Esclavos del siglo XXI en las haciendas de Brasil
Miles de trabajadores rurales viven en condiciones de esclavitud en el noreste del pa¨ªs, atrapados por la explotaci¨®n de grandes latifundistas y bajo la amenaza de matones armados
En haciendas lejanas del noreste brasile?o, cuyos propietarios devastan la selva sin compasi¨®n, hay seres humanos que reciben peor trato que animales. El ¨²ltimo pa¨ªs en abolir la esclavitud padece todav¨ªa esa lacra en tierras donde el Estado brilla por su ausencia e impera la ley del m¨¢s fuerte. Enga?ados con la falsa promesa de un empleo remunerado (un sue?o en el Brasil m¨¢s pobre), prisioneros de hecho por quienes los contrataron y amenazados permanentemente por matones armados, miles de trabajadores viven atrapados en un calvario. Para estos esclavos del siglo XXI, la libertad es una quimera. S¨®lo la recuperan los que consiguen escapar sin una bala en la cabeza.
"Creemos que ser¨¢ un tema al que el Gobierno de Lula dar¨¢ m¨¢xima prioridad", dice Jos¨¦ Batista, abogado y coordinador en la ciudad de Marab¨¢ de la Comisi¨®n Pastoral de la Tierra (CPT), organizaci¨®n de la Iglesia fundada en plena dictadura para apoyar a la poblaci¨®n rural que hoy encabeza la lucha contra el nuevo esclavismo.
"El propietario nos advirti¨® que si lo denunci¨¢bamos nos matar¨ªa a todos"
Los procesos por trabajo esclavo quedan en nada por la lentitud de la justicia
"En lo que va de a?o en la sede de la CPT de Marab¨¢ hemos recibido denuncias contra m¨¢s de cien haciendas, de las que el 70% no son de la regi¨®n donde se est¨¢ deforestando, sino de la regi¨®n tradicional, donde ya s¨®lo hay pastos. Podr¨ªa pensarse que, como ya no queda selva para devastar, no hay mano de obra esclava. ?Pues no! El 70% de las denuncias viene de esta regi¨®n. Esto quiere decir que muchas haciendas contin¨²an con la pr¨¢ctica de la mano de obra esclava", denuncia Jos¨¦ Batista.
En los ¨²ltimos dos a?os el n¨²mero de denuncias ha aumentado mucho gracias a la labor de concienciaci¨®n de los trabajadores por parte de la CPT, que ha distribuido entre ellos los tel¨¦fonos de sus oficinas en diversas ciudades. Muchos de los que huyen tienen ahora donde comunicarse.
"Trabajaba en la hacienda Marajo¨¢, en el Estado de Par¨¢. Escap¨¦ con otros 12 compa?eros y llegamos a Marab¨¢, a 200 kil¨®metros. El trabajo con la motosierra era muy duro, sin ning¨²n d¨ªa de descanso: cortar ¨¢rboles y deforestar la selva para abrir caminos. Los pistoleros nos controlaban todo el d¨ªa". A Domingo Razende da Silva, de 26 a?os, le tiembla la voz al recordar su cautiverio. "Com¨ªamos frijoles y arroz con alg¨²n pedazo de carne, cuando caz¨¢bamos en la selva. Estuve desde el 30 de abril hasta el 22 de octubre y en todo este tiempo no cobramos un centavo. El propietario nos advirti¨® que si le denunci¨¢bamos nos matar¨ªa a todos".
Razende lleva 24 horas en un local de una ONG de la Iglesia cat¨®lica en Marab¨¢, donde est¨¢ refugiado junto a otros tres compa?eros de fuga. Son hombres corpulentos, de piel oscura, curtidos en tareas duras y con una mirada profundamente triste. Razende acudi¨® a la polic¨ªa, de donde le remitieron a la CPT. ?Y ahora qu¨¦? "Tengo miedo de volver all¨¢ porque me pueden matar. Ver¨¦ si puedo trabajar en otra hacienda".
Antonio Pereira, de 44 a?os, de Maranhao, trabajaba en una hacienda del municipio de Pacaj¨¢. Huy¨® con diez compa?eros. El propietario les advirti¨® de entrada que no les pagar¨ªa y que no tem¨ªa a las autoridades ni a la Polic¨ªa Federal. "Matar¨¦ a quien me denuncie", amenazaba. Trabajaban de siete de la ma?ana a cinco de la tarde, s¨®lo hombres, sin las familias. "Alguna vez pod¨ªamos hablar por tel¨¦fono, pero cuando las cosas empeoraron se acab¨® la comunicaci¨®n".
Gibal Alves Rosa, de 32 a?os, fue contratado por un intermediario que le prometi¨® 80 reales (22,5 d¨®lares) por cada kil¨®metro deforestado. "Llegamos 19 compa?eros a la hacienda, pero al poco tiempo escaparon nueve. Dorm¨ªamos en un barrac¨®n. Trabaj¨¦ 41 d¨ªas sin parar y sin ver nada de dinero. El encargado s¨®lo se dejaba ver con un tipo armado".
La malaria, el dengue y otras enfermedades hacen estragos en estas haciendas, a las que no llegan medicinas ni m¨¦dicos. "Si un trabajador enferma de gravedad, son los propios compa?eros quienes te cuidan como pueden, porque el propietario no hace nada". Domingo, Antonio y Gibal ya saben lo que es la malaria: "Treinta d¨ªas sin comer ni apenas dormir, pas¨¢ndolo muy mal".
La media anual de trabajadores esclavizados en los Estados de Par¨¢ y Mato Grosso supera los 2.000, seg¨²n la CPT, que estima en 15.000 los brasile?os que viven en r¨¦gimen de esclavitud. El Ministerio de Trabajo reconoce impl¨ªcitamente que esta cifra es inferior a la real cuando advierte que por cada trabajador rescatado otros tres siguen esclavizados. En el a?o 2002 se han presentado m¨¢s de 3.600 denuncias que afectan a 88 haciendas y han sido liberados 1.028 trabajadores. Numerosos testimonios recogidos por la CPT se?alan que hay trabajadores que llevan a?os en estas condiciones. No intentan escapar ni se atreven a denunciar porque viven en el reino del miedo. "En el sur de Par¨¢ hay propietarios muy agresivos", dice Antonio Pereira. De palabra y obra. Abundan las historias de pistoleros de gatillo f¨¢cil, de trabajadores asesinados y enterrados en las mismas haciendas. El propietario suele vivir en la ciudad. En la finca tiene al gerente y los capataces.
El Gobierno de Fernando Henrique Cardoso fue el primero en reconocer la existencia del trabajo esclavo, en una actitud coherente con sus tiempos de soci¨®logo, cuando escribi¨® m¨¢s de un texto sobre el trabajo esclavo en Brasil. Hasta el a?o 1995, la posici¨®n oficial de Brasil, a pesar de las numerosas denuncias internacionales, era negar la existencia de situaciones de esclavitud o admitir que eran casos espor¨¢dicos. Cardoso aprob¨® la creaci¨®n de un grupo ejecutivo de represi¨®n del trabajo forzado (Gertraf) dependiente de la Presidencia de la Rep¨²blica y coordinado por el ministro de Trabajo. A su vez, este ministerio puso en marcha un grupo m¨®vil de fiscalizaci¨®n como fuerza de intervenci¨®n en los Estados. Se trata de un grupo centralizado en Brasilia, que act¨²a sigilosamente, formado por fiscales de trabajo y polic¨ªas federales. La eficacia de este cuerpo tropieza con la falta de recursos. No tiene helic¨®pteros y algunas regiones amaz¨®nicas son de acceso imposible por tierra. El mecanismo habitual es que cuando llega el grupo m¨®vil, rescata a los trabajadores, el propietario paga sus derechos, los libera y los manda a sus Estados de origen. Hay haciendas a las que el grupo m¨®vil ha llegado 10 veces, lo que da idea del grado de reincidencia de los propietarios.
?C¨®mo definir el trabajo esclavo? Esencialmente, por la falta de libertad y la explotaci¨®n sin l¨ªmites. Hay casos en que los trabajadores no pueden salir f¨ªsicamente de la propiedad porque lo impiden los pistoleros. Pero hay otros casos de intimidaci¨®n. Para seducir a los trabajadores, el contratante, conocido como gato, adelanta una peque?a cantidad de dinero, 20, 30 o 50 reales. En la hacienda todo es m¨¢s caro que en la ciudad y las deudas del nuevo empleado se disparan. Llega el fin de semana y no cobra un c¨¦ntimo. El endeudamiento del trabajador acaba convirti¨¦ndose en el precio de su libertad, que no puede pagar. Es tan simple, tan honesto y tan desinformado que cree que tiene que trabajar hasta saldar sus deudas, aunque sean de 10 reales. Las condiciones de vida son lamentables: come mal y duerme mal, en barracas de lona negra donde hace un calor insoportable durante el d¨ªa y un fr¨ªo polar en la noche.
Las denuncias de la CPT de casos de trabajadores asesinados al intentar escapar son abundantes. Otros mueren en el camino despu¨¦s de recibir su paga. Hay un caso que ha llegado hasta las instancias de derechos humanos de la Organizaci¨®n de Estados Americanos (OEA): dos trabajadores huyeron de la hacienda Esp¨ªritu Santo, en Marab¨¢. Caminaron durante horas en la oscuridad de la noche, hasta que salieron de la maleza a la carretera. El primer coche que pas¨® fue el de los pistoleros que les andaban buscando. Les dispararon. Uno muri¨® en el acto y el otro, Jos¨¦ Pererira, de 17 a?os, pudo salvar su vida porque se hizo el muerto. Pereira escap¨®, present¨® denuncia, recibi¨® una indemnizaci¨®n de 70.000 reales (19.774 d¨®lares), pero nadie fue culpado por el crimen.
El art¨ªculo 149 del C¨®digo Penal establece la pena de dos a ocho a?os de reclusi¨®n para quien mantenga un ser humano en condiciones de esclavitud. La mayor¨ªa de los procesos por trabajo esclavo quedan en nada por la lentitud de la tramitaci¨®n en la Justicia. "Para nosotros la sanci¨®n no resuelve el problema. Quienes esclaviza son los grandes propietarios que tienen poder econ¨®mico e influencia pol¨ªtica. Dif¨ªcilmente un latifundista ir¨¢ a la c¨¢rcel por practicar el trabajo esclavo", dice el abogado Jos¨¦ Batista, de la CPT, que reclama acciones m¨¢s eficaces para combatir el trabajo esclavo.
"Hace falta una sanci¨®n financiera, no s¨®lo penal. Tiene que afectar el bolsillo de los propietarios", estima Batista. "Por ejemplo, la suspensi¨®n de cualquier tipo de cr¨¦dito para los estancieros descubiertos in fraganti en la pr¨¢ctica de trabajo esclavo". La ley se?ala que las haciendas que albergan trabajadores esclavos ser¨¢n confiscadas en cumplimiento del programa de reforma agraria. Nunca se ha aplicado.
El sureste de Par¨¢ es una regi¨®n de unos 900 kil¨®metros de extensi¨®n y no ten¨ªa carreteras hasta los a?os cincuenta. Los militares descubrieron en la d¨¦cada de los sesenta que el subsuelo de aquella regi¨®n era muy rico en minerales y decidieron dos grandes construcciones para integrar la Amazonia con el resto del pa¨ªs: la ciudad de Brasilia en la d¨¦cada del sesenta y la Transamaz¨®nica en los a?os setenta.
El Gobierno facilit¨® la llegada a la regi¨®n de grandes propietarios del centro y sur del pa¨ªs y de grupos econ¨®micos y financieros, a los que entreg¨® grandes extensiones de tierras. La selva fue parcelada y entregada.
Al mismo tiempo, el Gobierno quiso convertir el Estado de Par¨¢ en el primer productor de ganado bovino. La consecuencia fue la devastaci¨®n de la selva. "En los a?os cuarenta, los 800 kil¨®metros que separan Marab¨¢ de la l¨ªnea divisoria con Mato Grosso eran de selva virgen. Hoy, en el mismo trayecto no queda un solo ¨¢rbol en pie. Todo es pasto. La selva ha sido devastada y la madera extra¨ªda sin ning¨²n control ambiental", se lamenta Jos¨¦ Batista.
Junto a la entrega de grandes propiedades, el Gobierno inici¨® una campa?a de propaganda en las regiones m¨¢s pobres del Sur y Noreste para trasladar a grandes contingentes de trabajadores hacia la Amazonia, bajo el lema "tierra sin hombres para hombres sin tierra".
Una buena consigna que no era rigurosamente cierta, porque la Amazonia no estaba vac¨ªa. Ind¨ªgenas, garimpeiros (buscadores de oro), seringueiros (recolectores de caucho) y pueblos ribere?os eran algunos de sus pobladores. El propio Batista sali¨® del Estado de Minas Gerais con su padre en 1973, despu¨¦s de escuchar la propaganda. "Hab¨ªa mucha tierra buena y los estancieros contrataban pistoleros para defender esas tierras".
Para muchos trabajadores que llegaban de lugares lejanos era un camino sin retorno. Hab¨ªan hecho viajes de d¨ªas en camiones desvencijados, los pau de arara, y muchos eran asesinados y enterrados en las mismas haciendas. La CPT lleg¨® a identificar en Marab¨¢ unos 500 cad¨¢veres.
Para las labores de deforestaci¨®n, que transforma la selva en pastos, los grandes propietarios consiguen mano de obra barata procedente de Estados pobres del Noreste como Tocantins, Maranhao, Piau¨ª, Cear¨¢. Ah¨ª surgi¨® la figura del gato, que se dedica a comprar en los peque?os pueblos la fuerza de trabajo para las haciendas. Cuando llegan a su destino, los peones comprueban que las promesas de cama, comida y salario se convierten en el doble de trabajo y la mitad del dinero que esperaban ganar. "El propietario llamaba al gato y le dec¨ªa: 'Tengo 800 hect¨¢reas de selva para derribar y necesito tantos trabajadores'. El gato va a las ciudades del Noreste y all¨ª contrata la mano de obra. Ah¨ª nace el trabajo esclavo", explica Jos¨¦ Batista.
Frei Xavier Plassat coordina la campa?a de la CPT contra el trabajo esclavo. Con un portugu¨¦s que acaricia el acento inconfundible, este padre dominico franc¨¦s no oculta su preocupaci¨®n por la poca atenci¨®n que dedicaron al trabajo esclavo todos los candidatos en la reciente campa?a electoral. "Parece que es un asunto que no est¨¢ en la agenda, en la conciencia de los pol¨ªticos. Nos asusta un poco de parte del PT [Partido de los Trabaladores de Lula]. No s¨¦ si era para no crear problemas y no hablar de cosas duras en la campa?a. De todos modos, confiamos en que el Gobierno del PT sea favorable a la Ley de Confiscaci¨®n de Tierras y apoye la suspensi¨®n del financiamiento a los responsables de trabajo esclavo".
Diversas organizaciones internacionales han denunciado la existencia de nuevos esclavos en Brasil. La Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, la Organizaci¨®n Internancional del Trabajo (OIT) y Naciones Unidas han hecho o¨ªr su voz.
El relator de la OIT fue muy cr¨ªtico con el Gobierno brasile?o en una visita reciente en la que elev¨® sus quejas: "Ustedes me presentan todos los a?os con mucha satisfacci¨®n la excelente actuaci¨®n del grupo m¨®vil de fiscalizaci¨®n, pero no tienen un n¨²mero real de cu¨¢ntas condenas han aplicado".
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