Movimiento perpetuo
Antes de que el tambor de la Filarm¨®nica de Viena inicie el redoble de la Marcha Radetzky y la Europa que viste y calza lo coree con la solidaridad prevista por don Carlos Marx -"capitalistas del mundo, un¨ªos"-, el saxofonista de la calle de Espoz y Mina, que sigue a su aire este Concierto de A?o Nuevo, toca el bello Danubio azul con el patetismo de los legendarios payasos del Price al interpretar el pasodoble de fin de fiesta. Es un patetismo barato, hasta el feroz sacamantecas se conmover¨ªa al o¨ªrlo, pero la gente normal anda resabiada y con hast¨ªo y, contrariamente a lo que se esperaba de este jolgorio programado, no secunda el tema sugerido por el m¨²sico; s¨®lo un pavo, indultado de la matanza de Navidad, se acopla al ritmo del saxof¨®n desplegando su cola en medio de la acera igual que una novia su traje en el baile de debutantes: quiz¨¢ es un pagado de s¨ª mismo o del concertista, quiz¨¢ le emborracharon con guindas o acaso celebra su exclusi¨®n del sacrificio de la Pascua sin darse cuenta de que todav¨ªa quedan fiestas para consumir su carne.
De un bar de la calle de la Victoria procede el mimo que se arrima al m¨²sico, se sube a una banqueta y curva el torso en una reverencia sostenida que intenta defender de las tarascadas del pavo hasta que la moneda del primer entusiasta le obliga a enderezar el cuerpo y abrir la boca, con la mano derecha de pantalla, en la actitud del pregonero. No ha terminado de agradecer el detalle al bienhechor cuando el pavo se desazona y el saxofonista interrumpe el recital: dos j¨®venes incorporan a la mujer que se desplom¨® de golpe, un tercero le devuelve el bolso, y el m¨¦dico de paisano que pide raz¨®n de lo ocurrido -"?Estaba bailando?"- recibe la respuesta descarada de la v¨ªctima: "?Y yo qu¨¦ s¨¦!". Al comprobar que no recae, la dejan irse los que la ayudaban, ya con la maldici¨®n de la enfermedad troquelada en su caminar inseguro. Vuelve a escena el pavo receloso y reserv¨®n, como si hubiera escarmentado de la desgracia ajena, mas cuando el saxofonista reanuda el vals se empe?a en rotar la cola con un ¨ªmpetu suicida, lo que preocupa al actor m¨ªmico, pues teme con fundamento que el pavo, vencido por su velocidad descontrolada, arramble de un tantarant¨¢n con el taburete y lo destrone, arruinando su futuro de artista.
Es un d¨ªa desapacible de color ceniza, no lo ver¨¢n los que trasnocharon y ahora duermen desde?ando el redoble Radetzky, ni los que se agarran a las columnas de la plaza Mayor para no girar sobre su eje, igual que el planeta Tierra, y desmoronarse por el v¨¦rtigo. Ensimismada en su mal, se tambalea por la carrera de San Jer¨®nimo la accidentada en la calle de Espoz y Mina donde el pavo, de tanto regodearse en su prestancia, tropieza y se derrumba, con una aspereza de u?as mal cortadas al arrastrar las plumas por el asfalto. Por instinto de conservaci¨®n celebra su batacazo el artista de mimo y, por pura comodidad, el encargado de degollarlo, porque debe de ser m¨¢s f¨¢cil cortar el cuello a quien ha perdido la cabeza. El pavo, en efecto, parece mareado, pero los samaritanos de las cercan¨ªas vacilan en prestarle auxilio ante la hip¨®tesis de que la ca¨ªda forme parte del n¨²mero circense. Tampoco el saxofonista se muestra partidario de socorrerlo, piensa que la recaudaci¨®n no ha de resentirse por esta incidencia, al p¨²blico le atrae la figura navide?a del pavo y tanto le da que comparezca tumbado o marchoso.
El rey de estas fiestas que, como dicen todos, es el ni?o, copi¨® al pavo dando vueltas cada vez m¨¢s r¨¢pido en torno a su padre y ahora observa al animal derribado con el respeto at¨®nito que provoca la muerte. En la torre del edificio oficial de la Puerta del Sol baja la bola dorada y suenan las campanadas de la hora entre la indiferencia de quienes ni miran el reloj. Una cadena de bailarines circunda la plaza Mayor con la guirnalda de un vals, los hombres visten de negro, las mujeres, de blanco, acaso realizan un anuncio -"que todo gire para que nada cambie"- o, seducidos por la belleza televisada desde Viena, se inmolan a la elegancia del movimiento perpetuo. Rueda a su paso la memoria de los d¨ªas mezclando gozos y pesares, y su actuaci¨®n traza un bordado ilusorio sobre la ciudad mortecina que se desvanecer¨¢ de la mente de quienes admiran el espect¨¢culo -como el af¨¢n de prosperidad y los prop¨®sitos de rectificaci¨®n del a?o nuevo- cuando calle la m¨²sica que lo promueve.
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