Precauci¨®n en serio
Basta una simple s¨ªlaba -como om, la m¨¢s sagrada-, pero puede ser una palabra y hasta un verso con sombra de sentido, aunque en su mayor parte carecen de ¨¦l: los mantras o expresiones sagradas del budismo y del hinduismo est¨¢n dotados de un poder autosugestivo y m¨ªstico que rapta las mentalidades y sorbe el seso. A fuerza de repetirlos, acabamos por creer que su sonido es su significado.
En la cultura legal de mi generaci¨®n, el mantra por antonomasia es la palabra precauci¨®n, elevada por tratados y documentos internacionales a la difusa categor¨ªa de principio universal de conducta. En 1982, la Carta Mundial de la Naturaleza, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas, se refiri¨® por primera vez al principio de precauci¨®n. Al cabo de 10 a?os lo recoger¨ªa la Conferencia de R¨ªo: "Con el fin de proteger el medio ambiente, los estados deben aplicar ampliamente el criterio de precauci¨®n". Y hoy est¨¢ en el art¨ªculo 174.2 del Tratado de la Uni¨®n Europea: "La pol¨ªtica de la Comunidad en el ¨¢mbito del medio ambiente... se basar¨¢" -entre otros- en el principio "de precauci¨®n", pero en ning¨²n lugar del tratado se nos dice en qu¨¦ consiste y ello da pie a interpretaciones para todos los gustos.
As¨ª, por miedo a la enfermedad de las vacas locas, los norteamericanos rechazan sangre de personas que hayan vivido en Francia cinco a?os durante los ¨²ltimos veinte y, por pavor a enfermedades v¨ªricas feroces, los franceses casi hacen lo propio con donantes homosexuales; por recelo a semillas y alimentos transg¨¦nicos, gobernantes de pa¨ªses africanos azotados por el hambre se niegan a recibirlos; por lo que pudiera pasar, bastantes ONG de renombre rechazan arriesgarlo abogando por la recuperaci¨®n del uso del DDT en la lucha contra la malaria; por no quedar acreditada en juicio la inocuidad de campos electromagn¨¦ticos por debajo de una microtesla, algunos jueces espa?oles han adoptado medidas cautelares contra la instalaci¨®n de antenas telef¨®nicas o de transformadores el¨¦ctricos; por si acaso, pol¨ªticos y periodistas proponen restablecer la censura de obras de ficci¨®n violentas no fuera que el cerebro de los ni?os quedara mal recableado de por vida.
En estos casos, poco se arregla con pedir precauci¨®n a secas si nadie explica en qu¨¦ consiste ser precavido. De noche todos somos ciegos, pero la oscuridad no se combate con falta de claridad: hay que tomarse en serio el principio, y para ello, no hay m¨¢s remedio que hacer los deberes. Para empezar, pol¨ªticos, periodistas, legisladores y jueces deber¨ªan distinguir probabilidad e incertidumbre, limitar el alcance del principio de precauci¨®n a esta ¨²ltima, pero excluirlo de la primera: toda actividad humana supone riesgos, pero algunos est¨¢n bien documentados y podemos cuantificar con precisi¨®n la probabilidad de su concreci¨®n -por ejemplo, los de la circulaci¨®n rodada-. Los riesgos asegurables son de esta naturaleza y, por ello, quedan fuera del alcance del principio de precauci¨®n: ya sabemos a qu¨¦ atenernos y si no lo hacemos es porque no queremos. En cambio, hablamos de incertidumbre y aplicamos el principio cuando el estado de los conocimientos cient¨ªficos y tecnol¨®gicos no permite cuantificar los riesgos -el contagio por v¨ªa sangu¨ªnea de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, por ejemplo-.
En segundo lugar, conviene precisar qu¨¦ significado legal de precauci¨®n vamos a usar: la versi¨®n d¨¦bil del principio se limita a defender que la incertidumbre no justifica la inacci¨®n del legislador, pero no dice en qu¨¦ direcci¨®n hay que regular nada. Una intermedia propugna que la incerteza exige intervenir, pero tampoco en este caso se ofrecen gu¨ªas para la acci¨®n. La versi¨®n m¨¢s fuerte establece que, en caso de incertidumbre sobre un riesgo, quien propone desarrollar la actividad que lo genera deber¨¢ aportar pruebas sobre su inocuidad. Mas el resultado es paralizante: la receta de principio es no innovar, algo dif¨ªcil de justificar como regla universal de conducta.
En tercer t¨¦rmino, siempre es bueno distinguir incerteza de ignorancia: hace dos a?os, la Comisi¨®n Europea public¨® una comunicaci¨®n sobre el recurso al principio de precauci¨®n que suger¨ªa arrancar siempre con una evaluaci¨®n cient¨ªfica: la precauci¨®n est¨¢ justificada en la incertidumbre y no en el simple desconocimiento de algunos o de muchos. Si confundimos aqu¨¦lla con ¨¦ste, la ingenuidad de la opini¨®n p¨²blica ser¨¢ presa f¨¢cil de demagogos profesionales. Luego, a?adi¨® la Comisi¨®n, si de la evaluaci¨®n resulta que deben adoptarse medidas, ¨¦stas deber¨¢n ser proporcionales al nivel de protecci¨®n elegido, no discriminatorias, coherentes con otras similares, justificadas en un an¨¢lisis de los costes y beneficios, revisables y capaces de designar a qui¨¦n corresponde aportar las pruebas necesarias para evaluar el riesgo.
Para que la palabra precauci¨®n no quede en conjuro, hay que tratarla con delicada cautela. Con mucho cuidado.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil de la Universidad Pompeu Fabra.
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