La tradici¨®n mejor remozada
Tal vez me equivoque, pero tengo la impresi¨®n de que si ahora recuerdo con especial agrado Marinero en tierra es porque lo le¨ª siendo yo un adolescente. No quiero decir ni mucho menos que ese primer libro de Rafael Alberti sea una lectura especialmente recomendada a los j¨®venes, pero tampoco me parece desde?able esa atribuci¨®n. Quiero recordar que, en mi caso, la lectura de Marinero en tierra me dej¨® una marca bastante curiosa: aun sin que yo me sintiera muy c¨®modo en la ¨®rbita neopopularista activada principalmente por Alberti y Lorca, me atra¨ªa y mucho el car¨¢cter luminoso, vivificante de una poes¨ªa entre arcaica y como reci¨¦n estrenada. Su delicada veta popular, su exquisita rehabilitaci¨®n de la tradici¨®n l¨ªrica nuestra, orient¨® de modo efusivo un gusto po¨¦tico general intercalado entre los zafios reglamentos culturales de la inmediata posguerra, cuando el solo nombre de Alberti suscitaba toda clase de vetos y anatemas por parte de los cancerberos franquistas. Pienso que la llamativa condici¨®n oral de esas canciones las hac¨ªa tambi¨¦n muy aptas para ser retenidas musicalmente en la memoria. Ya se sabe adem¨¢s que recordar un poema ajeno -incluida su m¨²sica- equivale a asimilarlo como propio.
Yo me siento, por m¨¢s de un motivo, paisano de Alberti. No ya porque nac¨ª en Jerez, a un paso de El Puerto de Santa Mar¨ªa, sino porque crec¨ª en un clima familiar muy parecido al suyo y viv¨ª con los a?os algunas experiencias an¨¢logas. Cuando yo era joven sol¨ªa frecuentar las rutas de El Puerto que reten¨ªan alguna huella real o ficticia del paso de Alberti o, en t¨¦rminos m¨¢s librescos, del linaje de su poes¨ªa. Recorr¨ªa los lugares por donde probablemente anduvo el joven poeta almacenando la materia tem¨¢tica de Marinero en tierra, muchas de cuyas composiciones repet¨ªa yo de memoria, integrado en una similar y conmovedora noci¨®n de la Andaluc¨ªa atl¨¢ntica y cruz¨¢ndome con gentes que a lo mejor lo conocieron y ya no lo quer¨ªan reconocer. Y todo eso fue configurando como el mito del desterrado que jam¨¢s se ausent¨® verdaderamente de su tierra. Sobre todas las injusticias del exilio, Alberti segu¨ªa ocupando un espacio justiciero: ¨¦se por el que yo andaba de continuo y pod¨ªa vincular a cada paso con los aparejos de su poes¨ªa. Hombre habitado por ese paisaje, Alberti se fue haciendo m¨¢s pr¨®ximo a medida que fue enalteciendo la localizaci¨®n de su 'madre mar gaditana'.
Yo no conoc¨ª personalmente a Rafael Alberti hasta bastantes a?os despu¨¦s de haberme familiarizado con su poes¨ªa. Ten¨ªa que ser as¨ª: lo coherente no era que yo me encontrase con ¨¦l en nuestra tierra com¨²n, sino en alg¨²n fronterizo paraje del exilio. Y eso ocurri¨® hace justamente cuarenta a?os, cuando yo profesaba en la Universidad Nacional de Bogot¨¢ y Alberti pas¨® por all¨ª para dar unos recitales. Recuerdo que me acerqu¨¦ a ¨¦l con todas mis experiencias de lector resumidas en un respeto emocionado, el mismo respeto que empez¨® a concretarse a partir de mi lectura de Marinero en tierra y de mi conocimiento de la figura imaginaria de su autor caminando a la deriva por las calles y las playas de El Puerto.
Marinero en tierra es, sin duda, un libro singular dentro de la variedad de ramificaciones de la poes¨ªa espa?ola de los a?os veinte. Y aun dentro de la diversidad de registros de la obra de Alberti, quien pas¨® sin mayores esfuerzos del neopopularismo al gongorismo, del surrealismo al neorromanticismo, del pasqu¨ªn pol¨ªtico a las filigranas ocasionales. Marinero en tierra se empez¨® a escribir en la sierra de Guadarrama 'con la nostalgia del mar' y se public¨® en 1925, compartiendo con Versos humanos, de Gerardo Diego, el Premio Nacional de Literatura. El libro acrecent¨®, por as¨ª decirlo, el valor hereditario de los cancioneros populares. Alberti fue en este sentido un f¨¦rtil, un habil¨ªsimo recreador de formas po¨¦ticas cl¨¢sicas. No invent¨® nada, pero busc¨® como nadie rumbos ya explorados para remozarlos con admirables destreza y sensibilidad. Como dir¨ªa ¨¦l mismo, encontr¨® en los cancioneros musicales de los siglos XV y XVI 'nuevos caminos de entronque con nuestra mejor poes¨ªa tradicional, la no contaminada de las f¨®rmulas m¨¦tricas renacentistas, en las que yo tambi¨¦n, por mi creciente amor a Garcilaso, hab¨ªa comenzado a enredarme en sus mallas'. La verdad es que semejante contaminaci¨®n no parece presuponer ning¨²n especial enredo, pero los metros y estrofas cl¨¢sicos prodigados en Marinero en tierra -sonetos, tercetos encadenados, romances, letrillas- constituyen sin duda uno de los m¨¢s notables reencuentros con la veta popular producidos en la poes¨ªa espa?ola desde tiempos de Gil Vicente. As¨ª de rotundo. Se puede estar m¨¢s o menos de acuerdo con esta parcela l¨ªrica de tan eminente reactivaci¨®n en pleno auge de las vanguardias, pero lo que resulta manifiesto es que su vitalismo ejemplifica excepcionalmente unos modales po¨¦ticos inmarchitables.
Alberti es, a no dudardo, un ejemplo de sabidur¨ªa expresiva y perseverante dinamismo creador. Su obra responde siempre a una id¨¦ntica alianza entre la pasi¨®n y el conocimiento; en toda ella comparece el trasunto exultante y fervoroso del espacio nativo y el tiempo de la vida. En la carta que Juan Ram¨®n Jim¨¦nez escribi¨® a Alberti -y que ¨¦ste incluy¨® al frente de Marinero en tierra- se refiere aqu¨¦l a esa 'poes¨ªa popular, pero sin acarreo f¨¢cil: personal¨ªsima; de tradici¨®n espa?ola, pero sin retornos innecesarios; nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ¨¢gil, graciosa, parpadeante: andaluc¨ªsima'. Poco m¨¢s podr¨ªa a?adirse a ese minucioso cat¨¢logo de adjetivos calificativos.
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