Con Aznar en los talones
El escritor Carlo Frabetti recuerda en uno de sus art¨ªculos nuestra visita a Bagdad, en una delegaci¨®n cultural, junto a Juan Antonio Bardem, Gloria Berrocal, Joan Genov¨¦s e Ignasi Riera. F¨ªrmame el llamamiento de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas, contra la barbarie; y se lo firmo, por supuesto. Se har¨¢ p¨²blico en Bagdad, mientras Bush, Blair y alg¨²n que otro advenedizo Aznar, dise?an el sacrificio de Irak, impelidos por la codicia, el expolio y la irracionalidad. De buena ma?ana, me llama, desde Barcelona, Marisa, una motera que se me hizo sustancia de solidaridad y Harley Davidson, entre el perfume del te, en la calle Hamra, de Beirut: ?nos encontraremos en el avi¨®n? Y en su voz, el rumor de un Tigris de memoria e hidrocarburos, de mezquitas de c¨²pulas de oro y azulejer¨ªa, de semillas de ajonjol¨ª; y el dolor de escuelas devastadas, de hospitales y cirujanos sin quir¨®fanos, de gente con los miembros amputados y las alacenas saqueadas: la perversa cr¨®nica de la CNN no pudo ocultar tanta sangr¨ªa.
Y ahora, ?qu¨¦? Ni miles de papeles, ni cientos de inspectores husmeando los vestigios del origen, de toda la civilizaci¨®n vulnerada, satisfacen a la Casa Blanca, donde un vaquero, ebrio y envilecido, dispone otra matanza. Quiz¨¢ ese Occidente pasmado por la decoraci¨®n urbana, ternurista y mercantil del consumismo, recupere la conciencia y desenmascare, de una vez, a los farsantes. Tal es la esencia del llamamiento: no al deg¨¹ello de los pueblos, no a la administraci¨®n interesada del caos, no a esa cruzada que se proclama desde la infamia. Porque se va a perpetrar un nuevo crimen contra los iraqu¨ªes. Antes, desde Bagdad, se dirigir¨¢ al Gobierno espa?ol una advertencia: ni efectivos militares ni utilizaci¨®n de nuestro suelo para operaciones de exterminio. La voluntad mayoritaria de las gentes se opone. Entre tanto, Bagdad invita a la CIA a que olfatee y registre los presuntos arsenales. Pero a nadie le gusta tener tras sus talones a los matarifes. Y adem¨¢s siempre queda una latitud del coraz¨®n que nunca se rinde.
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