Mr. Marshall no es bienvenido
En una conversaci¨®n sostenida hace a?os con la entonces ministra de Cultura, Esperanza Aguirre, ambos evocamos nuestras respectivas vivencias de la visita del presidente norteamericano Eisenhower a Franco, en diciembre de 1959. Ella estuvo con su padre entre la multitud que vitoreaba a los dos jefes de Estado en el paseo de la Castellana. Por mi parte, hab¨ªa pasado horas recorriendo a pie las calles de Madrid con la desesperaci¨®n de pensar que aquello supon¨ªa un espaldarazo de la mayor potencia democr¨¢tica al prop¨®sito de eternizar el r¨¦gimen. Un gran letrero cubr¨ªa en la calle de Alcal¨¢ la fachada de la sede del Movimiento, con la leyenda We like Ike, y ven¨ªa a corroborar el respaldo conseguido para la dictadura. El propio Franco lo consign¨® en las conversaciones con su primo: "Estoy muy satisfecho con este viaje".
El antimilitarismo vigente en amplios sectores impuls¨® el rechazo a procesos como la integraci¨®n en la OTAN, l¨®gicamente identificada con la hegemon¨ªa 'americana'
En los a?os sesenta, los referentes cient¨ªficos y tecnol¨®gicos dejaron de ser euro-peos, y los m¨¢s relevantes universitarios pasaron por universidades de EE UU
La prehistoria del antiamericanismo se sit¨²a en torno a la guerra de Cuba, cuando el apoyo de los yanquis a los insurrectos gener¨® una violent¨ªsima ola de xenofobia
Resultar¨ªa, pues, poco explicable que hubiese sido una pluma espa?ola la que redact¨® el borrador inicial de la famosa Carta de los Ocho, elogiando a "Am¨¦rica" por salvar a Europa del fascismo y garantizar su libertad. Para los dos pa¨ªses de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, la propaganda democr¨¢tica del "mundo libre" se deten¨ªa en los Pirineos y a partir de ah¨ª iniciaba una fecunda colaboraci¨®n con las dos dictaduras en nombre de la oposici¨®n al comunismo. Ni siquiera cuando alguna vez jugaron a proteger a los dem¨®cratas, esa vocaci¨®n defensiva dejaba de prevalecer. Recuerdo un viaje que realic¨¦ en 1965 a Estados Unidos, dentro de un programa de promoci¨®n democr¨¢tica del Departamento de Estado, residuo de la era Kennedy. En la primera conversaci¨®n con un funcionario, me permit¨ª criticar la pol¨ªtica de alianza con el r¨¦gimen y formul¨¦ la recomendaci¨®n de que apoyaran activamente a los intelectuales dem¨®cratas, m¨¢s all¨¢ de invitar a Juli¨¢n Mar¨ªas para que pronunciase conferencias en la embajada. La respuesta fue malhumorada y tajante: "Tengan cuidado. Queremos ayudarles, pero tambi¨¦n les podemos destruir". No hab¨ªa nada que esperar: el centinela de Occidente constitu¨ªa una pieza imprescindible del engranaje de poder militar norteamericano.
A partir de 1945, en los principales pa¨ªses que hoy constituyen la Uni¨®n Europea, el antiamericanismo fue un subproducto ideol¨®gico de la izquierda, fundamentalmente comunista, en competencia con el reconocimiento por una gran parte de la sociedad de que gracias a Estados Unidos los fascismos hab¨ªan sido derrotados y el comunismo frenado, por no hablar del papel decisivo que desempe?¨® el Plan Marshall en la recuperaci¨®n econ¨®mica de la posguerra. En Espa?a, al faltar esa acci¨®n tutelar de Washington para la democracia, qued¨® libre el espacio para que el antiamericanismo, en principio de ra¨ªz comunista ortodoxa y luego, en los a?os sesenta, tambi¨¦n izquierdista, impusiera sus im¨¢genes negativas sobre todo lo concerniente a la pol¨ªtica y a la organizaci¨®n econ¨®mica de Estados Unidos. La recuperaci¨®n del pensamiento y de la militancia de oposici¨®n al franquismo tiene lugar adem¨¢s en la d¨¦cada de los felices sesenta, en un marco iluminado por el doble resplandor de la guerra de Vietnam y de la aparentemente ejemplar revoluci¨®n cubana, en ambos casos con Estados Unidos en el papel de villano. Desde el interior, figuras como Nixon contribu¨ªan a cerrar el c¨ªrculo de la caracterizaci¨®n peyorativa de lo que alguien llam¨® the ugly american, el americano feo, un estereotipo destinado a durar.
Entre Cannes y Hollywood
La prehistoria del antiamericanismo espa?ol se sit¨²a en torno a la guerra de Cuba, cuando el apoyo de los cerdos yanquis a los insurrectos gener¨® una violent¨ªsima ola de xenofobia contra aquellos mercachifles que pretend¨ªan mancillar el honor espa?ol (y adem¨¢s lo lograron). De la crisis qued¨® una imagen negativa de Estados Unidos como pa¨ªs materialista, dominado por el ego¨ªsmo, salvo excepciones como la de Ramiro de Maeztu, quien en Hacia otra Espa?a, y desde el mismo a?o del Desastre, present¨® ya como modelo de modernizaci¨®n "el prodigioso desarrollo de la Rep¨²blica americana".
Todav¨ªa en el debate del d¨ªa 5, un diputado canario, ex comunista, evoc¨® el episodio oscuro de la voladura del Maine que sirviera de coartada para la injusta acci¨®n de guerra de McKinley contra Espa?a. Pero no hay que creer que el sarampi¨®n del 98 se convirti¨® en enfermedad incurable. S¨®lo que nada actu¨® para forjar una imagen positiva hasta 1936, y luego, al quedar Espa?a al margen de la II Guerra Mundial. As¨ª, el antiamericanismo pudo renacer, tanto entre los vencidos leales al liderazgo de la URSS como en los c¨ªrculos del r¨¦gimen frustrados por el aislamiento a que era sometida la dictadura. Fue la pinza que hizo posible Bienvenido Mr. Marshall, la pel¨ªcula que en 1952 marc¨® la resurrecci¨®n del cine espa?ol con su premio en el Festival de Cannes. Resultaba est¨¦ril confiar en una nueva vida propiciada por los Reyes Magos de Am¨¦rica, esos que tra¨ªan en la letra de la canci¨®n "aeroplanos para las ni?as bonitas" y "rascacielos en frigidaires (sic)".
Sin embargo, no todo era tan claro en el filme de Berlanga y Bardem. M¨¢s all¨¢ de los dobles sentidos en determinadas secuencias, la voz en off designaba el cauce m¨¢s poderoso de americanizaci¨®n: la gran diversi¨®n de los lugare?os consist¨ªa en asistir a la proyecci¨®n de pel¨ªculas del Oeste. Como tantas veces se ha se?alado, a modo de consolaci¨®n de las penurias de todo tipo impuestas por el r¨¦gimen, el sue?o americano se impuso a la mentalidad de los espa?oles desde el cine. En esa hora y media, o tres en los programas dobles de la ¨¦poca, que situaban a los espectadores en un mundo imaginario con otras relaciones sociales, coches de lujo (los aqu¨ª llamados haigas), otra est¨¦tica y una cierta libertad de costumbres materializada en una forma de besar que fuera de la sala era sancionada con multa de 25 pesetas.
A partir de los a?os sesenta entr¨® en juego otro factor importante: los referentes cient¨ªficos y tecnol¨®gicos dejaron de ser europeos, y en las m¨¢s relevantes especialidades, los j¨®venes universitarios espa?oles pasaron a recibir su verdadera formaci¨®n en universidades norteamericanas. El ambiente de la ¨¦poca permit¨ªa que en ese proceso sobreviviera un cierto grado de contestaci¨®n. Woody Allen era compatible con el MIT.
La transici¨®n, con nuestra democracia ya inmersa en el mundo libre, ser¨¢ el momento para el reajuste de las relaciones simb¨®licas. En 1982, una pel¨ªcula espa?ola, Volver a empezar, es premiada en Hollywood, cuya academia contempla con satisfacci¨®n el acto de reconocimiento cumplido por uno de esos espa?oles formados en la admiraci¨®n a Estados Unidos desde las salas de cine. Con fondo musical de Cole Porter y paisajes asturianos, un relato convencional disuelve nada menos que el exilio espa?ol en una peripecia individual de vida plenamente lograda merced a la capacidad de integraci¨®n de la sociedad norteamericana. Nos encontramos en los ant¨ªpodas de Bienvenido Mr. Marshall.
Despu¨¦s del 11-S
Pero el cambio de mentalidad registrado en un sector de las ¨¦lites, y por supuesto en medios como el cine, donde algunos percibieron la necesidad de adecuarse o morir -ah¨ª est¨¢ el oscarizado repliegue sobre la transgresi¨®n conservadora de Almod¨®var en Todo sobre mi madre-, no cal¨® en el conjunto de la sociedad, por carecer de una proyecci¨®n pol¨ªtica. El antimilitarismo vigente en amplios sectores impuls¨® el rechazo a procesos como la integraci¨®n en la OTAN, l¨®gicamente identificada con la hegemon¨ªa americana, y ya en los a?os noventa, las iniciativas b¨¦licas de Estados Unidos sirvieron para confirmar la vigencia de ese antiamericanismo de ra¨ªz izquierdista, muchas veces cargado de acentos maniqueos. De ah¨ª que en la respuesta de la opini¨®n a los atentados del 11-S aflorara muy pronto, con especial intensidad en medios intelectuales arabistas y en intelectuales ortodoxos por arriba, y en cartas de lectores e intervenciones de oyentes en radio por abajo, una argumentaci¨®n exculpatoria. Una vez expresada la condena pro forma del terrorismo, el juicio iba a parar r¨¢pidamente a una u otra variante del "se lo tienen merecido" o del "m¨¢s muertos ha causado la pol¨ªtica americana en Irak". Adem¨¢s, desde los d¨ªas que siguieron a los atentados, el ultranacionalismo exhibido por Bush proporcion¨® el soporte para intensificar incluso la actitud antiamericana, y la puesta en marcha de la cruzada contra el eje del mal no va precisamente a mejorar las cosas.
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