La voz de Unamuno
El 31 de diciembre del a?o m¨¢s tr¨¢gico en la historia de Espa?a del siglo XX se apagaba la voz de Unamuno en Salamanca, desde donde hab¨ªa resonado como altavoz en grito, provocaci¨®n y melod¨ªa, durante medio siglo. Cuando uno vuelve la mirada al siglo pasado y se pregunta qu¨¦ voces quedar¨¢n como palabra aut¨¦ntica de una humanidad creadora y ejemplar se encuentra con una media docena de nombres, ligados de una u otra forma a don Miguel: Valera, Men¨¦ndez Pelayo, Men¨¦ndez Pidal, Ortega y Gasset, Zubiri... Todos eran distintos, mas cuando la inquietud es verdadera y el aliento creador, entonces sus voces diversas convergen para formar una sinfon¨ªa completa.
Voz de Espa?a, voz de Europa, voz de la filosof¨ªa y voz del cristianismo fue la suya. Ahora que ya tenemos distancia a los hechos y podemos situarla en su real contexto (literatura, universidad, religi¨®n, pol¨ªtica), nos asombra la magnitud real y la estatura personal de Unamuno. ?l lo fue todo y lleg¨® a todos los sitios. Su grandeza deriva de la conjugaci¨®n ejemplar de m¨²ltiples funciones hist¨®ricas y misiones personales.
?l cultiv¨® casi todos los g¨¦neros literarios y se enfrent¨® a responsabilidades acad¨¦micas, c¨ªvicas, pol¨ªticas y familiares. Es posible que no sea el primero en poes¨ªa, que Machado y Juan Ram¨®n hayan llegado a una soberana sencillez, transparencia y ritmo que ¨¦l no alcanz¨®. Es posible que sus dramas, novelas y cuentos no sean los mejores del siglo. Pero, ?qu¨¦ otra personalidad podr¨¢ reclamar haber estado en todos los tajos, haber jugado con todos los g¨¦neros literarios, haber conocido como ¨¦l todas las literaturas de la Pen¨ªnsula, desde su vasco nativo al catal¨¢n, gallego y portugu¨¦s? Por todos esos cauces hizo fluir la voz de Espa?a, que afrontaba entonces un destino nuevo: una modernidad sin resentimiento y sin nostalgia, a la vez que con memoria y esperanza ante su propia historia.
Pero nada m¨¢s lejos de Unamuno que ser un provinciano de ninguna regi¨®n o nacionalista de ning¨²n recodo. Hasta su rinc¨®n salmantino de la calle Libreros o Bordadores flu¨ªan todos los movimientos literarios, filos¨®ficos, religiosos y pol¨ªticos de Europa y Am¨¦rica. Hab¨ªa le¨ªdo casi todo y no poco hab¨ªa traducido. Ten¨ªa amigos en Par¨ªs y Berl¨ªn que le serv¨ªan de corresponsales, envi¨¢ndole libros de historia, teolog¨ªa y poes¨ªa. Su curiosidad universal y su instinto para discernir lo esencial valioso de lo ocasional y balad¨ª le convirtieron en un observador e informador perspicaz de todo lo que estaba pensando Europa.
Voz de la filosof¨ªa como voluntad de verdad y sabidur¨ªa de vida, m¨¢s all¨¢ del mero sistema o de la ejercitaci¨®n conceptual. ?l pertenece a esa raza de fil¨®sofos que hicieron filosof¨ªa cuando todav¨ªa no era una especialidad profesional, y que, sin embargo, siguen siendo todav¨ªa hoy los que nos dan que pensar. El lema de Unamuno fue justamente ¨¦ste: "Debe buscarse la verdad en la vida y la vida en la verdad".
Voz de una religi¨®n como ra¨ªz de la vida y de un cristianismo nacido de la libertad personal y de la inteligencia ejercitada. Su trayectoria en este orden fue compleja: crisis al final del siglo, reflejada en su Diario (1897); intento de convertirse en predicador laico con su discurso de Almer¨ªa como punto cumbre (1903); pretensi¨®n de descatolizar a Espa?a abri¨¦ndola a un protestantismo individual, como ¨²nica forma posible de creer; redescubrimiento de la fe cat¨®lica originaria: la real encarnaci¨®n de Dios como fundamento de la anhelada resurrecci¨®n del hombre de carne y hueso, en Del sentimiento tr¨¢gico de la vida (1913). El punto cumbre lo constituye su m¨¢xima obra po¨¦tica, El Cristo de Vel¨¢zquez (1920). Luego vinieron el exilio y las aventuras pol¨ªticas, que complicaron su itinerario espiritual, hasta recalar en la ag¨®nica esperanza que rezuma San Manuel bueno y m¨¢rtir (1933).
Ofrecemos dos datos nuevos para comprender su relaci¨®n con la Iglesia y de la Iglesia con ¨¦l. El d¨ªa 12 de mayo de 1931, al d¨ªa siguiente de la quema de conventos en Madrid, se iba a tener un mitin en la casa del pueblo en Salamanca para repetir aqu¨ª las gestas incendiarias, comenzando por los jesuitas. El hermano jesuita H. I?arra, enfermero y vasco, era muy amigo de un hijo de Unamuno y fue a verle para que intercediera ante su padre. ?ste, despu¨¦s de recibirle, tuvo una intervenci¨®n p¨²blica en los t¨¦rminos siguientes, tal como lo recuerda en sus Memorias el P. Basabe: "Salmantinos, ?qu¨¦ vais a hacer? Vuestra gloria y la de Salamanca son las iglesias y conventos. Si los quem¨¢is, destru¨ªs aquello por lo que en todo el mundo os envidian". Y en Salamanca no hubo quema de conventos.
Dos decenios m¨¢s tarde y Unamuno ya muerto (1957), la Iglesia puso en el ?ndice de Libros prohibidos dos suyos: La agon¨ªa del cristianismo, el de m¨¢s bello t¨ªtulo con m¨¢s pobre contenido, y Del sentimiento tr¨¢gico, su obra m¨¢s sustantiva. Dos a?os despu¨¦s se convocaba el Concilio Vaticano II y la Iglesia emprend¨ªa nuevos caminos y reformas. Una de ellas fue la liturgia y sus textos (misal, breviario o libro de rezo de las horas para sacerdotes, religiosos y fieles). El P. A. Sch?kel hizo una bella traducci¨®n de los salmos y, abandonado el lat¨ªn, se buscaron himnos castellanos. Uno de los elegidos es de Unamuno:
"A la gloria de Dios se alzan las torres, / a su gloria los ¨¢lamos, / a su gloria los cielos / y las aguas descansan a su gloria".
Quien paseando haya hecho el tramo entre los dos puentes del Tormes en Salamanca, comprender¨¢ estos versos al contemplar las torres espejadas en el r¨ªo, las aguas retesadas y los chopos reflejados. La Iglesia, integrando este poema en su oraci¨®n, le ha hecho a Unamuno el m¨¢ximo honor que se puede hacer a un hombre: tomar su palabra para alabar a Dios con ella. Porque la liturgia es en la Iglesia lo m¨¢s sagrado, antes que el dogma, el derecho, la instituci¨®n o la acci¨®n pastoral.
Si yo tuviera que caracterizar el hacer de Unamuno elegir¨ªa tres palabras: laboriosidad, tenacidad, complejidad. Pero si tuviera que caracterizar su persona elegir¨ªa estas otras tres: hombr¨ªa, ciudadan¨ªa, cristian¨ªa. No se trata, con esta ¨²ltima, de recuperarle para la Iglesia. La fe de los hombres s¨®lo de Dios es conocida y la suya -"nuestra sudada fe", dec¨ªa ¨¦l de s¨ª- fue p¨²blicamente de distancia expl¨ªcita a la Iglesia. Permanentes fueron su pasi¨®n por repensar los problemas y remejer las entra?as de los hombres, su preocupaci¨®n por Dios, su ocupaci¨®n con Cristo y su responsabilidad por la naci¨®n. Ante la trivialidad maligna y el divertimiento despersonalizador a que inducen los poderes an¨®nimos, Unamuno es un ejemplo admirable de esa seriedad de la existencia, hecha de inquietud interrogativa e iron¨ªa socr¨¢tica, de reciedumbre y ahondamiento en lo personal, de trabajo y de responsabilidad c¨ªvica.
La existencia de Unamuno fue una lucha incesante con tres preguntas primordiales: ?Tiene la vida un sentido: s¨ª o no? ?Le es posible al hombre la esperanza ante el futuro: s¨ª o no? ?Existe Dios: s¨ª o no? Ser hombre es afrontar esas cuestiones. El v¨¦rselas con ellas, aun cuando nos desborden, es un manadero de luz y de paz. Lo fue para Unamuno y lo es para todo hombre que las sostiene fielmente, porque nos liberan de retornar a una humanidad prehumana y de sucumbir a promete¨ªsmos o a angelismos inhumanos. ?ste es el eco que devuelve hasta nosotros la voz m¨¢s universal de la cultura espa?ola en el siglo XX, apagada a las 4.30 de la tarde el 31 de diciembre de 1936.
Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal es catedr¨¢tico de la Facultad de Teolog¨ªa en Salamanca y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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