Mis encuentros con Vargas Llosa

El apartamento de Monique Lange y Juan Goytisolo en la Rue Poissonni¨¨re era centro de reuni¨®n de los escritores de Espa?a y de las Am¨¦ricas que visitaban Par¨ªs. Fue all¨ª donde conoc¨ª a Mario Vargas Llosa, entonces ganador del prestigioso premio catal¨¢n Joan Petit-Biblioteca Breve. Mario (desde entonces lo llam¨¦ as¨ª) vino acompa?ado por su mujer Julia -m¨¢s tarde, mucho m¨¢s tarde, la protagonista de la novela de Mario La t¨ªa Julia y el escribidor, que vino a culminar su separaci¨®n-. Pero entonces Julia y Mario no estaban separados. Al contrario: Mario mostraba una deferente ternura hacia ella y ella parec¨ªa muy enamorada de Mario. Pero esa noche ocurri¨® un incidente extra?o. Al irme Mario se ofreci¨® a llevarme hasta mi hotel, que no estaba lejos, y Julia comenz¨® a sentirse mal. Parec¨ªa una especie de alerg¨ªa: algo le hab¨ªa ca¨ªdo mal, su cara se hinchaba cada vez m¨¢s, hinchaz¨®n que aument¨® en el elevador, y al entrar al peque?o auto se ve¨ªa abofada. Mario me pidi¨® que los acomapa?ara hasta el primer hospital abierto a esa hora y luego me llevar¨ªa a mi hotel.

Ya en el hospital, me qued¨¦ en el sal¨®n de espera, impaciente y preocupado: hay alergias que matan. De pronto, la puerta abierta, vi pasar a Julia corriendo sobre sus altos tacones seguida (o perseguida) por dos hombres de blanco. Me levant¨¦ y fui a la puerta y pude ver c¨®mo los hombres de blanco alcanzaban a Julia y la aferraban por los brazos y luego casi la arrastraban hacia un punto no visible. A la zaga del grupo ven¨ªa Mario. Tuve que ir hasta un tel¨¦fono cercano para llamar a Juan Goytisolo y pedirle que me asegurara que todo no era una pesadilla. Juan me asegur¨® de la realidad de lo que estaba ocurriendo ante mis ojos. Al cabo regres¨® Mario y me dijo que Julia no ten¨ªa nada con una tranquilidad de la que hab¨ªa sido ya testigo en el viaje al hospital. Durante el trayecto, Julia se quejaba y se revolv¨ªa en los asientos traseros, ya que Mario me hab¨ªa pedido que me sentara a su lado, mientras Mario le repet¨ªa a ella bajito que se calmara y con una mano libre le imped¨ªa que rodara de su asiento. La voz de Mario era sosegada para Julia -pero no para m¨ª-. Todo parec¨ªa familiar a Mario mientras Julia se retorc¨ªa detr¨¢s de m¨ª.

En el hospital consiguieron calmarla sin ingresarla y regres¨® a la sala de espera bastante compuesta, pero sin sus seguidores,perseguidores. Solamente la acompa?aba Mario. Juntos volvimos al peque?o autom¨®vil. Julia iba calmada, tambi¨¦n Mario pero nadie habl¨® nada, nadie explic¨® nada. Me hubiera gustado volver a hablar con Juan Goytisolo para que me explicara por qu¨¦ ¨¦l tambi¨¦n lo hab¨ªa acogido todo con tanta parsimonia. Fue entonces que comprend¨ª que todo hab¨ªa pasado y todos estaban en paz con Julia porque su estado anterior ten¨ªa que ser tan habitual como su silencio ahora. Julia, era evidente, hab¨ªa sufrido un ataque de histeria. Luego supe que el matrimonio de Julia y Mario se acababa. Pronto se divorciar¨ªan. Esos ataques de histeria deb¨ªan ser cosa habitual en Julia y resultado de la petici¨®n de divorcio. Julia era una mujer rubia, alta y atractiva y estaba muy enamorada de Mario, que llevaba un bigotico a lo Don Ameche y era tan bien parecido como un gal¨¢n de cine. Fue en Bruselas que supe que finalmente se hab¨ªan divorciado. En alg¨²n momento entre esta visi¨®n de pesadilla y nuestro pr¨®ximo encuentro Mario se hab¨ªa afeitado el bigote y ya no se parec¨ªa a Don Ameche.

La pr¨®xima vez que vi a Mario fue en la entrega del Premio Biblioteca Breve que me dieron en 1964 en Barcelona. Ya Mario era una leyenda de trabajo duro y aplicaci¨®n mayor, con que asombr¨® a todos los jurados del premio. Mientras sus amigos y su anfitri¨®n Carlos Barral beb¨ªan en el bar, se soleaban en la playa y se reun¨ªan temprano para una cena tard¨ªa, Mario estaba encerrado en su cuarto: "Escribiendo, escribiendo" dec¨ªa Carlos, mientras apuraba otro c¨®ctel tal vez con ginebra.

Despu¨¦s de la ceremonia volv¨ª inmediatamente a Bruselas para el fin de a?o con M¨ªriam G¨®mez, y Mario y yo viajamos juntos rumbo a Par¨ªs, donde yo cambiar¨ªa de avi¨®n y Mario se bajar¨ªa. Hablamos poco: ¨¦l con su problema y yo con los m¨ªos. El avi¨®n que me llev¨® a Bruselas no sali¨® sino tres horas m¨¢s tarde por culpa de la acumulaci¨®n de hielo en las alas y nevaba en todo Orly. No lo volv¨ª a ver hasta dos a?os m¨¢s tarde.

Mientras tanto hab¨ªan ocurrido demasiadas cosas en mi vida. Yo hab¨ªa dejado de ser agregado cultural de Cuba en B¨¦lgica, hab¨ªa viajado a La Habana a los funerales de mi madre, hab¨ªa decidido exiliarme, hab¨ªa vivido en Madrid y ahora viv¨ªa en Londres, prestado en casa de amigos, enfrentando otra ciudad, otro pa¨ªs, otro invierno cuando supe que Mario y Patricia viv¨ªan en Londres. Lo llam¨¦ y nos invitaron a cenar en su casa. Era tan lejos de donde yo viv¨ªa que el viaje fue una traves¨ªa de trenes, taxis y b¨²squeda de la direcci¨®n. Al irnos yo tuve que pedir otro taxi que nos llevara a la estaci¨®n del underground m¨¢s pr¨®xima. Recuerdo que al colgar el tel¨¦fono Mario me felicit¨® por mi ingl¨¦s: ellos no hablaban una palabra.

Mi vida se organiz¨® de una manera incierta. Vine a vivir en Trebovir Road detr¨¢s de la estaci¨®n de Earls Court no en un apartamento lujoso como se me calumniaba en Cuba sino en un s¨®tano no infecto sino infestado de cucarachas. Mario, que todav¨ªa apoyaba a Castro y su supuesto socialismo sigui¨® su relaci¨®n conmigo, lo que no hicieron mis supuestos amigos afectos. Un d¨ªa supe que Mario, cosas de la casualidad, esa diosa caprichosa, se hab¨ªa mudado con su familia a la misma calle, s¨®lo tres cuadras m¨¢s arriba de la estaci¨®n del subterr¨¢neo. Viv¨ªa en un apartamento modesto de los bajos pero no tan pobre como el nuestro. De las incontables an¨¦cdotas que tuvieron lugar por esos pagos sudamericanos estaba la vez que M¨ªriam G¨®mez tuvo que ir a casa de los Vargas a matar a una rata que aterrorizaba a la muy joven y bella Patricia Llosa, reci¨¦n casada con Mario. Ella, ni?a mimada, estaba muy poco preparada para vivir en lo que era casi un s¨®tano. All¨ª Mario se encerraba a escribir desde temprano hasta terminada la tarde y hab¨ªa que dejarle el almuerzo (un s¨¢ndwich o un plato ligero) en una bandeja a la puerta. Mario la abrir¨ªa, almorzaba solo y segu¨ªa escribiendo, escribiendo.

Fue en ese apartamento que Mario decidi¨® reunir a Garc¨ªa M¨¢rquez y a m¨ª. Ya nosotros

nos hab¨ªamos mudado de Earls Court para esta direcci¨®n y ahora ¨ªbamos a celebrar el a?o nuevo en casa de nuevos amigos del todav¨ªa pendular Swinging London. ?bamos vestidos para una fiesta: M¨ªriam G¨®mez con su traje neo art dec¨® de nuestro retrato que est¨¢ en esta sala y yo con mi smoking reci¨¦n comprado para la fiesta final del fin de la filmaci¨®n de Wonder Wall, la pel¨ªcula que se hab¨ªa f¨ªlmado con un gui¨®n m¨ªo: una comedia nada c¨®mica cuya ¨²nica gracia estaba en la m¨²sica incidental de George Harrison. No recuerdo c¨®mo estaba vestida la mujer de Garc¨ªa M¨¢rquez, pero s¨ª recuerdo que el colombiano llevaba una camisa de le?ador a cuadros negros y rojos.

A pesar de que Mario era un anfitri¨®n animoso, no ten¨ªamos absolutamente nada de que hablar Garc¨ªa M¨¢rquez y yo. De pronto ¨¦l parec¨ªa encontrar su tema, que era el c¨®digo de supersticiones de la pava, que era venezolano pero el colombiano se lo cogi¨® como propio. Yo no ten¨ªa idea de lo que era lo pavoso, pero recuerdo que se trataba de no llevar calcetines con sandalias y cosas as¨ª. M¨ªriam G¨®mez contribuy¨® con su arte de las flores, hablando de la buena suerte que daban las flores amarillas, puestas, dispuestas en tres en mi escritorio.

En esa salita que de d¨ªa era el estudio de Mario y de noche la sala de estar de Patricia, hubo otros encuentros con las supersticiones sudamericanas. Fue cuando Julio Cort¨¢zar vino a Londres con su mujer de entonces, Ugn¨¦ Karvelis, de cara tan rara como su nombre. Patricia sirvi¨® caf¨¦ y Ugn¨¦ se encarg¨® del az¨²car, que reparti¨®. Cuando lleg¨® a m¨ª la azucarera vol¨® de su bandeja a mi regazo, ba?¨¢ndome, literalmente, en az¨²car: blanca que hac¨ªa contrastar con mi traje oscuro. Ugn¨¦ se volvi¨® toda disculpas, con genuflexiones que detuvo M¨ªriam G¨®mez diciendo: "No importa. Eso es considerado una se?al de buena suerte en Cuba". Yo no sab¨ªa de semejante superstici¨®n ni siquiera si M¨ªriam G¨®mez la hab¨ªa inventado ad hoc para la ocasi¨®n. Lo que s¨ª supe luego es que ¨¦ste era un numerito que hab¨ªa montado la Karvelis para destacarse y al mismo tiempo colocar a su blanco de az¨²car blanca en una situaci¨®n embarazosa. Me lo cont¨® Mario que hab¨ªa sido testigo o blanco en situaci¨®n similar. ?Era ¨¦sta una versi¨®n de la Maga?

Luego Mario y su aumentada familia dejaron el barrio, a Londres y a Inglaterra. Mario viajaba y daba clases en universidades diversas. Hasta hubo un tiempo que dio clases en Cambridge y lo vi poco.

Estaba contento con sus extra?as clases en Cambridge, donde ten¨ªa tan pocos alumnos que la clase pod¨ªa trasladarse de la universidad a un pub cercano. M¨¢s tarde reapareci¨® en Londres: Mario siempre vuelve a Londres.

Despu¨¦s vino su incursi¨®n en la pol¨ªtica activa. Una noche cenamos en su casa y pude augurarle el desastre que significar¨ªa su vida pol¨ªtica. Pero sus constantes viajes a Lima (no era un regreso a Per¨² todav¨ªa) terminaron por atraparlo en una red de la que s¨®lo se extricar¨ªa con su desastrosa aventura pol¨ªtica -a la que siempre Patricia se opuso-. Patricia hab¨ªa devenido de una bella muchacha encantadora una mujer juiciosa y leal a Mario hasta que ella misma se vio envuelta en la fiebre pol¨ªtica. Como antes, le hab¨ªa aconsejado yo que sus viajes a Lima terminar¨ªan por resultarle onerosos pol¨ªticamente.En corto tiempo fue nominado candidato a la presidencia del Per¨².

Ahora estaba toda la familia instalada en su flamante apartamento de Knightsbridge, uno de los barrios ricos de Londres. Recuerdo que cenando una vez all¨ª, rodeado por la decoraci¨®n high-tech de su apartamento que inclu¨ªa una creciente pinacoteca con cuadros modernos (hab¨ªa, central, un botero con su excesiva gordura que parec¨ªa un Oliver Hardy en busca de Stan Laurel, el Gordo detr¨¢s del Flaco en cualquier comedia del d¨²o), con portero y elevador. Viv¨ªan bastante cerca de nosotros, pero bien lejos de la modestia de los tiempos de Earls Court: Mario se hab¨ªa convertido en un escritor de ¨¦xito mundial. Pero ahora, de regreso al Per¨², lo esperaba la derrota pol¨ªtica.

Fue una campa?a electoral pero peligrosa f¨ªsicamente -y a¨²n m¨¢s riesgosa pol¨ªticamente-. Mario, como se sabe, fue derrotado por Alberto Fujimori, un desconocido total entonces. La derrota electoral fue tan estruendosa que muchos dudaban de que Mario se recobrara como figura p¨²blica. Pero Mario regres¨® a su escritorio y a sus novelas, y al poco tiempo estaba recobrado como escritor de ¨¦xito, de cr¨ªtica y de ventas. Viviendo en su apartamento de Knightsbridge, pero escribiendo. Seg¨²n una costumbre recientemente adoptada escrib¨ªa por el d¨ªa en un sal¨®n de lectura del British Museum, y por las noches los Vargas cenaban con amigos o sol¨ªan salir a cenar con nuevos amigos. Mario y Patricia volvieron a ser una pareja perfecta. Los visit¨¢bamos a menudo invitados a comer comida peruana que cocinaba Patricia y vimos el apartamento lujoso crecer en otras c¨¢maras y rec¨¢maras al expandirlo con otras propiedades vecinas. Pero segu¨ªan viajando mucho, a pesar de que la familia hab¨ªa crecido con dos hijos grandes, ?lvaro y Gonzalo, y una ni?a que pronto se hizo mujer, la bella Morgana. Viajaron a todas partes. Mario m¨¢s exitoso que nunca dando charlas dondequiera y visitando lugares remotos como los arrecifes de Australia, que le hab¨ªan fascinado desde ni?o.

Ahora viv¨ªan medio a?o en Londres y dos cuartos crecientes en Par¨ªs y Madrid, ciudad que encantaba a Patricia tanto como a Mario Barcelona. Dejamos de vernos bastante aunque siempre en uno de nuestros viajes a Madrid cen¨¢bamos y yo bromeaba con Patricia acerca de su fascinaci¨®n que no cesa. Una de las ¨²ltimas cenas la dio el editor Juan Cruz en uno de los restaurantes m¨¢s de moda en Londres y all¨ª Mario y Patricia se re¨ªan como una pareja feliz. Pod¨ªan estarlo. Sus hijos hab¨ªan crecido y cada uno ten¨ªa su parcela de acci¨®n. Gonzalo se dedicaba a una labor de caridad patrocinada por las Naciones Unidas. El otro hijo, ?lvaro, era un periodista independiente y reconocido, y aunque muchos cre¨ªan que se apoyaba en su doble apellido, en realidad se llamaba Vargas por su padre y Llosa por su madre, que de soltera se llamaba Patricia Llosa: ella y Mario eran primos.

Luego ocurrieron dos ocasiones memorables que a m¨ª me parecieron oficiales. Viaj¨® a Londres el presidente Felipe Gonz¨¢lez en su primer viaje a Inglaterra y nos invit¨® a Mario y a m¨ª a almorzar en la Embajada de Espana. Yo no conoc¨ªa personalmente a Gonz¨¢lez, pero Mario lo trataba con la familiaridad de viejos amigos. Tal vez lo fueran. En todo caso Gonz¨¢lez hab¨ªa venido con varios de sus ministros y Mario brillaba en su conversaci¨®n con pol¨ªticos profesionales. El almuerzo termin¨® con mi t¨ºte-¨¤-t¨ºte con Felipe Gonz¨¢lez, pero ¨¦sa es otra historia.

A?os m¨¢s tarde se repiti¨® una ocasi¨®n similar cuando el presidente Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar nos invit¨® a Mario y a m¨ª a visitarlo en La Moncloa. ?Nos hab¨ªamos convertido en el d¨²o dem¨®crata? No lo s¨¦. S¨®lo s¨¦ que Mario se port¨® con m¨¢s soltura que yo: ya conoc¨ªa a Aznar. Yo hab¨ªa venido como fui al almuerzo con Felipe Gonz¨¢lez: m¨¢s por curiosidad de escritor que otra cosa. Hicimos el trayecto a La Moncloa en un auto fuertemente blindado. Regresamos Mario y yo al hotel en el mismo autom¨®vil. Durante el viaje de regreso tuve una suerte de convencimiento iluminador. Los pol¨ªticos no tienen convicciones, tienen conveniencias.

En una de nuestras ¨²ltimas cenas en Londres Mario acababa de publicar su ¨²ltima novela y parec¨ªa feliz con su destino recobrado. Recuerdo que lo felicit¨¦ por el logro que significaba su nuevo libro y acept¨® mi felicitaci¨®n de buen grado. A Mario y a m¨ª nos ocurr¨ªa algo que no se puede llamar modestia -ni siquiera falsa modestia-. De la que, por ejemplo, Borges era un maestro consumado, con sus frases de rigor: "Usted ha enriquecido mi libro con su lectura", que sonaban casi tan formales como "Favor que usted me hace" o "Gracias por sus elogios, que no merezco". Esta vez tuve que atra-par a Mario en su esquina frente a Harrods para decirle cu¨¢nto me hab¨ªa gustado su ¨²ltima novela, que era una vuelta al libro bien contado de sus inicios, y le augur¨¦ una carrera feliz -que lo ha sido en extremo al recibir cr¨ªticas excelentes de toda la cr¨ªtica inglesa, siempre renuente a celebra a escritores espa?oles, pero peor a autores hispanoamericanos. Fue escogido, por muchos cr¨ªticos, como uno de los mejores libros del a?o.

Tuvimos una ¨²ltima cena en Madrid. Mario ya no estaba preocupado por su hipertensi¨®n, sino por la tensi¨®n que se hab¨ªa creado con ?lvaro con su campana solitaria en contra del presidente Toledo, que Mario hab¨ªa apoyado electoralmente, y aunque Patricia era el calmado centro materno de siempre, Mario parec¨ªa furioso, no con ?lvaro, sino con las inesperadas vueltas que daba y da toda la pol¨ªtica. Me alegr¨¦ de estar presente porque supe lo profundos que eran sus sentimientos de ser un dem¨®crata convencido -aun en lo que parec¨ªa una crisis familiar-.

Como escritor, la cr¨ªtica inglesa lo ha comparado con Conrad y ha dicho que desde Nostromo no hab¨ªa una novela sudamericana que planteara tan bien la dicotom¨ªa entre la novela y la pol¨ªtica como tema central. Es que Mar¨ªo se parece a Conrad hasta en sus dilemas. Pero su verdadera carrera, donde era un triunfador, era la literatura. A la que no ha tardado en volver con esta La fiesta del Chivo, que hab¨ªa tratado de escribir durante a?os, mientras en la vida es un verdadero, como Conrad, pater familias. Mario Vargas Llosa es un gran escritor. Pero, estoy seguro, prefiere ser un buen padre. Es posible que me equivoque, pero creo haber demostrado que lo conozco bastante. Nuestros encuentros nunca han producido un encontronazo.

Guillermo Cabrera Infante es escritor.