Amapola
Nochevieja de 2002. En la unidad de vigilancia intensiva, en el instante preciso de entrar en coma, le asalt¨® la imagen de aquella lejan¨ªsima ni?a rubia de 15 a?os con la que un d¨ªa de primavera fue de excursi¨®n por el monte. De pronto el agonizante record¨® bajo una falda de flores sus piernas fuertes y rosadas que las p¨²as de las plantas agraces hab¨ªan ara?ado. Esta imagen le vino acompa?ada por la m¨²sica de la canci¨®n Amapola que ¨¦l hab¨ªa tocado aquella ma?ana con su arm¨®nica Hooner al borde de un acantilado lleno de cascadas y el mismo fragor h¨²medo, que entonces le empapaba el rostro, se introdujo ahora en la oscuridad del coma y ah¨ª sigui¨® sonando el agua junto con la canci¨®n Amapola. El m¨¦dico de guardia estaba atento al monitor que manten¨ªa a aquel cuerpo exang¨¹e unido a la existencia humana, tal como la entendemos. En cuanto las agujas expresaran en la pantalla un encefalograma plano apagar¨ªa el ventilador mec¨¢nico y nuestro hombre pasar¨ªa a la eternidad. Pero esta vez el estado de coma no era un t¨²nel negro sin salida. En el cerebro del agonizante brillaba el mismo sol radiante de aquel d¨ªa de junio de 1953, lleno de jaras floridas que ol¨ªan profundamente. De los cinco sentidos corporales el o¨ªdo es el ¨²ltimo que pierden los muertos. En ese momento el agonizante o¨ªa con toda nitidez los comentarios del m¨¦dico y la enfermera jefe. Hab¨ªan decidido desconectarlo de una vez. Sinti¨® que le levantaban un p¨¢rpado. "Tiene el iris de color lim¨®n maduro, se acab¨®, tira del cable", oy¨® que dec¨ªan. El muerto not¨® que hab¨ªa sido liberado del monitor, pero en su cerebro segu¨ªa existiendo aquella ma?ana luminosa de primavera. La ni?a llevaba las mejillas encendidas y el camino comenz¨® a hacerse alto y herm¨¦tico. Fue la primera vez que tuvo una experiencia m¨ªstica con la naturaleza y se supo inmortal con aquella pulsi¨®n. Los celadores de la unidad de vigilancia intensiva ignoraban lo que al muerto le suced¨ªa por dentro. Bajaron su cuerpo a la c¨¢mara frigor¨ªfica y lo dejaron desnudo bajo una s¨¢bana en un taquill¨®n. En el dep¨®sito de cad¨¢veres hab¨ªa un silencio absoluto. Hasta all¨ª no llegaba el bullicio de la Nochevieja, pero en el interior del muerto hab¨ªa un sendero lleno de flores silvestres y la ni?a rubia caminaba con las piernas ara?adas mordiendo una viruta de romero. De pronto en el silencio del s¨®tano comenz¨® a o¨ªrse el sonido de una arm¨®nica con la canci¨®n de Amapola que lentamente se fue apoderando de todo el dep¨®sito de cad¨¢veres.
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