Precauci¨®n
Lo del PP es decencia-ficci¨®n. Ahora resulta que se hacen las v¨ªctimas ante la marruller¨ªa del fulero Caldera. As¨ª demuestran haber aprendido el victimismo de los nacionalistas, cuya doble moral les permite denunciar la paja en el ojo ajeno mientras las vigas ciegan los suyos propios. Pero sus histri¨®nicas protestas de airada dignidad ofendida son de una hipocres¨ªa rayana en el fariseismo, pues lo que lleva practicando el partido en el poder desde que se inici¨® la crisis del Prestige -por no citar toda su c¨ªnica trayectoria previa- es una permanente manipulaci¨®n generalizada, que s¨®lo busca encubrir sus responsabilidades con el ¨²nico objeto de atenuar su coste electoral.
?Recuerdan aquel refr¨¢n?: cree el ladr¨®n que todos son de su condici¨®n. Cuando Aznar acusa a la oposici¨®n de sacar tajada electoral con su alarmismo, no hace sino atribuirle las mismas intenciones que ¨¦l mismo abrig¨® en el pasado -como jefe de aquella desleal oposici¨®n que acab¨® con Gonz¨¢lez manipulando esc¨¢ndalos medi¨¢ticos-, y que sigue esgrimiendo hoy. ?C¨®mo explicar, si no, el falaz encubrimiento de la crisis del Prestige? ?Por qu¨¦ se silenci¨® la previsible magnitud del impacto, y por qu¨¦ se evit¨® movilizar a tiempo los recursos necesarios? ?S¨®lo por pura incompetencia? Es verdad que a veces se hacen los tontos -como Cascos o Rajoy, que se dejan confundir por infor-mes contradictorios de t¨¦cnicos an¨®nimos-. Pero no nos enga?emos: si encubren la crisis, a riesgo de parecer incompetentes o chapuceros, s¨®lo es debido al m¨¢s simple inter¨¦s electoral.
Parece veros¨ªmil la denuncia de Aznar, cuando acusa a la oposici¨®n de explotar la cat¨¢strofe a la espera de ganar un pu?ado de votos. Pero exactamente lo mismo hizo ¨¦l, al minimizar el riesgo que se corr¨ªa a la espera no de ganar votos, pero s¨ª de no perderlos al menos, aminorando el impacto de su propio riesgo electoral. Lo cual es muestra de un c¨ªnico oportunismo pol¨ªtico, pero esta vez m¨¢s irres-ponsable que el de la oposici¨®n, pues no era esta sino el Gobierno quien deb¨ªa cargar con todo el peso de la responsabilidad.
?Resultan equiparables los sim¨¦tricos electoralismos del Gobierno y la oposici¨®n, que les conducen al encubrimiento y al alarmismo? No, en absoluto, pues al tratarse de un caso de riesgo ambiental, las consecuencias de sus respectivos vicios de informaci¨®n resultan diametralmente opuestas. Es ¨¦ste un dilema que tambi¨¦n se plantea con los medios de comunicaci¨®n, cuando han de informar sobre atentados o cat¨¢strofes. ?Se puede exagerar el alarmismo o se lo debe reducir al m¨ªnimo, recurriendo al c¨¦lebre apag¨®n informativo como algunos recomiendan que ha de hacerse con el terrorismo? Seg¨²n el principio de transparencia, en caso de duda siempre es mejor m¨¢s informaci¨®n que menos. Es verdad que este criterio es discutible por su presunta ineficacia antiterrorista. Pero con respecto a la alarma ante el riesgo ambiental, no hay duda posible.
Desde la Declaraci¨®n de Bergen, en 1990, la pol¨ªtica de prevenci¨®n del riesgo ambiental se basa en el principio de precauci¨®n, que reza as¨ª: "Si existe la amenaza de da?os serios e irreversibles, la ausencia de certeza cient¨ªfica completa no puede utilizarse como raz¨®n para posponer medidas dirigidas a prevenir la degradaci¨®n ambiental". Y este principio precautorio obedece al criterio maxim¨ªn propuesto por Elster, seg¨²n el cual, "en condiciones de incertidumbre, lo racional es actuar como si lo peor fuera a pasar" (J. A. L¨®pez Cerezo y J. L. Luj¨¢n: Ciencia y pol¨ªtica del riesgo, Alianza, 2000).
Por eso, ante la crisis del Prestige, era necesario el vigilante alarmismo que s¨®lo la prensa y la oposici¨®n desplegaron. Y en cambio, lo m¨¢s perjudicial fue la ocultaci¨®n del riesgo que el Gobierno practic¨® por inter¨¦s electoral. Pues en lugar de prevenir la peor alternativa, como exige el principio de precauci¨®n (internacionalmente obligado en toda crisis medioambiental desde la Cumbre de R¨ªo), opt¨® por encubrirla, confiando a ciegas en la providencia divina.
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