El orgullo del poeta
Jos¨¦ Hierro amparaba la soledad de sus confesiones en un castillo de bromas. Se escapaba de s¨ª mismo y de los dem¨¢s a trav¨¦s del humor, de la parodia, por necesidad de interrumpir las situaciones demasiado solemnes. El pudor y el orgullo hab¨ªan convertido en asunto de conversaci¨®n imposible todas las preocupaciones que conmueven con una seriedad extrema las alegr¨ªas y las tristezas de sus libros. En las lecturas p¨²blicas, por grandes y teatrales que fuesen los recintos, cada palabra de Hierro cruzaba la atm¨®sfera silenciosa con una verdad en la mano. Sin embargo, en la mesa de un restaurante o en los rincones solitarios de un bar, cualquier conversaci¨®n tend¨ªa a desembocar en un farsa huidiza y esperp¨¦ntica. Se escudaba en esa distancia fraternal que establecen las fronteras de la risa.
Como casi todos los poetas espa?oles que empezamos a publicar en los a?os 80, le¨ª pronto, pero tal vez mal, a Jos¨¦ Hierro. Por suerte, Francisco Brines me llam¨® la atenci¨®n sobre la calidad de su obra y sobre el orgullo sumergido que defin¨ªa su car¨¢cter, un orgullo de poeta ingobernable, tozudo, dispuesto a ser fiel a la ra¨ªz de su g¨¦nero, por encima de las modas, la fama y las etiquetas reductoras. "Tuve amor y tengo honor, / esto es cuanto se de m¨ª", escribi¨® Calder¨®n de la Barca, para que muchos a?os despu¨¦s, cit¨¢ndolo, Jos¨¦ Hierro transformase el honor calderoniano en orgullo po¨¦tico, en viento de sus palabras y piedra de sus silencios. La vanidad de los escritores suele traducirse en una b¨²squeda insaciable de reconocimientos, justificada en la defensa absoluta de los m¨¦ritos propios y en el desprecio rencorosos ante la labor de los dem¨¢s. El orgullo tiene que ver con el respeto a las dudas m¨¢s profundas, con la lealtad ¨ªntima y discreta que se merecen las soledades de la creaci¨®n y la dignidad de los creadores. Poco vanidoso, muy orgulloso, Jos¨¦ Hierro nunca dio su brazo a torcer, y lo hizo sin menospreciar a nadie, en un di¨¢logo discreto con sus obsesiones. Posiblemente sab¨ªa que la vanidad es un pariente pobre y pedig¨¹e?o del orgullo.
Las dudas de Jos¨¦ Hierro, el centro de su aventura l¨ªrica, se situaron en las relaciones entre el individuo y la historia, la intimidad y el testimonio, la alucinaci¨®n y el reportaje. En el pr¨®logo a Poes¨ªas escogidas (1960), afirm¨® que esta tensi¨®n resultaba tal vez incomprensible lejos de Espa?a, de su historia tr¨¢gica, que hab¨ªa sorprendido a los poetas con la barbarie de una guerra y una represi¨®n insoportable. Y es verdad que las circunstancias espa?olas acentuaron las tensiones po¨¦ticas, situando en una posici¨®n inc¨®moda a los autores que como Jos¨¦ Hierro procuraban no caer en una distinci¨®n simplista entre la subjetividad y la historia o entre la vida y la cultura. El mismo lo asumi¨® con toda clarividencia en unas palabras escritas para la Antolog¨ªa de la poes¨ªa social de Leopoldo de Luis: "No s¨¦ hasta qu¨¦ punto puede encajar mi poes¨ªa entre las sociales qu¨ªmicamente puras. Probablemente parezca demasiado intimista para ser llamada poes¨ªa social. Pero tambi¨¦n es verdad lo contrario: que m¨¢s de una vez se me ha dicho que era demasiado social para ser intimista".
Pero al margen de la circunstancia espa?ola, con sus coyunturas superficiales de dogmatismo social o metaf¨ªsico, pol¨ªtico o culturalista, las tensiones po¨¦ticas que sostienen la obra de Jos¨¦ Hierro, y de los otros grandes poetas espa?oles de la posguerra, no son muy diferentes de las que se mueven en las contradicciones de las poes¨ªa moderna, una lectura de los acontecimientos temporales con voluntad de transcendencia y de eternidad, seg¨²n la famosa definici¨®n de Baudelaire, que sab¨ªa descubrir, como B¨¦cquer y como Hierro, la alegr¨ªa en el dolor y la tristeza en el vino. Igual que sucede con Roma, todos los caminos acaban en la poes¨ªa, porque toda la historia camina hacia el individuo. Jos¨¦ Hierro afirmaba que cualquier direcci¨®n vale, pero siempre que se escriba desde enfrente, desde el otro lado, clarificando un misterio que sit¨²a la alucinaci¨®n en la realidad y el testimonio temporal en la imaginaci¨®n. No quiso poner diques en el maravilloso desorden de las cosas. Escrib¨ªa para dudar, y cuando los versos le dieron una respuesta se escud¨® en el castillo de sus bromas, para esconderla, para seguir dudando, para sentirse poeta todav¨ªa, amparado de si m¨ªsmo y de los dem¨¢s, gracias al buen humor de un orgullo pudoroso.
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