El reflujo
Me invade el estupor ante la tromba reaccionaria que nos est¨¢ cayendo encima, y lo que m¨¢s me asombra es la pasividad, incluso la complacencia, con las que acogemos esta marea r¨¢pida dispuesta a barrer los principios en que ayer mismo asent¨¢bamos, o dese¨¢bamos asentar, nuestra convivencia. No eran dogmas, sino puntos de referencia que conformaban un espacio ideol¨®gico para la discusi¨®n y para el consenso. Todo eso se est¨¢ viniendo abajo a marchas forzadas y lo est¨¢ haciendo mediante la utilizaci¨®n fetichista de conceptos fosilizados previamente, tras haberlos vaciado de todo contenido. S¨®lo hay gritos, esl¨®ganes, anatemas, que truenan para ocultar la complacencia por la negaci¨®n f¨¢ctica de aquello que enuncian. Una confusi¨®n de la que participan, y esto es lo m¨¢s triste, quienes, estando obligados a pensar, debieran perfilar su discurso para disecar y clarificar, en lugar de apuntarse gozosos a esta cruzada de la simpleza a la que est¨¢n impulsando de forma pat¨¦tica.
Nunca he sido adicto a los movimientos, quiz¨¢ por talante, pero sobre todo por esa tendencia compulsiva que suelen tener todos ellos a presuponer verdades de las que los dem¨¢s han de participar como si fueran algo obvio. Ante esa mirada censora y comunitaria, que en la modernidad adquiere el car¨¢cter de refugio culposo del delito de la inseguridad -pues tambi¨¦n en la modernidad hay pecados-, siempre me he guardado el derecho a mantener mi mirada, la propia: un derecho al mon¨®logo, en su caso extremo, que diera realidad a mi libertad. Conoc¨ª esos excesos compulsivos en los movimientos sesentayochistas y posteriores, esa tremenda necesidad de comuni¨®n en el delito, pues s¨®lo los actos vividos como delito poseen esa perentoria necesidad de ser compartidos para evitar testigos inc¨®modos. Pero hab¨ªa algo liberador en aquellos delitos, ya que eran pasos arriesgados, golpes de audacia nada definitivos y que acababan relativizando su propia validez y aceptando la discrepancia del entorno. A base de esos golpes de audacia, tan poco democr¨¢ticos en principio, se pas¨® en Espa?a del nacionalcatolicismo a asumir la libertad como principio regulador de la convivencia.
?D¨®nde est¨¢n hoy esos golpes de audacia, que llevaban aparejada una concepci¨®n optimista del poder germinativo de los valores? No es seguro que esa creencia optimista en los poderes de la persuasi¨®n, la solidaridad, la tolerancia, la apertura a lo diferente fueran la v¨ªa acertada como panacea para resolver los problemas del mundo, pero todo depende del tipo de sociedad que se desea, y a¨²n hay algo m¨¢s: esa concepci¨®n optimista marcaba un tono, retrataba a una sociedad que cre¨ªa en s¨ª misma. ?Es esto lo que vemos hoy? En absoluto, sino una sociedad atemorizada, repleg¨¢ndose en s¨ª misma como si fuera objeto de asedio, forzando una definici¨®n de sus l¨ªmites como si fuera una cultura cerrada, doctrinal y local, y no una cultura permeable, esponjosa y transformadora, como lo ven¨ªa siendo desde hace seis siglos. Y los golpes de audacia son ahora siempre pasos hacia ese repliegue: reacci¨®n camuflada de audacia en nombre de una patra?a: la cruzada contra lo pol¨ªticamente correcto. La operaci¨®n se realiza adem¨¢s en tropel, todos a una, como si hubieran tocado la trompeta.
"Bois ton sang, Beaumanoir", ¨¦se era el lema de una antigua familia francesa, los Beaumanoir, y que Gottfried Benn hizo suya como divisa del artista: "Sufres, pues ay¨²date a t¨ª mismo; t¨² eres tu propia liberaci¨®n y tu dios; est¨¢s sediento, has de beber tu sangre, ?bebe tu sangre, Beaumanoir!". Aunque quiz¨¢ debi¨¦ramos extender esa divisa m¨¢s all¨¢ del artista. Frente a una sociedad rendida, que reniega de su capacidad creativa y deposita cada vez m¨¢s su confianza en los poderes coercitivos del Estado, en su pura y estricta labor policial, porque ha sido tambi¨¦n incapaz de regenerar ese Estado y reorganizarlo en funci¨®n de las necesidades de la polis moderna, resulta triste ver que el papel de la inteligencia se reduce a hacer de corifeo de esa limitaci¨®n. ?A qu¨¦ est¨²pida vaciedad est¨¢ quedando hoy reducido el ciudadano, sometido a fuerzas que no controla y entregado en su desamparo a un Estado que s¨®lo parece dispuesto a ejercer su poder coercitivo? ?Se puede ser ya un Beaumanoir sin acabar convertido en delincuente?
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