Ricos y pobres
A fuerza de hablar de la desigualdad de ingresos y riqueza, a menudo nos olvidamos de subrayar el hecho emp¨ªrico de su acelerado crecimiento, de exponer sus causas y or¨ªgenes, de ponderar sus consecuencias y, m¨¢s a¨²n, de refutar las falsarias justificaciones ideol¨®gicas ofrecidas por los habituales peritos en legitimaci¨®n. De todo ello a menudo nos olvidamos pese a que la desigualdad -m¨ªdasela como se quiera- parece galopar sin brida ni rienda tanto a escala planetaria como local, tanto en los pa¨ªses pobres como en los ricos. Hace ya tiempo que ha rebasado el nivel de lo social, lo ¨¦tica y lo est¨¦ticamente tolerable. La extrema desigualdad est¨¢ haciendo de este mundo nuestro un lugar inestable, reprobable y feo. Los 84 individuos m¨¢s ricos del mundo poseen una riqueza que excede el PIB de China con sus 1.300 millones de habitantes. En 1998, Michael Eisner, director general de Disney, cobraba 576,6 millones de d¨®lares, lo que representaba 25.070 veces el ingreso medio de los trabajadores de esta misma empresa. Ese mismo a?o, un solo ciudadano de Estados Unidos, Bill Gates, dispon¨ªa de m¨¢s riqueza que la del 45% de los hogares de aquel pa¨ªs (Too Much, invierno 1999, y The Nation del 19 de julio de 1999). A fecha de hoy, el 5% de los hogares con mayor poder adquisitivo de Estados Unidos dispone de casi el 50% de la renta nacional. Mientras tanto, 80 pa¨ªses en el mundo tienen una renta per c¨¢pita menor que hace una d¨¦cada. Mientras tanto, la mitad de nuestra especie, la m¨¢s desheredada y vulnerable, 3.000 millones de personas, vive con menos de 2 d¨®lares al d¨ªa y, de ¨¦stos, 1.300 millones con menos de 1 d¨®lar diario. El economista norteamericano Robert Frank, que algunos estudiantes de econ¨®micas conocen por su estupendo manual de teor¨ªa econ¨®mica, explica que, del conjunto de la ciudadan¨ªa de su pa¨ªs, el 1% m¨¢s rico se embols¨® el 70% de toda la riqueza generada desde mediados de los a?os setenta (Luxury Fever, Simon & Schuster, 1999). Para el Reino de Espa?a no hay datos equiparables que sean p¨²blicos. Pero es muy probable, seg¨²n expertos fiscales que llevan a?os rastreando el terreno, que los datos puedan ser igualmente escandalosos, tanto que mejor mantenerlos en secreto. Nunca en la historia de la humanidad hubo tan pocos ricos tan ricos ni tant¨ªsimos pobres tan pobres.
Lo cual es malo al menos por las siguientes razones de consecuencia. Primero, porque hace vulnerables, y en grado diverso, a ampl¨ªsimas capas subalternas de la sociedad. Y con la vulnerabilidad viene la dependencia; con la dependencia, la falta de libertad, y con la falta de libertad, en grado diverso, la condici¨®n servil y la p¨¦rdida del autorrespeto. Segundo, porque pone en manos de unos pocos poderes y recursos desmedidos que pueden condicionar y sesgar el proceso pol¨ªtico del lado de sus intereses privilegiados, socavando as¨ª toda esperanza de democracia real y quebrando la igualdad pol¨ªtica que subyace al ideal de ciudadan¨ªa. Finalmente, la desigualdad extrema entre ricos y pobres (entendidos ¨¦stos en sentido amplio) quiebra la comunidad, rompe los lazos de fraternidad y desata, de un lado, la codicia de los pocos y, del otro, cuando no la envidia y el resentimiento, siempre al menos la frustraci¨®n, y muchas, muchas veces, la desesperaci¨®n de los muchos.
Pese a estas razones, no faltan las justificaciones de la desigualdad. La primera de ellas viene a decir que la gente tiene lo que se merece. As¨ª como el rico merece su riqueza, premio a su emprendedor dinamismo, el pobre -por su falta de aptitud y esfuerzo- merece su opuesto destino social. As¨ª como el leal y eficiente trabajador merece conservar su empleo, as¨ª el que lo pierde merece el escarmiento del paro, en el que merecer¨¢ quedarse si no muestra suficiente capacidad y buena disposici¨®n para la b¨²squeda activa de otro empleo. Oportunidades no faltan, s¨®lo hay que saberlas buscar. Esta justificaci¨®n meritocr¨¢tica de la desigualdad es tan demag¨®gicamente falsa como cierto es el hecho de que nadie merece moralmente ni su azar gen¨¦tico ni su azar social, de por s¨ª muy desigualmente distribuidos. Nadie merece moralmente la familia que le ha tocado en suerte, rica o pobre, decente o depravada, ni, por tanto, las oportunidades -favorables o no- que la familia pueda brindarle. Y lo mismo cabe decir de los talentos -pocos o muchos- con los que uno viene al mundo: nadie los merece moralmente. Si es verdad que la justicia aspira a contrarrestar los caprichos del azar -social y gen¨¦tico-, poco justo ser¨¢ permitir que los individuos gocen sin traba ni freno de sus inmerecidos diferenciales de oportunidad, que ese azar les pone en bandeja. La distribuci¨®n de las dotaciones gen¨¦ticas -como no ha dejado de subrayar John Rawls- son un activo com¨²n de la sociedad, aunque s¨®lo sea porque es la sociedad quien las premia y valora o porque s¨®lo en su seno pueden ejercerse.
La segunda justificaci¨®n de la desigualdad la convierte en el necesario precio de la libertad. En un mundo regido por el libre mercado y asentado en el sacrosanto principio de la libertad de elecci¨®n, un Estado intervencionista podr¨ªa imponer pol¨ªticas redistributivas y regulaciones igualitaristas, pero s¨®lo lo lograr¨ªa a base de cercenar esa misma libertad individual, a base de recortar las opciones sobre las que elegir. Este argumento es tan demag¨®gicamente falso como cierto es el hecho de que la desigualdad implica ella misma una falta de libertad, tanto m¨¢s profunda cuanto m¨¢s dram¨¢tica sea esa desigualdad. Porque falta de libertad -de decidir, de hacer y aun de rechazar- es lo que tiene el trabajador precario que apenas llega a fin de mes y no sabe si ma?ana conservar¨¢ su empleo; es lo que sufre la mujer sometida al marido y desfavorecida y discriminada en toda suerte de oportunidades de vida; es lo que padece el desempleado de larga duraci¨®n, que soporta el estigma social de la dependencia del subsidio p¨²blico (si es que lo tiene). Falta de libertad es lo que tiene el pobre que depende de la exigua caridad de sus cong¨¦neres. Falta de libertad es lo que sufre el subordinado (en la jerarqu¨ªa de la empresa, por ejemplo) cuando tiene que comulgar con ruedas de molino porque necesidades o deseos vitales para ¨¦l dependen de la voluntad de su superior. Falta de libertad, en fin, es lo que padece el que vive con permiso de otro. No olvidemos el dicho de Juvenal: 'Hay muchas cosas que los hombres, si llevan la capa remendada, no se atreven a decir'. El mundo contempor¨¢neo, porque distribuye de forma tan groseramente desigual recursos, oportunidades y riqueza, padece un hond¨ªsimo problema de falta de libertad.
La tercera justificaci¨®n de la desigualdad le carga las culpas al gobierno, sea el que sea. Los gobiernos -viene a decir- promueven la desigualdad con sus equivocadas pol¨ªticas recortando oportunidades de desarrollo individual. As¨ª, por ejemplo, el paro -una fuente terrible de desigualdad social- podr¨ªa evitarse si los mercados de trabajo no fueran tan r¨ªgidos y los empresarios tuvieran m¨¢s facilidades -?todas las facilidades!- de contrataci¨®n y despido. Y todav¨ªa m¨¢s oportunidades habr¨ªa de creaci¨®n de empleo -y riqueza para todos- si los gobiernos apostaran sin tapujos por la productividad y la competitividad de las empresas, rebajando impuestos, recortando gastos sociales, privatizando servicios p¨²blicos y apuntando al d¨¦ficit cero. Esta justificaci¨®n de la desigualdad es tan demag¨®gicamente falsa como cierto es el hecho de que han sido precisamente los gobiernos que m¨¢s han promovido pol¨ªticas desreguladoras de los mercados laborales y fiscalmente estimuladoras de la oferta los que m¨¢s han provocado aumentos de la desigualdad.
Y de las causas de la desigualdad, ?qu¨¦? La desigualdad tiene muchas causas, pero la principal -a no dudarlo- hay que buscarla en el actual modelo capitalista de crecimiento y desarrollo y en el vigente modelo antisocial de propiedad. El capitalismo es un modo de producci¨®n que vive de la desigualad y la retroalimenta positivamente, vive de la desigualdad entre el trabajo y el capital. Reproduce y ampl¨ªa esa desigualdad porque el capitalismo asigna muy distintos recursos de poder a propietarios y no propietarios. Y asigna tan desigualmente el poder social porque se basa en un modelo de propiedad y apropiaci¨®n que no conoce apenas l¨ªmites a su acumulabilidad, y permite formidables hiperconcentraciones de poder econ¨®mico y social que no s¨®lo escapan a todo control democr¨¢tico, sino que por mil v¨ªas consiguen una sobrerrepresentaci¨®n institucional y pol¨ªtica de sus privilegiados y minoritarios intereses. La batalla -por ahora duramente perdida- contra la extrema desigualdad de ingresos y riqueza pasa por buscarle alternativas -si se quiere, parciales y graduales- al capitalismo, alternativas de tipo social-republicano (se?aladamente, aunque no s¨®lo, la renta b¨¢sica de ciudadan¨ªa, como en otras ocasiones hemos desarrollado, por ejemplo, en www.redrentabasica.org), alternativas que permitan a la sociedad recuperar el control democr¨¢tico sobre las decisiones econ¨®micas y a los individuos -a muchos, a millones de ellos- recuperar el control sobre sus propias vidas, esto es, su autonom¨ªa.
Daniel Ravent¨®s es economista, profesor del departamento de Teor¨ªa Sociol¨®gica y Metodolog¨ªa de las CC SS en la Universidad de Barcelona y presidente de la asociaci¨®n Red Renta B¨¢sica. Andr¨¦s de Francisco es fil¨®sofo y profesor de CC Pol¨ªticas y Sociolog¨ªa en la Universidad Complutense de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.