¢gica, que veremos alzarse un segundo antes de la estremecedora frase final del anciano a su amante ('?cabremos los dos juntos en la nada?'), de la oscuridad que cierra y devora el espect¨¢culo. Y la terrible joya que brilla, inesperada, en su mitad: la narraci¨®n del joven aprendiz de boxeador que acaba reclutado por un equipo de torturadores -la banalidad del mal, la tortura como costumbre- con el laconismo y la pegada del mejor Hemingway, deshaciendo, en un crochet de emoci¨®n pura, la f¨¢cil etiqueta ('Dar¨ªo Fo del subdesarrollo') que m¨¢s de uno sigue empe?ado en colgarle a Pavlovsky, un campe¨®n de lo que podr¨ªamos llamar 'falsa autobiograf¨ªa verdadera': no importan los 'hechos', sino las intensidades. Yo creo que voy a mirar y a escribir mejor despu¨¦s de haber visto La muerte de Marguerite Duras. Gracias, Tato. Y vuelve pronto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.