El desaf¨ªo estadounidense
Pocas veces una causa habr¨¢ parecido tan comprendida: por el motivo que sea, los Estados Unidos de Bush quieren declarar la guerra a Irak; por todos los medios de que disponen, los Gobiernos de la "vieja Europa" -Francia y Alemania- quieren evitarla. Estos ¨²ltimos pocas veces habr¨¢n tenido tras ellos una opini¨®n tan firme y decidida contra la guerra, reflejo de un sentimiento ampliamente extendido en Europa. Es cierto que las condiciones en las que se podr¨ªa emprender una prueba de fuerza militar entre el Ej¨¦rcito estadounidense y algunos aliados frente a Sadam deja poco lugar a sutilezas. ?De qu¨¦ se trata? A priori, de una idea fija. La de un presidente que, antes de ser elegido, prometi¨® "acabar con Sadam", y que en vista del fracaso ya pr¨®ximo de una nueva campa?a presidencial quiere acabar efectivamente con el r¨¦gimen iraqu¨ª. Algo simple, quiz¨¢, pero probablemente eficaz. Con riesgo de dilapidar el capital de solidaridad espont¨¢nea u obligada que generaron los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Al librar una guerra en Afganist¨¢n, ampliamente aprobada, el Gobierno de Bush deshizo un r¨¦gimen, el de los talibanes, que aseguraba la base log¨ªstica de la organizaci¨®n terrorista Al Qaeda, autora de los atentados del 11 de septiembre. Al querer llevar la guerra a Irak, se mete con un r¨¦gimen que, por muy detestable y condenable que sea, no est¨¢ implicado -hasta que se demuestre lo contrario- en el terrorismo internacional. ?C¨®mo pasa George Bush de una guerra a otra? Suponiendo que Sadam Husein est¨¢ a la cabeza de la lista de proveedores potenciales de Osama Bin Laden. Desde luego, la ideolog¨ªa separa al iraqu¨ª del saud¨ª, pero el odio de Estados Unidos los une. Tambi¨¦n Inglaterra est¨¢ convencida de que es cuesti¨®n de tiempo el que Sadam Husein ofrezca su ayuda a Bin Laden. Es una convicci¨®n, no un hecho. El argumento estadounidense es algo diferente: el peligro virtual iraqu¨ª impone actuar preventivamente. ?sta es la lecci¨®n del 11 de septiembre: actuar antes, no despu¨¦s; poder impedir que una amenaza veros¨ªmil tome cuerpo. Estos argumentos explican, en Washington como en Londres, el rechazo a entrar en un debate sobre las "prioridades", seg¨²n el cual hay que preocuparse primero de la lucha antiterrorista y luego del peligro que representa Corea del Norte, que son en la escala de posibles peligros mucho m¨¢s graves; para una y otra capital, se trata de luchar tanto contra el terrorismo del tipo de Al Qaeda como contra el armamento iraqu¨ª. Lo que hay que impedir es que se acoplen. Estados Unidos se reprocha no haber pensado "lo impensable"; no quiere tener que reproch¨¢rselo por segunda vez.
Sin embargo, la opini¨®n p¨²blica en masa condena en este momento el proyecto de guerra estadounidense. Porque percibe la desproporci¨®n entre la respuesta programada -la guerra- y una amenaza que, de momento, s¨®lo es un riesgo. A una amenaza virtual -Irak podr¨ªa armar al terrorismo islamista- se responder¨ªa con una guerra muy real. Adem¨¢s, la opini¨®n p¨²blica reclama "pruebas". Pide que se demuestre la peligrosidad "masiva" de las armas de Irak; reclama el informe de la ONU: espera que antes de hacer la guerra se instituya el casus belli. Sin lo cual, tendr¨ªa razones fundadas para preguntarse por los verdaderos motivos de la guerra de George Bush.
Porque se trata tambi¨¦n -es la raz¨®n principal de la fractura entre Estados Unidos y una amplia parte de la opini¨®n del "resto del mundo"-, a trav¨¦s del caso iraqu¨ª, del primer punto de aplicaci¨®n de la actual doctrina estadounidense. Est¨¢ en juego la forma en que el "nuevo Estados Unidos" pretende dirigir el mundo. Con una consigna: conseguir que Estados Unidos no pueda ser amenazado ni desafiado; mantener a distancia, a trav¨¦s de un gigantesco esfuerzo de defensa e investigaci¨®n, a cualquier rival en potencia; e instaurar la famosa acci¨®n preventiva, con o sin el aval de la comunidad internacional, dado que Estados Unidos est¨¢ convencido de la existencia de un peligro incipiente.
Esta pol¨ªtica rompe con la tradicional b¨²squeda de la "contenci¨®n" y la pr¨¢ctica de disuasi¨®n que ha dominado -con todo, victoriosamente- el pasado medio siglo; rompe tambi¨¦n con la doctrina de Clinton, que le iba mucho mejor a los europeos, en el sentido de que, para el presidente dem¨®crata, la "superpotencia" estadounidense implicaba unos deberes, mientras que en opini¨®n del republicano Bush le confiere unos derechos. En el primer caso, esto permit¨ªa a Estados Unidos ser indispensable, en el segundo hace de Estados Unidos una potencia "indiscutible"; esto crea un desequilibrio y alimenta un resentimiento universal. Por tanto, este estado de la opini¨®n (catastr¨®fico, porque mezcla una reprobaci¨®n de hecho con un enorme resurgir del antiamericanismo, que a algunos Gobiernos les sirve de pol¨ªtica), este escepticismo, es constantemente alimentado por el factor Bush. El estilo de Bush, su forma de ser, su ret¨®rica binaria, su "simplicidad" casi b¨ªblica: pocas veces un presidente estadounidense habr¨¢ expresado hasta este punto la convicci¨®n de una parte de Estados Unidos, la que gobierna moment¨¢neamente, de que s¨®lo ella encarna el Bien, y que, ya que ese bien es bueno para Estados Unidos lo es tambi¨¦n para el resto del mundo; y que la b¨²squeda del Bien -que pasa por el intento de redise?ar la regi¨®n en torno a Irak- vale m¨¢s que la perpetuaci¨®n del "caos" del que surgi¨® el 11 de septiembre.
El reverso de este universalismo new look es que se puede interpretar como una simple vuelta al nacionalismo: ?no estamos ante una definici¨®n un¨ªvoca de la acci¨®n exterior, donde todo depende de la estricta definici¨®n de los intereses estadounidenses, unida a una pol¨ªtica agresiva de bajada del d¨®lar? Esta lectura s¨®lo podr¨¢ animar, anima ya, a los nacionalismos chino y ruso a afirmarse a¨²n m¨¢s.
En estas condiciones, ser¨ªa bueno aplazar las decisiones, y dar todas las oportunidades a los inspectores de la ONU. No es que se necesite o se deba excluir la guerra a priori, como hace Alemania. Al contrario, absteni¨¦ndonos de excluir el recurso a la fuerza, tenemos fundamentos para rechazarlo hoy, en el estado actual del informe, y m¨¢s a¨²n de su contexto estrat¨¦gico.
Sin embargo, es imposible quedarse ah¨ª. En primer lugar, porque la ONU no puede dejar las cosas como est¨¢n en Irak. De hecho, el pa¨ªs est¨¢ bajo la tutela de Naciones Unidas desde 1991. Si hay sanciones "inteligentes" y quiz¨¢ eficaces desde la primavera de 2002 es porque la comunidad internacional considera que Sadam Husein sigue representando un peligro: para sus vecinos, y en Irak mismo, para los kurdos y los shi¨ªes. Para los estadounidenses, o bien el dictador iraqu¨ª se desarma, para demostrar que no tiene intenciones belicosas, o bien debe ser expulsado del poder. (?No se puede caracterizar precisamente as¨ª, mutatis mutandis, tambi¨¦n la actitud de Francia respecto a la Costa de Marfil de Laurent Gbagbo?). Si se considera que hay que rechazar esta pol¨ªtica de "cambio de r¨¦gimen", entonces hay que decir al mismo tiempo qu¨¦ otro m¨¦todo ser¨ªa mejor para poner fin a una situaci¨®n que ha denunciado el Consejo de Seguridad, un¨¢nime en torno a la resoluci¨®n 1.441, que mantiene la casta en el poder a trav¨¦s del sistema perverso de "petr¨®leo por alimentos", y que abandona a los iraqu¨ªes a la arbitrariedad y la opresi¨®n.
En otras palabras, no podemos permanecer encerrados en el dilema "guerra-no guerra". Y por eso debemos ser capaces de ir m¨¢s all¨¢ de una simple reacci¨®n negativa a la actitud estadounidense. Es el problema de Europa en general, y de Francia en particular. ?Cu¨¢l es la doctrina estrat¨¦gica que los europeos deber¨ªan oponer a la de la guerra preventiva que desea Estados Unidos? ?Cu¨¢ndo han estudiado juntos la cuesti¨®n nuestros jefes de Estado y de Gobierno? ?Qu¨¦ son capaces de proponer, aunque fuese lo m¨ªnimo?
En cuanto a Francia, de tanto querer oponerse sin proponer, corre el riesgo no s¨®lo de aislarse, sino de realimentar las dudas sobre sus propias motivaciones: ?no hay que buscarlas del lado de esta famosa y confusa "pol¨ªtica ¨¢rabe", a menudo invocada, nunca definida, de la que se sabe que significa una gran complacencia frente a los reg¨ªmenes establecidos, desde Siria hasta Libia? En resumen, Estados Unidos no tiene el monopolio de las segundas intenciones, incluidas las referentes al petr¨®leo.
Antes de que se abra el plazo de unas semanas que nos separa de una segunda resoluci¨®n del Consejo de Seguridad de la ONU y del previsible desencadenamiento de un conflicto con Irak -a menos que Francia u otros pa¨ªses europeos consigan en este tiempo definir una tercera v¨ªa entre la cooperaci¨®n pasiva y la guerra- debemos aceptar dos desaf¨ªos. Uno es inmediato: a pesar de que puedan existir razones objetivas para querer resolver r¨¢pidamente el problema iraqu¨ª, no es aceptable la forma en que el Gobierno estadounidense podr¨ªa intentar aprovechar esta ocasi¨®n para, en realidad, librarse de las obligaciones de un orden internacional que est¨¢ naciendo. El respeto a la legitimidad internacional debe prevalecer: las inspecciones de la ONU deben pues llegar a su t¨¦rmino. El segundo desaf¨ªo es el que Estados Unidos representa a trav¨¦s de su voluntad de asegurar a largo plazo una supremac¨ªa que no garantiza un mundo estable y equilibrado. Este desaf¨ªo le concierne al mismo Estados Unidos: no es monol¨ªtico. Hombres como Clinton y Powell son partidarios de una asociaci¨®n con Europa, que se basa en una pol¨ªtica de "contenci¨®n" y desarrollo. Es el buen camino, el que fund¨® ayer la cohesi¨®n euroatl¨¢ntica, el que puede reanimarla ma?ana. Otros en el entorno de Bush consideran que, puesto que son una potencia "moral", no hay l¨ªmite a este poder: este camino es peligroso y s¨®lo puede llevar al alejamiento de las dos orillas del Atl¨¢ntico. Este nuevo desaf¨ªo estadounidense se ha lanzado tambi¨¦n a los europeos. A ellos les toca comprender, sin alinearse, pero tampoco oponi¨¦ndose sistem¨¢ticamente, que el siglo espera que del Viejo Continente surja una potencia, pac¨ªfica y no pacifista, socio pleno y no sat¨¦lite de Estados Unidos. Para construir, en el orden internacional, lo que se ha conseguido tan bien en el "modelo" estadounidense: un sistema de checks and balances . No corramos el riesgo de borrar permanentemente un camino apenas entrevisto.
Jean-Marie Colombani es director del diario franc¨¦s Le Monde.
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