Espali¨², la vida y sus met¨¢foras
En Muerte en Venecia, Gustav von Aschenbach cae v¨ªctima de un amor secreto, pero es finalmente el c¨®lera quien le arranca del Lido para sumergirlo en la Estigia Negra. En La Monta?a M¨¢gica, la tuberculosis convierte a Hans Castorp en un ser refinado y confinado. Erich Segal, en Love Story, sucumbe a la muerte blanca, la leucemia, y la bell¨ªsima Madame de Merteuil se entrega, d¨®cil, a la viruela por no ver en ella otra cosa que la salvaci¨®n de un amor enga?oso. ?Fueron m¨¢s interesantes, m¨¢s rom¨¢nticos, Shelley, Kafka o las Br?nte por haber muerto, j¨®venes, de tuberculosis? Novalis escribi¨® hace doscientos a?os: "El ideal de la salud perfecta resulta solamente interesante desde una perspectiva cient¨ªfica. Lo atractivo es la enfermedad, la cual pertenece a la individualizaci¨®n". Treinta a?os m¨¢s tarde, Byron dec¨ªa muy triste, frente al espejo: "Me hubiera gustado morir de tuberculosis. ?Por qu¨¦?, le preguntaba su amigo, tambi¨¦n enfermo, Tom Moore. Porque todas las mujeres dir¨ªan: mira el pobre Byron, qu¨¦ interesante parece moribundo". La s¨ªfilis, una enfermedad que, como el sida, llama antes de entrar, se llev¨® por delante a Adrian Leverk¨¹hn en Doktor Faustus; y ni el mismo Flaubert pudo sustraerse a su fuerza devoradora que lleg¨® a mordisquear incluso su literatura.
Susan Sontag afirma que la enfermedad es "la voluntad de expresarse a trav¨¦s del cuerpo, un lenguaje para representar la mente: una forma de autoexpresi¨®n". Pero, ?ser¨ªa justo asociar toda una vida, por muy corta que sea, de creaci¨®n a una enfermedad mortal? La escritora neoyorquina dedica su segundo libro sobre la pandemia, El sida y sus met¨¢foras (publicado en 1988, dos a?os m¨¢s tarde que As¨ª vivimos ahora), a uno de sus mejores amigos, el artista Paul Thek, v¨ªctima del s¨ªndrome, a quien cuidaba mientras le le¨ªa las Eleg¨ªas de Duino, de Rilke. "Despu¨¦s de dos d¨¦cadas de derroche sexual, de especulaci¨®n sexual y de inflaci¨®n sexual, nos hallamos en los primeros estadios de una recesi¨®n sexual. Hoy d¨ªa, evocar la cultura sexual de los setenta es para algunos lo mismo que supondr¨ªa evocar la ¨¦poca del jazz desde la perspectiva de los damnificados por el crash de 1929", escribe.
Tales juicios reduccionistas
suenan a severos y evasivos. La enfermedad del sida ten¨ªa detr¨¢s a un demonio bell¨ªsimo, como un h¨¦roe byroniano (el comentario de Baudelaire de le plus parfait type de Beaut¨¦ virile est Satan -a la mani¨¨re de Milton-), capaz de hacer sentir al artista la discrepancia entre el ¨¢ngel que se supon¨ªa que era y el demonio furioso que deb¨ªa acechar en cada obra suya. La "injusticia de los cielos" (Yeats) convierte al artista fr¨¢gil, moribundo, en un narciso, que medita sobre su propia imagen y su furia secreta ante lo inexorable. Un modelo, en fin, de dignidad y nobleza est¨¦tica que ensombrece su acogedor estado anterior a la ca¨ªda.
Esa especie de orgullo sat¨¢nico se hace evidente en un artista que muchos recuerdan ¨²nicamente por haber protagonizado una sonada acci¨®n-escultura social: Pepe Espali¨² (Carrying Project. San Sebasti¨¢n, Madrid, 1992). El artista cordob¨¦s (1955-1993), herido por el rayo del sida en 1990, se deja transportar en volandas por parejas de amigos y voluntarios, al modo del juego infantil "la silla de la reina"; descalzo, quer¨ªa indicar que el que realmente corr¨ªa el riesgo de contraer cualquier enfermedad era el afectado con sida y no, como entonces todav¨ªa muchos cre¨ªan, el individuo sano. Espali¨² segu¨ªa a Beuys -Zeige deine Wunde (ense?a tus heridas)- a la hora de llevar su pasi¨®n personal al campo de la batalla social.
?Es justo que la enfermedad de Espali¨² se haya convertido hoy en un juicio moral a su arte, en lugar de en un juicio est¨¦tico? Espali¨² fue un pedazo de artista, una criatura emocionalmente rica que, obligado por la enfermedad, convirti¨® su obra final en una tremenda met¨¢fora del suicidio. M¨¢s completo que su compa?ero de generaci¨®n y amigo Juan Mu?oz, a Espali¨² hay que verlo como a un cl¨¢sico, un artista que crey¨® ver al dios personal en la m¨¢scaras africanas (Picasso), el vac¨ªo existencial en las cabezas de maniqu¨ª de Malevitch, la circularidad, la vida y la muerte/ausencia en Bataille, que descubri¨® la fuente del placer intelectual en un urinario (Duchamp), que humaniz¨® ata¨²des y jaulas (Magritte), muletas (Dal¨ª), que vislumbr¨® al mejor Pon? en sus dibujos de v¨¦rtigo ocular y al Brossa activista y catalanista, que lacer¨® su obra con el dolor de la sociedad enferma (Fluxus) y llev¨® a su promontorio personal los cuerpos fragmentados de Robert Gober y Louise Bourgeois.
La antol¨®gica que le dedica el
Museo Reina Sof¨ªa, comisariada por el mejor conocedor de su obra, Juan Vicente Aliaga, compendia los trabajos de este artista vinculado a las actividades de la revista Figura de mediados de los ochenta en Sevilla (con Guillermo Paneque, Rafael Agredano, Federico Guzm¨¢n, Rogelio L¨®pez-Cuenca y Curro Gonz¨¢lez), con un total de 200 obras procedentes de colecciones particulares de todo el mundo (la m¨¢s completa, la del galerista sevillano y gran amigo de Espali¨², Pepe Cobo). El recorrido es como un viaje por un poemario jondo (su admirado Lorca) en el que los temas de la fragilidad y la identidad humana, la ausencia/presencia dram¨¢tica y el dolor son b¨¢sicos para entender su sensibilidad como autor.
Se incluyen dibujos -precisos, lineales, puros, que recuerdan a los dise?os de patronaje de los sastres-, pinturas (Rey, Dama, Valet, 1987, pol¨ªptico alusivo a la triangulaci¨®n familiar), sus bronces (Maternidad, 1990) que Aliaga coloca junto a figuras del Congo y Costa de Marfil -las que Espali¨² conservaba en su estudio por una querencia especial hacia el arte africano tras una visita al British Museum-; sus m¨¢scaras de santos (Pas de Masque, 1988) -una de ellas, con su boca cosida, recuerda la de An¨ªbal el Can¨ªbal- confeccionadas por guarnicioneros sevillanos; sus fotograf¨ªas con truco de la Barcelona canalla (1975), dibujos de acciones (El nido, 1993, Amsterdam), muletas y palanquines, como ata¨²des. Finalmente, sus obras m¨¢s conocidas, campanas imposibles, jaulas de bronce (Para los que ya no viven en m¨ª, 1992) y esculturas donde su animal fetiche, la tortuga, simboliza lo andr¨®gino.
La obra de Espali¨² obliga a mirarla dos veces. ?ste es el m¨¦rito del trabajo de Aliaga, el haber conseguido organizar un recorrido "antiheroico" donde la vida gana, finalmente, al dolor y a todas sus met¨¢foras.
Pepe Espali¨². Museo Nacional Centro de Arte Reina Sof¨ªa. Santa Isabel, 52. Madrid. Del 14 de enero al 31 de marzo.
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