Roland Barthes: cr¨ªtica y escritura
La instituci¨®n del arte moderno presenta, entre otras peculiaridades, la de que su pr¨¢ctica es eminentemente reflexiva: el arte moderno es inseparable de la cr¨ªtica de arte, pues esencialmente el artista es ya un cr¨ªtico, aunque no lo sea expl¨ªcitamente. Naturalmente, esto no significa que las po¨¦ticas no modernas no dispongan de discursos capaces de apreciar y valorar sus productos, quiere decir tan s¨®lo que la obra de arte moderna exige y promueve un tipo especial de cr¨ªtica que, con el tiempo, ha perdido sus apellidos: aquella que emerge de la obra misma, que se impone el deber de estar a la altura de lo criticado, que extrae los criterios en funci¨®n de los cuales valora la obra misma que se trata de juzgar. Aunque, como tantas otras cosas en la modernidad rezagada en la que vivimos, este fen¨®meno ha llegado a trivializarse de tal manera que la asociaci¨®n de "el escritor y su cr¨ªtico" se ha convertido en una grotesca pareja de hecho, lo cierto es que una corriente est¨¦tica no puede ser del todo apreciada si no instala un espejo en el cual reflejar sus intenciones y su car¨¢cter m¨¢s propio. Con la perspectiva que nos ofrece el tiempo transcurrido desde su primera publicaci¨®n, hoy es bastante claro que la disputada figura de Roland Barthes como "cr¨ªtico literario" no puede separarse de este fen¨®meno: su palabra, a menudo contestada y violentamente desacreditada, fue muchas veces el necesario aparato de mediaci¨®n y de recepci¨®n de un nuevo movimiento literario -cuyo centro m¨¢s visible, aunque no exclusivo, es el nouveau roman franc¨¦s- que encontraba en la sociedad de las letras establecidas las mismas resistencias y que se enfrentaba a las mismas acusaciones que rodearon a Barthes. La relectura de los textos que componen estos Ensayos cr¨ªticos y las Variaciones sobre la literatura certifica que Barthes no es el inventor de un "m¨¦todo" (por ejemplo, un "m¨¦todo semiol¨®gico") capaz de liberar a la cr¨ªtica literaria de las sempiternas sospechas de subjetivismo y de arbitrariedad, sino el encargado de testificar a favor de una generaci¨®n de escritores que se encontraron en la disyuntiva de tener que heredar una tradici¨®n que inclu¨ªa tanto a Flaubert como a Mallarm¨¦, y ello en un momento en el cual la literatura hab¨ªa perdido ya toda la inocencia que alguna vez tuviera, y la instituci¨®n social de las letras estaba literalmente quebr¨¢ndose.
ENSAYOS CR?TICOS
Roland Barthes Traducci¨®n de C. Pujol Seix Barral. Barcelona, 2002 376 p¨¢ginas. 7,21 euros
VARIACIONES SOBRE LA LITERATURA
Roland Barthes Traducci¨®n de E. Folch Paid¨®s. Barcelona, 2002 280 p¨¢ginas. 16,50 euros
Y por "escritores" no hay que
entender solamente a los "autores" depositarios de la funci¨®n literaria y propietarios reconocidos de la palabra, sino tambi¨¦n a los que Barthes denomina ¨¦crivants, aquellos que utilizan el lenguaje como un instrumento de acci¨®n e influencia. Estas dos figuras se mezclan en el escritor actual, a quien Barthes compara con el Hechicero: aquel que representa una enfermedad necesaria para la econom¨ªa de la salud colectiva. De ah¨ª, entre otras cosas, el rechazo -que Barthes comparte con Blanchot, Derrida o Kristeva- hacia el t¨¦rmino mismo "literatura", un rechazo que tiene un componente ideol¨®gico procedente de Luk¨¢cs (en el contexto del materialismo dial¨¦ctico, la "literatura" designaba ante todo la llamada "novela burguesa"), pero tambi¨¦n un componente ling¨¹¨ªstico procedente de Saussure: el t¨¦rmino adoptado como alternativa -escritura, texto- pretende efectivamente neutralizar todos los valores establecidos por el "gusto literario" y hacer visible la subversi¨®n de los g¨¦neros operada en la pr¨¢ctica por los escritores contempor¨¢neos. Como marxista, Barthes no pod¨ªa ver a la literatura sino como una instituci¨®n "objetivamente reaccionaria", y ten¨ªa que experimentar los movimientos subversivos del nouveau roman como un intento de descondicionar a los lectores a fuerza de suprimir la profundidad espiritual de los personajes. Como estructuralista, estaba obligado a reparar en ese escribir intransitivo que no deja productos tras de s¨ª, que s¨®lo hace visible un andamiaje -su propio sistema de significaci¨®n-, un esqueleto que no quiere ya ser "literatura" pero que a¨²n tiene que ser metaliteratura. Y ¨¦ste es el drama que una y otra vez representa la escritura en nuestros d¨ªas: enferma de su propia historia, querr¨ªa a menudo volverse irreflexiva, retornar al encanto de la narraci¨®n ingenua, renunciar a la distancia; pero, como sucede a menudo a quienes empieza a not¨¢rseles demasiado el esqueleto, hasta ese intento de fuga acaba siendo, en palabras de Barthes, "un juego con su propia muerte, una m¨¢scara que se se?ala a s¨ª misma con el dedo". Sin embargo, en esta funci¨®n de decepci¨®n (la de una ficci¨®n que se autodenuncia como ficci¨®n) ve¨ªa Barthes la genuina raz¨®n de ser de la literatura: no aportar al mundo un sentido, sino suspender sobre el mundo un aporte de sentido que reh¨²ye sistem¨¢ticamente al lector que quiere apropi¨¢rselo como un "objeto" significado. Este juego mortal no est¨¢ lejos de lo que el propio Barhtes llamaba el placer del texto (que -?l¨¢stima que haya que recordarlo!- no tiene nada que ver con la literatura divertida), que es a su vez un elemento indispensable de lo que en su d¨ªa se llam¨® "nueva cr¨ªtica", a saber, una cr¨ªtica que "no es un homenaje a la verdad del pasado, o a la verdad del otro, sino que es construcci¨®n de lo inteligible de nuestro tiempo".
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