Alicia de Larrocha, el adi¨®s de una grande
La pianista se despidi¨® con sobriedad del p¨²blico de Barcelona tocando Mozart
Ninguna concesi¨®n. Diminuta y fr¨¢gil, cargando con dos ramos de flores que apretaba contra el pecho, agit¨® la mano t¨ªmidamente en se?al de adi¨®s. Fueron pocos segundos. Luego se dirigi¨® hacia la puerta de camerinos y ya no volvi¨® a salir. As¨ª de sobria fue la despedida de Alicia de Larrocha de la escena de Barcelona, la ciudad que la vio nacer va camino de los 80 a?os.
El Auditori lleno, el p¨²blico puesto en pie, aplaudiendo c¨¢lidamente. Ni por ¨¦sas. No ha entrado nunca en el diccionario de esta enorme concertista, en m¨¢s de 70 a?os de carrera (empez¨® a exhibierse a los siete a?os: utilizaba unos realces de madera para llegar a los pedales), la palabra sentimentalismo. Su Mozart -Concierto en la mayor, K.488, con la OBC dirigida por Franz-Paul Decker- hab¨ªa sido todo menos sentimental.
En los 12 compases de inicio del movimiento lento se concentr¨® una vida
En Larrocha siempre ha habido que admirar la contenci¨®n expresiva, la sencillez de la frase, la parquedad en la utilizaci¨®n del pedal (c¨®mo pod¨ªa ser de otro modo, siendo como es la heredera directa de Frank Marshall, autor de un sabio tratado, todav¨ªa en uso en las academias, sobre la resonancia del piano). A todo eso hay que a?adir el ataque de la tecla: ajustado a la d¨¦cima de segundo, limpio, siempre lanzado desde una distancia muy corta sobre el plano de las teclas. El gesto pian¨ªstico amplio, a menudo pr¨®ximo al aspaviento, que tantas galer¨ªas ha enrarecido, es otro de los conceptos que nunca ha figurado en su breviario de interpretaci¨®n.
Cuando Larrocha no toca, escucha a la orquesta muy quieta. A lo sumo inclina ligeramente el busto hacia adelante para acompa?ar un crescendo, los brazos pegados al cuerpo, las manos recogidas en el regazo. No salta cuando le llega el turno: simplemente entra porque es de pura l¨®gica y sensatez entrar en ese punto, como entran las estaciones a cada solsticio.
Entonces, ?ning¨²n estremecimiento del coraz¨®n, ninguna apretura de tripas? No hace ninguna falta. Lo suyo es decir lo que pone el papel, explicarlo con palabras sencillas, cuanto m¨¢s sencillas mejor. La emoci¨®n brota como pura consecuencia de lo que un d¨ªa qued¨® escrito por alguien.
El ejemplo sumo de eso, en el concierto de ayer, estuvo en los 12 compases del piano en solitario con los que inicia el movimiento lento. Son una despedida del mundo, una reflexi¨®n distanciada, como si uno se contemplara a s¨ª mismo desde una nube solitaria y triste. Larrocha dijo esos compases empujando el movimiento a la siciliana (seis por ocho) con la naturalidad implacable de un ni?o que canturrea absorto por el juego. El aire se hab¨ªa detenido en el Auditorio. La ni?a Alicia que no llegaba a los pedales volv¨ªa a estar ah¨ª, jugando otra vez con el enorme Steinway negro, como si nunca hubiera existido una carrera en lo m¨¢s alto del pianismo internacional.
Fueron momentos tensos, el sentimiento pod¨ªa traicionar en cualquier momento. Ella misma se encarg¨® de desbaratar cualquier atisbo de tristeza atacando con ¨¢gil picard¨ªa el tercer movimiento, ese juego de persecuciones, aqu¨ª te pillo, aqu¨ª te mato. Con la madera jugaba la ni?a Alicia a mostrarse y esconderse: la broma m¨¢s ingenua y tierna de todas.
Estallaron los aplausos, sali¨® la pianista una y otra vez a agradecerlos. Luego, cargando con sus dos ramos de flores, dijo adi¨®s con su min¨²scula mano -incre¨ªble para quien ha dado a conocer la Suite Iberia de Alb¨¦niz al mundo- y desapareci¨® detr¨¢s de la puerta de camerinos. Los grandes no necesitan mucho m¨¢s.
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