Sorolla reabre su casa-museo con el destello de su arte
Miles de visitantes acuden a la vivienda del pintor valenciano, que atesora 250 de sus mejores lienzos en Mart¨ªnez Campos, 37
Miles de visitantes han acudido en las dos ¨²ltimas semanas a un escenario reci¨¦n recuperado para la ciudad tras un a?o de reformas. Tal paraje, un palacete de porte mediterr¨¢neo, porche columnado y muros color azul, crema y amarillo, destila una de las atm¨®sferas m¨¢s transparentes de Madrid. Es una suerte de fanal cristalino, mirador desde el que cabe zafarse con desenvoltura de la tristeza umbr¨ªa de los d¨ªas de lluvia. A cuantos sufren aqu¨ª de nostalgia de mar y de arena, de cielos altos y de brisa, esa atalaya les brinda mitigar su a?oranza: es la Casa-Museo del pintor Joaqu¨ªn Sorolla y Bastida (Valencia 1863, -Cercedilla, 1923), visitable toda la semana salvo los lunes; se encuentra en el n¨²mero 37 de la calle del General Mart¨ªnez Campos, en Chamber¨ª.
Quiso hacer de su palacete madrile?o un retablo luminoso de su obra, su ¨¦poca y su vida
El palacete alberga desde 1925 un museo deslumbrante de pintura, el que contiene mayor n¨²mero de obras del pintor valenciano, m¨¢s una residencia familiar que esconde rincones donde la belleza parece haber fondeado desde que el arquitecto Enrique Mar¨ªa Repull¨¦s y Vargas lo construyera en 1911 por encargo de su impar inquilino. Fue ¨¦ste quien modificara los planos iniciales mediante la separaci¨®n de la vivienda de los tres estudios interconectados en los que el pintor trabajaba y que hoy cabe visitar conjuntamente.
A la Casa-Museo de Sorolla se accede por un jard¨ªn con arrayanes, fuentes de aguas cantarinas y her¨¢ldica cincelada sobre orgullosas piedras de Castilla. Sus z¨®calos exhiben azulejer¨ªa que recuerda la frescura huertana de Valencia, donde Joaqu¨ªn Sorolla naciera en el seno de una familia de artesanos en 1863.
Educado a la vera de un maestro escultor, Cayetano Capuz, un casi adolescente Sorolla viaj¨® a Madrid en 1881. Hu¨¦sped de Roma y Par¨ªs, donde cohabit¨® gozoso con el impresionismo, trabaj¨® con denuedo indagando fascinadamente en la huidiza naturaleza de la luz; despu¨¦s, en la experimentaci¨®n crom¨¢tica m¨¢s disciplinada y tenaz, hall¨® ese punto -m¨¢s all¨¢ del espacio - donde el color se emancipa del pincel y, como prodigiosamente, comienza a procurar a la imaginaci¨®n de quien en ¨¦l se recrea la m¨¢s plena libertad.
En esa confluencia del mar, la tierra y el cielo que es la playa, Sorolla situ¨® tanto a sus mujeronas con banastas ensangrentadas por peces de plata como a sus damas de pamela y atuendos de batista, tules y organd¨ª. Pugn¨® tanto por aproximarse a la realidad que consigui¨® en sus cuadros solapar la belleza con esa alegr¨ªa indomable del Levante que, a¨²n hoy, regala su luz a raudales a quienes visitan la Casa-Museo.
Acreditado como uno de los mejores pinceles de la ciudad, quiso Sorolla anclar su destino a la capital madrile?a. Pero lo har¨ªa de una forma especial: su hogar habr¨ªa de ser un faro para ahuyentar la noche y la pena, brind¨¢ndo a s¨ª mismo y a sus hu¨¦spedes una luminosidad perenne que hoy pervive en los colores, rasgos y matices que su mano supo hacer brotar de su paleta.
Por las salas cuidadamente restauradas de su palacete desfilan ya visitantes, en su mayor parte entrados en a?os, que intentan a trav¨¦s de ese circuito evocar el primer cuarto del siglo XX, una de las ¨¦pocas m¨¢s trepidantes y desconocidas de la historia madrile?a. En sus miradas, algunos muestran sorpresa ante la vivacidad de la cual Sorolla consigui¨® impregnar los dos centenares y medio de lienzos que decoran su magn¨ªfica casa.
Museo urbano y residencia de artista, la mansi¨®n guarda, adem¨¢s, impar riqueza ornamental: orfebrer¨ªa, textiles, metal y cer¨¢mica, cuyos dise?os, texturas, brillos y relieves dibujan el interior de una estancia donde no faltan los ¨¢ticos acristalados, ni las maderas bru?idas de destello hiriente, ni las paredes de color rojo ingl¨¦s, ni los bustos cincelados por manos amigas como las de su maestro Capuz. Fue ¨¦l quien diera a Sorolla la formaci¨®n escult¨®rica plasmada en su lienzo La bata rosa, pintado en 1916. El balandrito y su Autorretrato identifican dos de sus obras excelsas, junto con el retrato de su hijo Joaqu¨ªn Sorolla y Garc¨ªa, uno de los m¨¢s elegantes de cuantos pintara su padre, el artista que inmortalizara algunos paisajes de la sierra de Guadarrama, en cuyo regazo, Cercedilla, muriera el pintor en 1923. Con certeza, muchos visitantes se conmover¨¢n ante un mar gris, de grupa alta, bramando espuma en San Sebasti¨¢n; mojar¨¢n sus pies en la playa valenciana de la Malvarrosa, junto a una orilla bajo la cual destellan movientes hebras que parecen de oro; serenar¨¢n su ¨¢nimo con el delicado andar por la arena de Biarritz de damas de blanco y a?il, para quedar ensimismados por la caricia de enso?ados atardeceres granates. Compru¨¦benlo.
Museo Sorolla. Martes a s¨¢bado, abierto entre las 9.30 y las 15.00. Entrada 2,4 euros. Domingos, en que abre sus puertas a las 10.00, entrada gratuita. Avenida da del General Mart¨ªnez Campos, 37.
Un legado integrador
Uno de los principales tesoros que contiene la Casa-Museo de Joaqu¨ªn Sorolla en Madrid es la serie de bocetos de los lienzos que le fueran encargados por The Hispanic Society, entre 1912 y 1919, para decorar su sede en Nueva York. Fueron obras agrupadas en la serie La visi¨®n de Espa?a, al modo de un Friso de Costumbres y Fiestas de las Regiones. Con maestr¨ªa extraordinaria, la pupila del pintor gui¨® su pincel a la hora de retratar a una abuela y una nieta de los valles pirenaicos: de verde y terciopelo, se ven ataviadas de esas joyas que s¨®lo las mujeres monta?esas saben tan altivamente lucir con la elegancia que brota de su naturalidad. Retrat¨® tambi¨¦n Tipos de Salamanca, personajes de Valencia, Navarra y Extremadura y otros s¨®lo parangonados en Madrid por los lienzos de trasunto costumbrista de Sotomayor que atesorara la Academia de San Fernando, en Alcal¨¢, 13. Aunque su impronta podr¨ªa ser considerada hoy como un punto folkl¨®rica, estas piezas de Sorolla y otros artistas espa?oles con vocaci¨®n integradora bien podr¨ªan enriquecer un futuro Museo Etnogr¨¢fico, disperso hoy por estanter¨ªas de la Ciudad Universitaria. Con los mimbres antropol¨®gicos y culturales que ya existen, el futuro museo podr¨ªa convertirse en el emblema en Madrid de las 17 comunidades aut¨®nomas, toda vez que una nueva ley exprese el anhelo madrile?o de reestrenar su capitalidad.
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