Marcela
Muchas noches, cuando vuelvo a casa, tomo la ruta costera, bordeo el puerto de Alicante, avanzo por el Paseo de G¨®miz y alcanzo la avenida de Denia en los momentos en que el tr¨¢fico remite y circular es un placer ins¨®lito. Hago entonces el giro de costumbre en una curva reci¨¦n asfaltada y me coloco delante del sem¨¢foro. Son apenas noventa segundos los que tarda el disco en ponerse en verde, los suficientes para que Marcela se aproxime con sigilo a la ventanilla derecha de mi coche y me regale una sonrisa provocativa, reci¨¦n pintada, y esa leve inclinaci¨®n de cabeza que es toda una invitaci¨®n al desastre o al sosiego. La conoc¨ª hace dos a?os en un bar de la ciudad, ya de madrugada, en una de esas despedidas de soltero que te permiten acercarte mucho a lo prohibido. Marcela estaba junto a la barra, apurando un Benjam¨ªn y ejerciendo de francotiradora con sus ojos fatales. En un descuido de la concurrencia me pidi¨® fuego adelantando el rostro, acerc¨¢ndome la mirada y los labios, el cigarrillo que se interpon¨ªa entre los dos como la medida ¨²ltima de las cosas. Era un momento m¨¢gico, pero yo no ten¨ªa un mal mechero con que paliar el asunto y, antes de que pudiera reaccionar, un buitre que presenciaba la escena desenfund¨® su Zippo y se arrim¨® a sus muslos con una insolencia pr¨¢ctica. En aquel antro poblado de humo y decibelios perd¨ª el rastro de mis amigos, pero, antes de marcharme, averig¨¹¨¦ que Marcela era lituana, llevaba tres meses en Alicante y a¨²n no hab¨ªa cumplido los diecisiete.
No volv¨ª a saber de ella hasta hace unas semanas, cuando la encontr¨¦ a las afueras de la ciudad, junto al sem¨¢foro, ejerciendo la prostituci¨®n sin ret¨®rica alguna, triste y destronada. Pero el caso de Marcela se disuelve en el lamentable espect¨¢culo de cientos de muchachas que son igualmente explotadas en esta provincia, de cientos de miles que llegan a nuestro pa¨ªs para perder definitivamente los sue?os y padecer una esclavitud sexual de irreparables consecuencias. Son s¨®lo mercanc¨ªa para el lucro, criaturas que llegan en vuelo regular o en viajes organizados a nuestro oeste pr¨®spero para que el fracaso les borre la sonrisa y un chulo las marque para siempre.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.