Esto es Am¨¦rica
Hace muy pocos d¨ªas, un lector de este peri¨®dico, Salvador L¨®pez Arnal, publicaba una interesante y educad¨ªsima carta quej¨¢ndose del exceso de publicidad urbana que nos envuelve, aqu¨ª mismo, en Barcelona. Hablaba el se?or L¨®pez, con benevolencia, del atrezo publicitario de los autobuses y manifestaba, "con toda la cortes¨ªa posible, que los usuarios del transporte p¨²blico no queremos entrar en espacios p¨²blicos reconvertidos en agencias publicitarias sin que, desde luego, haya mediado consulta alguna para la toma de tal decisi¨®n". Temo que nuestro lector sea un alma demasiado sensible para lo que hoy se lleva; por eso su observaci¨®n tiene gran inter¨¦s.
?Acaso nos ha consultado alguien para poner vallas publicitarias -de todos los tama?os y modalidades- en la calle o para decorar con anuncios fachadas, el metro o cualquier resquicio del paisaje urbano? Pero ?qui¨¦n se queja de esto, aparte de nuestro excepcional lector? Aunque le acompa?o en su educada queja -y de paso propongo para esta ciudad en perpetua b¨²squeda de identidad el honroso t¨ªtulo de museo planetario del paisaje publicitario-, tengo que a?adir que este sentimiento de extra?eza frente a la publicidad en espacios p¨²blicos es una antigualla que ya parece rid¨ªcula, lo cual, a la vez, es una constataci¨®n muy preocupante para la publicidad misma: si ya nadie repara en ella, ?para qu¨¦ sirve?
Pero si la publicidad contin¨²a ah¨ª ser¨¢ por algo. ?Se cree acaso que la publicidad urbana es garant¨ªa de modernidad? Cosas m¨¢s raras se han visto. Y eso de estar al d¨ªa, en la onda, o como quieran llamarlo, es un clich¨¦ pegado al alma barcelonesa, que muestra de esta forma no s¨®lo su catalanismo y espa?olismo, sino su afici¨®n por un cosmopolitismo de pacotilla. ?A qu¨¦ espa?ol y a qu¨¦ catal¨¢n le gusta que le llamen anticuado? La publicidad a¨²n acarrea, aqu¨ª, el viejo mito: ?esto es Am¨¦rica! Un milagro, en cualquier ¨¦poca.
?Es realmente as¨ª? Si no lo fuera, esta semana no se habr¨ªa pronunciado esta frase -exactamente: ?esto es Am¨¦rica!- a ra¨ªz del secuestro escolar de L'Hospitalet. Aunque ahora esta comparaci¨®n adquiere connotaciones menos festivas y Am¨¦rica -ese lugar donde viven los estadounidenses- es un punto de referencia, al menos, mucho m¨¢s ambiguo. Lo que importa, en realidad, es la sensaci¨®n de modernidad, de "estar al d¨ªa" -y fantasear as¨ª con atraer la atenci¨®n universal- que tambi¨¦n dan cosas tan opuestas como la perversa desgracia del Prestige o la ex¨®tica posibilidad de que las espa?olas de ?60 a?os! puedan tener hijos. Lo que importa es la convicci¨®n de que aqu¨ª pasa lo mismo, en lo bueno y en lo malo, que en esos lugares que se toman como puntos de referencia.
Tener accidentes ecol¨®gicos graves y poner el grito en el cielo, engendrar adolescentes que secuestren a escolares, cambiar las leyes de la biolog¨ªa -quiz¨¢ las madres sesentonas hayan sido ni?as hasta la cuarentena-, y hacer caso omiso del exceso de publicidad urbana tienen hoy ese plus que da hoy el extraordinario, parad¨®jico e incomprensible presente que vivimos. Un presente cuya digesti¨®n causa ya claros s¨ªntomas de empacho no s¨®lo entre nosotros, sino en todas partes.
Fue interesante escuchar, tambi¨¦n esta semana, al ensayista estadounidense Eliot Weinberguer -autor de un estupendo texto intemporal, Rostros k¨¢rmicos, publicado por Emec¨¦- explicar que su ¨²ltimo texto -Cartas de Nueva York- s¨®lo ha podido ser distribuido por Internet: no ha encontrado editor en Estados Unidos. ?Por qu¨¦? Es f¨¢cil de adivinar: sus versiones sobre el 11-S y el Gobierno de Bush son demasiado cr¨ªticas. Es decir, carecen del prestigio -ese plus- necesario para participar de la fiesta de la modernidad al uso. La disidencia, estimado se?or L¨®pez, est¨¢ mal vista. Esto es tambi¨¦n Am¨¦rica.
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