Qu¨¦ hermosura
La belleza musical se instal¨® a sus anchas en la sala grande del Auditorio Nacional. Fundamentalmente, por los m¨¦ritos de una partitura maravillosa de Claudio Monteverdi, pero en gran medida tambi¨¦n por el hechizo de una interpretaci¨®n de meridiana transparencia.
La lectura que Herreweghe hizo de las V¨ªsperas, de Monteverdi, fue conmovedora. Fina en el an¨¢lisis, l¨²cida en la s¨ªntesis de estilos, detallista sin necesidad de demostrarlo a cada momento, impecable de ejecuci¨®n. La revoluci¨®n dulce, de que habla Denis Morrier a prop¨®sito de esta obra, es decir, una revoluci¨®n que modifica todo sin destruir nada, se percibe desde la dosificaci¨®n del sonido, el equilibrio entre las diferentes familias vocales e instrumentales, o el gusto por una est¨¦tica de ra¨ªces no condicionantes. Herreweghe acent¨²a, indica, administra o sugiere, pero rara vez impone. Deja libertad de expresi¨®n a su excelente coro y ¨¦ste le responde con primor. En el magn¨ªfico cuadro de solistas vocales toma las riendas el tenor brit¨¢nico Mark Padmore: un fen¨®meno. Contagia al resto su nitidez y su energ¨ªa. Hace unas semanas cant¨® en la prestigiosa Sociedad Filarm¨®nica de Bilbao La bella molinera, de Schubert. De su magnetismo se sigue hablando en la villa del Guggenheim. En la secci¨®n de viento- metal fue extraordinaria la aportaci¨®n de Bruce Dickey o Charles Toet, desde el cornetto y el tromb¨®n, respectivamente.
Vespro della beata Vergine
De Monteverdi. Collegium Vocale Gent, Concerto Palatino. Director: Philippe Herreweghe. Conciertos de la Tradici¨®n. Auditorio Nacional, Madrid, 22 de enero.
La versi¨®n fue de una extraordinaria levedad (dicho en el sentido m¨¢s elogioso del t¨¦rmino), con un trazo tan elegante en la l¨ªnea como rico en la elaboraci¨®n y proyecci¨®n del sonido. Los efectos espaciales y de ecos fueron resueltos con sencilla eficacia. Y la sala del auditorio, con muchos huecos, nos hizo so?ar en Mantua o Venecia.
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