R¨¦quiem
"Cuando ca¨ªa un espa?ol se mutilaba el universo...". Era un hombre como una escultura; su cabeza parec¨ªa la de un gladiador romano, calva y adem¨¢s afeitada, rojiza como el horizonte, en esa piel curtida se ve¨ªan las venillas de la vida. Sus ojos eran acerados y precisos, volc¨¢nicos; ten¨ªa las manos duras de pelear con la tierra, y la poes¨ªa le serv¨ªa como un arma.
Las manos que cultivaban la tierra eran tambi¨¦n las que escribieron ese verso de R¨¦quiem, uno de sus poemas m¨¢s recordados, "Cuando ca¨ªa un espa?ol se mutilaba el universo". Era risue?o, re¨ªa siempre, pero era un hombre triste y radical, rabioso. Ten¨ªa rabia de vivir, y de recordar. Hace unos a?os, en un estudio de radio, escuch¨® la voz antigua de la inmediata posguerra civil, le recordaron de repente su propio encarcelamiento, la soledad del destierro, el tiempo terrible de la prisi¨®n, y llor¨® inconsolable, como si la historia se le hubiera roto en el coraz¨®n y en el pecho dolorido y rebelde con el que ya respiraba a duras penas.
Entonces se asist¨ªa de respiraciones artificiales, pero aun as¨ª cort¨® el llanto con un vaso helado de chinch¨®n, y luego sigui¨® hablando, ya sin los cortes de la emoci¨®n, pero herido, muy herido, por la memoria. En sus versos est¨¢ ¨¦l, claro, y la cr¨®nica de su tiempo, y si se hurga hasta al final de esa melancol¨ªa que le produjo la derrota se ve por qu¨¦ lloraba ese mediod¨ªa este hombre que parec¨ªa un brazo de mar, roto por el recuerdo del desastre colectivo. "Qu¨¦ m¨¢s da que la nada fuera nada / si m¨¢s nada ser¨¢, despu¨¦s de todo, / despu¨¦s de tanto todo para nada". Esos versos vuelven a Nueva York -est¨¢n en Cuaderno de Nueva York- fueron dedicados a su nieta Paula Romero y no son su epitafio, sino su declaraci¨®n existencial m¨¢s dura. Su epitafio puede parecerse a este que ¨¦l mismo escribi¨®: "Si muero, que me pongan desnudo, / desnudo junto al mar. / Ser¨¢n las aguas grises mi escudo / y no habr¨¢ que luchar. / Si muero, que me dejen a solas. / El mar es mi jard¨ªn. / No puede, quien amaba las olas, / desear otro fin".
En 1981, cuando le dieron el primer premio Pr¨ªncipe de Asturias, y acababa de ocurrir el golpe de Estado del 23-F, se dirigi¨® al heredero de la Corona explic¨¢ndole por qu¨¦ la democracia civil era una historia que no se pod¨ªa interrumpir de nuevo. ?l desde?aba lo que ya escribi¨®, como si la vida fuera inacabable, y se situaba siempre como un espectador: la realidad escrib¨ªa mejor que ¨¦l, dec¨ªa, y esos versos con los que ¨¦l desped¨ªa a un emigrante espa?ol muerto en la pobreza en Nueva York parec¨ªa no s¨®lo un hermoso poema, una conmovedora despedida, sino una declaraci¨®n de principios del hombre que hace versos con los que quiere presentar lo que ocurre y nada m¨¢s, representar a su pa¨ªs, retratarlo queri¨¦ndolo. "Objetivamente. Sin vuelo en el verso. Objetivamente".
?l era un hombre despojado de todo; se le ve¨ªa en el campo, en Titulcia, en medio del invierno o del calor del verano, cortando le?a, haciendo vino, persiguiendo mariposas al atardecer, poblado su horizonte, y su casa, por amigos que brindaban con ¨¦l por lo m¨¢s delgado de la esperanza: el aire de vivir. Se ocultaba detr¨¢s de una iron¨ªa, y de una feroz denuncia de s¨ª mismo, para contar qu¨¦ ocurr¨ªa con los dem¨¢s, qu¨¦ le pasaba al mundo. Cuanto s¨¦ de m¨ª, el hermoso t¨ªtulo con el que compil¨® su poes¨ªa, no era sobre s¨ª mismo, sino sobre los otros. Era un hombre de acogida. Su amigo fue el mar, esa fue su pasi¨®n, y su nobleza era la de un cronista que ve, ama y se despide. Y no quer¨ªa, al final de su tiempo, otro compa?ero que el mar de los adioses. Sin vuelo en el verso. Muchos diremos, como ¨¦l mismo en R¨¦quiem, "No he dicho a nadie / que estuve a punto de llorar". Era un poeta capaz de calmar la melancol¨ªa con la risa, pero dej¨® pu?ados puros de ese primer sentimiento.
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