Un halc¨®n vigila los cielos de Madrid
La rapaz, devoradora de torcaces, se posa sobre el rascacielos que identifica con los acantilados de la laguna de Rivas donde anida
Un ave rapaz controla los cielos de Madrid desde la Gran V¨ªa. No tiene nombre, pero deja su r¨²brica en los pin¨¢culos de uno de los hitos m¨¢s prominentes de la ciudad. Hasta all¨ª, a 98 metros de altura, sobre la cima del edificio de Telef¨®nica, suele acarrear sus presas bien asidas por sus garras. As¨ª lo asegura Juli¨¢n Cano, jefe de mantenimiento del gran edificio madrile?o. La firma de esta rapaz son las leves plumas y las rojas v¨ªsceras de sus v¨ªctimas, que deja esparcidas por los altos repechos. El plumaje procede de palomas torcaces de cuerpo abultado y hasta cinco kilos de peso, t¨®rtolas, estorninos u otras aves menores. El amo de ese cielo de Madrid es un halc¨®n peregrino, de pico curvo, bigoteras oscuras y alas negras suavemente combadas por su frente, con una pechera blanca moteada y poderosas zarpas afiladas. "Lo vemos, pero nunca hemos conseguido fotografiarlo", asegura Cano.
Puede tener medio metro de longitud. Con las alas desplegadas, a veces de un color azul intenso fronterizo del negro, cubre de sombra un espacio de hasta un metro y quince cent¨ªmetros de extensi¨®n. Empero, ese halc¨®n no vive sobre la Telef¨®nica; all¨¢ arriba, 112 escalones desde el piso duod¨¦cimo, solo tiene comederos y posaderos, aunque los frecuenta casi a diario. "Caza a sus v¨ªctimas en vuelo, a unos treinta metros de la l¨ªnea de cornisa de edificaci¨®n. ?l vuela m¨¢s arriba, hasta 800 metros de altura, pero con su excelente vista controla la trayectoria de las palomas m¨¢s incautas. Entonces, se coloca sobre la perpendicular y, s¨²bitamente, se desploma sobre ellas en una acometida en picado que puede proyectar su cuerpo a 180 kil¨®metros por hora en su descenso a tumba abierta", explica Theo Oberhuber, responsable de Conservaci¨®n de la Naturaleza de Ecologistas en Acci¨®n.
Con el impacto de su cuerpo el halc¨®n aturde, cuando no desnuca, a las desdichadas aves. Les corta la cabeza, desde?a sus patas y esparce sus plumas, como cabe ver sobre los ensangrentados rellanos. Los restos quedan desperdigados entre los rincones que forman los pin¨¢culos de piedra caliza de Alicante que coronan el rascacielos madrile?o. "Le gusta realizar su faena en la fachada sur del edificio, la m¨¢s soleada", cuenta Juli¨¢n Cano.
"Es probable que el halc¨®n no viva sobre el mismo rascacielos", dice por su parte Oberhuber. ?l cree que anida sobre unos acantilados fluviales situados en las inmediaciones de la laguna de Rivas Vaciamadrid. Entonces, ?qu¨¦ pinta aqu¨ª una rapaz de sus caracter¨ªsticas, en plena cresta del gran edificio de Gran V¨ªa? "Los rascacielos brindan al halc¨®n parajes similares a aquellos en los que en verdad vive", explica Oberhuber. "Los farallones y acantilados, en este caso los rascacielos urbanos, le ofrecen un paraje para observar, posarse y comer, o tambi¨¦n para anidar, porque hasta esas alturas resulta extremadamente dif¨ªcil a otras aves, incluso a los humanos, encaramarse para arrebatarles sus huevos", se?ala. Los huevos de halc¨®n son muy apreciados por los amantes de la cetrer¨ªa; algunos anhelan obtener un polluelo para adiestrarlo en ese arte de origen medieval, practicado desde hace siglos por nobles que desbordaban de gozo cuando, a sus manos embutidas en guanteletes de cota de malla, las rapaces regresaban raudas tras rebanarle el pescuezo a cualquier otro ser vivo.
"La ciudad de Madrid procura a ese halc¨®n comida f¨¢cil, por la abundancia de palomas, incluso de mirlos, que aqu¨ª vuelan", comenta Oberhuber. "No es frecuente que los cazadores disparen sus escopetas sobre el cielo de la ciudad", a?ade, "aunque a veces han llegado a los Centros de Recuperaci¨®n de Aves Rapaces de Buitrago y Majadahonda aves heridas en el campo. Oberhuber vio por primera vez un halc¨®n peregrino en Madrid capital planeando sobre las Torres de Valencia, junto al Retiro, hace unos ocho a?os. Tres a?os despu¨¦s vio otra en Torre Europa, en el pol¨ªgono Azca; al poco, tuvo noticia y confirm¨® el sobrevuelo de otra m¨¢s sobre el edificio Espa?a, y hace poco pudo ver un halc¨®n peregrino desde detr¨¢s del edificio de la cadena SER, tras la Telef¨®nica.
Por la proximidad entre ¨¦stos, piensa que el que se posa ahora sobre la cresta de Telef¨®nica podr¨ªa ser el mismo que el que vio entonces sobre la plaza de Espa?a. "Hay que tener en cuenta que un halc¨®n puede vivir hasta quince a?os", se?ala. A veces, la gente puede confundirlos con cern¨ªcalos: "Con mis compa?eros de Ecologistas en Acci¨®n suelo frecuentar el departamento de Medio Ambiente, en Nuevos Ministerios", explica Theo. "All¨ª sabemos que sobrevuelan dos cern¨ªcalos. Se distinguen de los halcones en que son aves m¨¢s peque?as. La proliferaci¨®n de insecticidas hace que los cern¨ªcalos se envenenen poco a poco tras ingerir los pesticidas que, a su vez, han comido previamente las palomas, que incluso sufren malformaciones. "Por esta causa, es extra?o hallar una paloma que conserve sus patas ¨ªntegras", agrega.
Y concluye Oberhuber: "Me gustar¨ªa remarcar que los halcones no implican el menor riesgo para los humanos, no son hostiles, m¨¢s bien cumplen una misi¨®n equilibradora y beneficiosa, ya que regulan la sobreabundancia de palomas en Madrid, por lo que no deben ser atacados". Y sugiere: "Recomiendo a la gente que los respete y disfrute al contemplar su majestuoso vuelo y sus singulares costumbres".
El viento es culpable
El reloj de la estaci¨®n de Atocha, de 6,5 metros de di¨¢metro, uno de los mayores de Madrid, permanece varado desde la semana pasada en las 4.30. Tambi¨¦n lo han estado las cuatro esferas del reloj que corona el edificio de Telef¨®nica, que quedaron detenidas en las 10.30 varios d¨ªas durante la pasada semana. Alguien podr¨ªa pensar que ambas detenciones, al igual que la de otro gran marcador de la plaza de Callao, podr¨ªan haber sido obra del halc¨®n. Pero no ha sido as¨ª. La culpa est¨¢ en el viento, helador, que sopla veloz en estas fechas del invierno sobre la ciudad. Cuando zumba por encima de 50 kil¨®metros a la hora, las saetas de 2,30, minuteras y 1,80, horarias, de las cuatro las esferas del de Telef¨®nica pueden detenerse, explica Juli¨¢n Cano. "Y ello porque poseen una caja abierta para albergar un circuito luminoso de ne¨®n rojo; al alojar el viento, genera una fricci¨®n intensa". ?sta es transmitida a cada una de los cuatro ejes de 4,5 metros de longitud unidos perpendicularmente a un dispositivo relojero Inducta, en posici¨®n central, dotado de un conversor articulado que transforma el sentido del movimiento recibido de un impulsor. La presi¨®n sobre las saetas impacta en las varas, cuyos atornillamientos saltan y detienen todas las agujas del reloj.
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