El M¨¢laga deja en rid¨ªculo al Leeds

Hay partidos que deben ganarse por encima de un mont¨®n de cad¨¢veres. ?ste de Elland Road lo gan¨® el M¨¢laga con todo el m¨¦rito del mundo. No se dej¨® intimidar por el agrio estilo del Leeds, que dedic¨® el tiempo a cazar tibias y dentaduras, ni dej¨® pasar la oportunidad de demostrar la diferencia entre los dos equipos, abismal en cuanto Sandro entr¨® a jugar.

Hubo un tiempo de efervescencia en el Leeds, que se postul¨® como alternativa al Manchester y el Arsenal con un equipo joven y descarado. Era una banda de mocosos que jugaba un f¨²tbol el¨¦ctrico. El futuro parec¨ªa ilimitado, pero pocas veces se ha asistido a un desplome similar. De aquel Leeds emergente se ha pasado a un Leeds vulgar, alicorto, tan bueno o tan malo como el Scunthorpe United, por ejemplo. O sea, un poco de naturaleza inglesa para empujar y un penoso cat¨¢logo de carencias. Al frente de esta ruina se sit¨²a Terry Venables, un entrenador tan sobrevalorado como protegido por la prensa, que le atribuye conocimientos casi m¨¢gicos. Lo cierto es que el Leeds est¨¢ al borde del descenso, juega francamente mal y la hinchada no traga a Venables. Con raz¨®n, por lo que se vio ayer.

El M¨¢laga, que se vac¨ªa cada temporada vendiendo a sus mejores jugadores, tiene el m¨¦rito de los equipos que no miran atr¨¢s. Aunque su pol¨ªtica de venta de futbolistas es muy da?ina para la estabilidad del equipo, el M¨¢laga logra mantener cierto equilibrio, o al menos no se altera con tanto traj¨ªn. En Elland Road fue mejor que el Leeds. No hizo grandes alardes, pero hab¨ªa en su f¨²tbol una facilidad que no se encontraba de ninguna manera en los ingleses, que tiraron por la directa en cuanto pudieron. El Leeds traspas¨® la frontera del vigor para convertir el partido en una reyerta de callej¨®n, quiz¨¢ porque sus jugadores no ve¨ªan la manera de superar al M¨¢laga por lo civil.

Con el gol de Vald¨¦s, el Leeds comenz¨® a pegar de forma artera. Nadie lo resumi¨® mejor que Bowyer, un pendenciero que abri¨® las hostilidades con un patada al peron¨¦ de Gerardo. Luego le pis¨® la cabeza. Nada de sutilezas. Los jugadores del M¨¢laga tomaron nota del partido que ven¨ªa. No era una noche para tibios. Probablemente Gerardo se ofusc¨® durante un rato por el efecto de la agresi¨®n, pero el equipo entr¨® al cuerpo a cuerpo sin caer en las provocaciones. De vez en cuando sal¨ªa algo limpio de la gresca, un detalle de Musampa, un apunte de Dario Silva, alg¨²n movimiento felino de Dely Vald¨¦s.

Del Leeds no hubo otra cosa que el gol, que lleg¨® cambi¨® el ¨¢nimo de la hinchada. La gente comenzaba a molestarse con el equipo, pero el humor es cambiante en el f¨²tbol. Bast¨® el gol para escuchar los c¨¢nticos desde los fondos. Eran c¨¢nticos que celebraban la mediocridad, porque su equipo apestaba. El Leeds no tuvo otra ocasi¨®n de gol hasta el minuto 85, con un tiro de Alan Smith que detuvo Contreras. Al M¨¢laga, cuya entereza no estaba en duda, le faltaba alguien con clase para convertir el partido en un paseo. Ese alguien fue Sandro, que sali¨® en el segundo tiempo y dio un recital en Elland Road. Con pases de dos metros, paredes, amagos y todo su viejo repertorio, Sandro produjo tal perplejidad en los sangu¨ªneos ingleses que ya no hubo vuelta atr¨¢s. S¨®lo pod¨ªa ganar el M¨¢laga. Es lo que ocurri¨® en Elland Road en una noche de navajas.