Sin nueces
A primera vista, S?ber impresiona. Los datos objetivos colocan al cuarteto madrile?o como uno de los grandes del rock espa?ol del ¨²ltimo a?o. Se lo merecen, por actitud y voluntad. Han sabido crecer desde una discogr¨¢fica independiente hasta una grande, y han pasado de vender de dos discos no m¨¢s de 10.000 unidades de cada uno, a alcanzar los 60.000 del m¨¢s reciente, Parad?sso, trabajo que han paseado por Espa?a con mucho ¨¦xito, que les ha valido unos cuantos premios y que justificaba su concierto del s¨¢bado, ya en la tanda final del fin de gira. El gran salto no les ha endiosado ni les ha llenado la cabeza de p¨¢jaros.
S?ber impresiona sobre el escenario tambi¨¦n. El fiero aspecto de los cuatro con sus cr¨¢neos rapados, vestidos de negro riguroso, su profusi¨®n de tatuajes y piercings y el exceso de decibelios. Son contundentes y vigorosos, contagian energ¨ªa y ganas de dar brincos. Suenan fuerte y a su parroquia la tienen encandilada con demasiadas concesiones a la galer¨ªa.
S?ber
Carlos Escobedo (voz y bajo), Antonio Bernardini y Jorge Escobedo (guitarras), Alberto Madrid (bater¨ªa). Sala La Riviera. Lleno. Madrid, 22 de noviembre.
Alguien de su entorno dec¨ªa el s¨¢bado por la noche refiri¨¦ndose a su m¨²sica e intentando explicar el fen¨®meno que "esto es lo que viene". Puede ser, lo cual hace m¨¢s valeroso que aunque as¨ª sea, se pueda elegir apartarse de esa ola. El rock de S?ber, sobrio y serio, como su nombre quiere dar a entender, se muestra excesivamente deudor de los grupos en los que se fija. Es la ola de grupos extranjeros como Incubus, Ill Ni?o, Faith No More, Slipknot... que basan su propuesta en la contundencia sonora muy apartada de sutilezas.
Es la pega que se le puede poner a S?ber. Ese rollo ¨¦pico en las letras, y el sonido muy cercano a veces al metal m¨¢s rancio, le hace aparecer como un grupo falto de personalidad. Es el rock previsible de siempre, un punto wagneriano que entusiasma al muchacho nuevo que se acerca por primera vez al g¨¦nero. Es ese p¨²blico joven encantador que se pasa el concierto tocando una guitarra imaginaria, haciendo los cuernos con la mano o rugiendo cuando los efectos pirot¨¦cnicos iluminan el escenario. Demasiada parafernalia para una propuesta tan poco original. Todo est¨¢ muy visto. O sea, demasiado ruido, para pocas nueces.
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