Augusto Monterroso atrapa la esencia de sus contempor¨¢neos
El escritor recoge algunas impresiones sobre otros autores en 'P¨¢jaros de Hispanoam¨¦rica'
Como todos sus libros, tiene la elegancia de la brevedad y las dosis exactas de humor e inteligencia para que su lectura vuelva a convertirse en un inmenso placer. "Lo que aqu¨ª presento no son retratos; ni siquiera bocetos o apuntes", escribe Augusto Monterroso (Guatemala, 1921) en el pr¨®logo de P¨¢jaros de Hispanoam¨¦rica (Alfaguara), y dice que s¨®lo ha recogido e intentado preservar el "trazo de ciertas huellas" que han dejado algunos "p¨¢jaros" que le interesan.
"Y sus hermanos mayores / se admiraban de ver tantos p¨¢jaros" es la cita del Popol Vuh que encabeza el libro, y entre los "p¨¢jaros" de los que se ocupa Augusto Monterroso est¨¢n Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Ernesto S¨¢bato, Jos¨¦ Donoso, Julio Cort¨¢zar, Alfredo Bryce Echenique, C¨¦sar Vallejo o Juan Carlos Onetti, por citar s¨®lo algunos de los m¨¢s conocidos. El ¨²ltimo de los espec¨ªmenes tratados en el libro es un tal "Augusto Monterroso, ornit¨®logo".
Monterroso destaca de Monterroso que no es un caballero alto. "Sin empinarme, mido f¨¢cilmente un metro sesenta. Desde peque?o fui peque?o". As¨ª rezan las dos primeras frases de un texto donde el escritor guatemalteco, que vive en M¨¦xico desde hace muchos a?os, realiza distintas consideraciones sobre sus vanos esfuerzos de hacer ejercicio para crecer, reflexiona sobre la relaci¨®n entre raza y estatura, cuenta algunas chanzas que ha recibido por su tama?o y, sobre todo, establece la ¨ªntima vinculaci¨®n entre ser peque?o y la afici¨®n a escribir versos. "Parece ser que la musa se encuentra m¨¢s a sus anchas, valga la paradoja, en cuerpos breves y aun contrahechos", escribe, para terminar llamando la atenci¨®n sobre un concurso de poes¨ªa en el que, en las bases, se exig¨ªa a los poetas incluir "su altura en cent¨ªmetros".
?se es el tono de este libro. Puro af¨¢n de contar, y de contar bien. La materia de este ornit¨®logo son esta vez esos p¨¢jaros que sobre todo escriben. Y aunque sabido es que en los c¨ªrculos literarios lo que reina tantas veces es la envidia y la zancadilla, lo que aqu¨ª se cuenta tiene mucho m¨¢s que ver con las m¨²ltiples maneras de pasarlo bien.
"Lo extraordinario y lo ins¨®lito es as¨ª, as¨ª de sencillo", concluye Monterroso al hablar de la poetisa Ninfa Santos. Cuando se acerca a Horacio Quiroga, ese enorme cuentista, cuenta su vida que fue "un largo sue?o tr¨¢gico". Advierte "el aire de tristeza" que recorre La gram¨¢tica fant¨¢stica, de Ra¨²l Renan. Al abordar a Gabriel Zaid se lo encuentra enfrascado en rumiar la efectividad de incluir los nombres de marcas comerciales dentro de un poema. Con Juan Rulfo coincide en una comida en casa de Alba y de su marido, un gran pintor. Y es tal la manera con que cuenta Monterroso las cosas que uno tiende a imaginar que aquella comida fue como era la due?a de casa: con esa dulzura tan grande, ese sentido del humor agil¨ªsimo y despierto, esa inteligencia llena de br¨ªo y energ¨ªa. Y as¨ª vamos, de uno a otro, de Ernesto Cardenal a Miguel ?ngel Asturias, de Jos¨¦ Emilio Pacheco a Emilio Adolfo Westphalen.
Y lo que est¨¢ haciendo Monterroso en este libro es celebrar la vida. Una vida tranquila. Para eso est¨¢n los p¨¢jaros de plumajes tan variados y de tan varios colores. Para encontrarle el gusto a los detalles nimios que se deslizan en los encuentros y en las conversaciones. Para compartir la alegr¨ªa que explota cuando las ideas se engarzan y descubren nuevos argumentos. Tambi¨¦n para pensar, para dejar un sitio a la melancol¨ªa, para saber que tambi¨¦n hay ratos de tristeza, de muerte y desolaci¨®n.
Cuenta Monterroso que un d¨ªa vio al poeta Francisco Sampietro y que lo cit¨® para una "fiesta en la que se cantar¨ªa m¨²sica electr¨®nica y en la que a media noche 12 ni?os de pureza indudable lanzar¨ªan desde el techo, a falta de vacas voladoras como las de Chagall, 12 gallinas vivas que caer¨ªan lo m¨¢s lentamente que pudieran sobre los invitados". Pero el caso es que Sampietro muri¨®. Y, por desgracia, son cosas que tambi¨¦n pasan en la vida.
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