La gran brecha
Quiere saber lo que pienso realmente de los europeos?", pregunt¨® un alto cargo del Departamento de Estado. "Creo que han estado equivocados en pr¨¢cticamente todas las cuestiones internacionales importantes de los ¨²ltimos 20 a?os". (Citado por Martin Walker, UPI, 13 de noviembre de 2002).
Afirmaciones como ¨¦sta me trajeron hace poco a Estados Unidos, a Boston, Nueva York, Washington y los Estados de Kansas y Misuri, donde impera el fundamentalismo protestante, para observar las cambiantes actitudes estadounidenses hacia Europa en la sombra de una posible segunda guerra del Golfo. Pr¨¢cticamente todo el mundo con quien habl¨¦ en la Costa Este estuvo de acuerdo en que hay un nivel de irritaci¨®n con Europa y los europeos mayor incluso que el que hab¨ªa en el ¨²ltimo punto cr¨ªtico digno de recordar, a principios de los a?os ochenta.
El actual estereotipo de los europeos se resume en que son peleles, d¨¦biles, irascibles, hip¨®critas, arteros, a veces antisemitas y con frecuencia antiestadounidenses. En una palabra: 'euroenanos'
Los estadounidenses que atacan de forma m¨¢s abierta a Europa son neoconservadores que utilizan la misma ret¨®rica que despliegan contra los liberales de su pa¨ªs
Es bastante curioso para un ciudadano brit¨¢nico descubrir que su primer ministro se ha convertido en un miembro destacado del Departamento de Estado
Mientras una UE que va a ampliarse pr¨®ximamente busca una identidad m¨¢s clara, hay una fuerte tentaci¨®n en Europa de definirse frente a Estados Unidos
De Gaulle devolvi¨® a los franceses su amor propio frente a los estadounidenses, mientras Churchill evocaba una "relaci¨®n especial" entre las dos naciones
Las plumas se mojan en ¨¢cido y los gestos se tuercen para ridiculizar a los europeos, tambi¨¦n conocidos como los euros, los euroides o los euroenanos. Richard Perle, actualmente presidente del Consejo de Pol¨ªtica de Defensa, afirma que Europa ha perdido su "br¨²jula moral", y Francia, su "fibra moral". Esta irritaci¨®n se extiende entre los m¨¢ximos niveles de la Administraci¨®n de Bush. En conversaciones con altos funcionarios del Gobierno descubr¨ª que la frase "nuestros amigos en Europa" era seguida bastante de cerca por "un grano en el culo".
El actual estereotipo de los europeos se resume f¨¢cilmente. Los europeos son peleles. Son d¨¦biles, irascibles, hip¨®critas, desunidos, arteros, a veces antisemitas y con frecuencia apaciguadores antiestadounidenses. En una palabra: euroenanos. Sus valores y sus ideas centrales se han disuelto en un guiso multilateral, trasnacional, laico y posmoderno. Gastan sus euros en vino, vacaciones e hinchados Estados de bienestar en vez de en defensa. Luego abuchean desde fuera mientras EE UU hace el trabajo duro y sucio de mantener el mundo seguro para los europeos. Los estadounidenses, por contraste, son fuertes, defensores de la libertad por principio, y se mantienen al servicio patri¨®tico del ¨²ltimo Estado nacional verdaderamente soberano del mundo.
No todos los europeos son igualmente malos. Los brit¨¢nicos tienden a ser considerados como algo diferentes y a veces mejores. Los conservadores estadounidenses, a menudo, ahorran a los brit¨¢nicos el oprobio de ser siquiera europeos, una opini¨®n con la que la mayor¨ªa de los conservadores brit¨¢nicos, a¨²n mentalmente dirigidos por Margaret Thatcher, estar¨ªa totalmente de acuerdo. Y Tony Blair, como Thatcher antes de ¨¦l, y Churchill antes de ¨¦sta, es citado en Washington como una excepci¨®n brillante a la norma europea. El peor trato se reserva a los franceses, quienes, naturalmente, dan al menos en la misma medida en que reciben. No me hab¨ªa dado cuenta de lo extendido que est¨¢ en la cultura popular estadounidense el viejo pasatiempo ingl¨¦s de vapulear a los franceses.
El antiamericanismo y el antieurope¨ªsmo est¨¢n en extremos opuestos de la escala pol¨ªtica. El antiamericanismo europeo se encuentra principalmente en la izquierda, mientras que el antieurope¨ªsmo estadounidense est¨¢ en la derecha. Los estadounidenses que atacan de forma m¨¢s abierta a Europa son neoconservadores que utilizan la misma clase de ret¨®rica combativa que han desplegado habitualmente contra los liberales estadounidenses. De hecho, como Jonah Goldberg, director del National Review Online, reconoci¨® ante m¨ª, los europeos son tambi¨¦n una figura pol¨ªtica de refuerzo para los liberales. De modo que le pregunt¨¦: ?era Bill Clinton un europeo? "S¨ª", contest¨® Goldberg, "o, al menos, Clinton piensa como un europeo".
Hay cierta evidencia de que la l¨ªnea divisoria entre derecha e izquierda caracteriza tambi¨¦n las actitudes populares. A principios de diciembre de 2002, la empresa de encuestas Ipsos-Reid, en su sondeo peri¨®dico de la opini¨®n en Estados Unidos, incluy¨® unas cuantas preguntas formuladas para los fines de este art¨ªculo. Ante la solicitud de que eligieran una de cuatro afirmaciones sobre la manera opuesta de estadounidenses y europeos de enfocar la diplomacia y la guerra, el 30% de los votantes dem¨®cratas, pero s¨®lo el 6% de los votantes republicanos, eligi¨®: "Los europeos parecen preferir las soluciones diplom¨¢ticas a la guerra, y eso es un valor positivo del que deber¨ªan aprender los estadounidenses". En cambio, s¨®lo el 13% de los dem¨®cratas, pero el 35% de los republicanos (el mayor grupo homog¨¦neo), eligi¨®: "Los europeos son demasiado propensos a buscar el compromiso en vez de defender la libertad aunque ello signifique ir la guerra, y eso es algo negativo".
La l¨ªnea divisoria era a¨²n m¨¢s clara cuando se ped¨ªa a los encuestados que eligieran entre dos afirmaciones sobre "la manera en que deber¨ªa conducirse la guerra contra Irak". El 59% de los republicanos frente a s¨®lo el 33% de los dem¨®cratas eligi¨®: "Estados Unidos debe mantener el control de todas las operaciones e impedir que sus aliados europeos limiten su espacio de maniobra". En cambio, el 55% de los dem¨®cratas y s¨®lo el 34% de los republicanos eligi¨®: "Es imperativo que Estados Unidos se al¨ªe con los pa¨ªses europeos, incluso si ello limita su capacidad de tomar sus propias decisiones".
Para algunos conservadores, el Departamento de Estado es tambi¨¦n un puesto avanzado de Venus. William Kristol, uno de los neoconservadores hereditarios de Estados Unidos, escribe sobre "un eje del apaciguamiento, que se extiende de Riad a Bruselas, pasando por Foggy Bottom [Departamento de Estado]". En mi viaje por el corredor Boston-Washington me hablaron varias veces de dos grupos que compiten por atraer la atenci¨®n del presidente Bush en lo referente a Irak: el grupo Cheney-Rumsfeld y el grupo Powell-Blair. Es bastante curioso para un ciudadano brit¨¢nico descubrir que su primer ministro se ha convertido en un miembro destacado del Departamento de Estado.
Los europeos atlantistas no deber¨ªan consolarse demasiado con esto, ya que incluso entre los liberales de toda la vida del Departamento de Estado hay un tono agrio de decepci¨®n con los europeos. Un episodio clave en su desilusi¨®n fue el terrible fracaso de Europa a la hora de evitar el genocidio de un cuarto de mill¨®n de musulmanes bosnios en su propio patio trasero. Desde entonces, Europa ha sido incapaz de "hacer las cosas como Dios manda" en pol¨ªtica exterior y seguridad, de modo que incluso una disputa entre Espa?a y Marruecos por una isla min¨²scula y deshabitada frente a la costa marroqu¨ª tiene que ser resuelta por Colin Powell. Por tanto, existe en sectores importantes de la vida estadounidense una desilusi¨®n e irritaci¨®n con Europa, un desd¨¦n creciente e incluso hostilidad hacia "los europeos" que, en ¨²ltima instancia, merece la etiqueta de antieurope¨ªsmo.
?Cu¨¢ndo divergieron de manera tan brusca las actitudes estadounidenses hacia Inglaterra y Francia? ?Fue en 1940, el a?o de la "extra?a derrota" de Francia y el "mejor momento" de Inglaterra? A partir de entonces, De Gaulle devolvi¨® a los franceses su amor propio frente a los estadounidenses, mientras Churchill evocaba una "relaci¨®n especial" entre las dos naciones. (Para comprender las actitudes de Chirac y Blair hacia Estados Unidos hoy, los nombres claves siguen siendo De Gaulle y Churchill).
Durante 50 a?os, desde 1941 hasta 1991, EE UU y una creciente hermandad de europeos estuvieron embarcados en una guerra conjunta contra un enemigo com¨²n: primero el nazismo y luego el comunismo sovi¨¦tico. ?se fue el apogeo del Occidente geopol¨ªtico. Hubo, por supuesto, repetidas tensiones transatl¨¢nticas a lo largo de la guerra fr¨ªa. Algunos de los actuales estereotipos pueden encontrarse plenamente formados en las controversias en torno al despliegue, a principios de los a?os ochenta, de los misiles de crucero y Pershing, y en la pol¨ªtica exterior estadounidense hacia Centroam¨¦rica e Israel. Estaban ya formadas en las mentes de algunas de las mismas personas: Richard Perle, por ejemplo, ampliamente conocido entonces, por sus opiniones de l¨ªnea dura, como el pr¨ªncipe de las tinieblas. Estas disputas transatl¨¢nticas, a menudo eran acerca de c¨®mo tratar con la URSS, pero al final tambi¨¦n se constre?¨ªan en funci¨®n de ese claro enemigo com¨²n.
Ya no. Por tanto, quiz¨¢ estamos siendo testigos de lo que el escritor australiano Owen Harris previ¨® en un art¨ªculo hace casi diez a?os publicado en Foreign Affairs: el declive de Occidente como un s¨®lido eje geopol¨ªtico, debido a la desaparici¨®n de ese claro enemigo com¨²n. Europa fue el teatro principal de la II Guerra Mundial y la guerra fr¨ªa; no es el centro de la "guerra contra el terrorismo". La brecha del poder relativo se ha ensanchado. EE UU no es s¨®lo la ¨²nica superpotencia del mundo; es una hiperpotencia, cuyo gasto militar pronto igualar¨¢ al de los siguientes 15 Estados m¨¢s poderosos juntos. La Uni¨®n Europea no ha traducido su comparable fuerza econ¨®mica, que se aproxima r¨¢pidamente a la econom¨ªa de diez billones de d¨®lares de EE UU, en un poder militar o una influencia diplom¨¢tica comparables. Pero las diferencias son tambi¨¦n en torno a los usos del poder.
Robert Kagan sostiene que Europa se ha movido hacia un mundo kantiano de "leyes y normas, y negociaciones y cooperaci¨®n trasnacionales", mientras Estados Unidos permanece en un mundo hobbesiano en el que el poder militar sigue siendo la clave para lograr objetivos internacionales (incluso los liberales). La primera, y obvia, pregunta debe ser: ?es esto cierto? Creo que Kagan, en lo que ¨¦l admite que es una "caricatura", en realidad es demasiado amable con Europa, en el sentido de que eleva a la categor¨ªa de planteamiento deliberado y coherente lo que de hecho es una historia de b¨²squeda confusa y diferencias nacionales. Pero una segunda pregunta, menos obvia, es: ?desean los estadounidenses y los europeos que esto sea cierto? La respuesta parece ser: s¨ª. A bastantes responsables pol¨ªticos estadounidenses les gusta la idea de que son de Marte, entendiendo que eso les hace marciales antes que marcianos, mientras que a bastantes responsables pol¨ªticos europeos les gusta creer que son, de hecho, venusianos program¨¢ticos. Por tanto, la acogida dada a la tesis de Kagan forma parte de su propia historia.
Mientras una Uni¨®n Europea que va a ampliarse pr¨®ximamente busca una identidad m¨¢s clara, hay una fuerte tentaci¨®n en Europa de definirse frente a Estados Unidos. Europa clarifica su propia imagen haciendo una lista de los modos en que difiere de Estados Unidos. En la aterradora jerga de los estudios de identidad, EE UU se convierte en el Otro. A los estadounidenses no les gusta que se les convierta en los Otros. (?Y a qui¨¦n s¨ª?). El impacto de los atentados terroristas del 11 de septiembre aumenta su disposici¨®n a aceptar una explicaci¨®n marcial y misionera del papel de Estados Unidos en el mundo.
Stanley Hoffmann ha observado que Francia y Estados Unidos son naciones que se ven a s¨ª mismas como portadoras de una misi¨®n universalizadora y civilizadora. Ahora existe una versi¨®n europea, en vez de simplemente francesa, de la mission civilisatrice, una UE-top¨ªa de integraci¨®n trasnacional basada en el derecho, y choca de lo m¨¢s claramente con la ¨²ltima versi¨®n conservadora de la misi¨®n de EE UU. As¨ª, por ejemplo, Jonah Goldberg cita con irritaci¨®n la afirmaci¨®n del experto atlantista alem¨¢n Karl Kaiser de que "los europeos han hecho algo que nadie ha hecho antes: crear una zona de paz en la que la guerra est¨¢ excluida, absolutamente excluida. Los europeos est¨¢n convencidos de que este modelo es v¨¢lido para otras partes del mundo".
Cada bando cree que su modelo es mejor. Esto es v¨¢lido no s¨®lo para los modelos rivales de comportamiento internacional, sino tambi¨¦n para los de capitalismo democr¨¢tico: la diferente mezcla de libre mercado y Estado de bienestar, de libertad individual y solidaridad social, etc¨¦tera. Para el polit¨®logo Charles A. Kupchan, autor del reciente libro The end of the american era, esto presagia nada menos que un pr¨®ximo "choque de civilizaciones" entre Europa y Estados Unidos. Mientras Kagan cree que Europa se caracteriza por una debilidad perenne, Kupchan ve a ¨¦sta, y no a China, como el "pr¨®ximo gran rival" de Estados Unidos. A muchos europeos les encantar¨ªa creer eso, pero descubr¨ª que, en Estados Unidos, Kupchan est¨¢ pr¨¢cticamente solo en su apreciaci¨®n.
Complejo estadounidense
Existe, creo, otra tendencia m¨¢s profunda en Estados Unidos. Ya he mencionado que, durante la mayor parte de los siglos XIX y XX, todo lo que se sospechaba que era europeo en Estados Unidos era acogido con una mezcla de admiraci¨®n y fascinaci¨®n. Hab¨ªa, hablando en plata, un complejo de inferioridad cultural estadounidense. ?ste se ha desvanecido gradualmente. Su desaparici¨®n se ha visto acelerada, de un modo que no es f¨¢cil definir, por el fin de la guerra fr¨ªa y la consiguiente elevaci¨®n de Estados Unidos a la preeminencia absoluta. La nueva Roma ya no se siente intimidada por los viejos griegos. "Cuando fui por primera vez a Europa en los a?os cuarenta y cincuenta, Europa era superior a nosotros", me escribi¨® hace poco un diplom¨¢tico estadounidense jubilado con larga experiencia en Europa. "La superioridad no era personal, nunca me sent¨ª rebajado ni siquiera por la gente condescendiente, sino de civilizaci¨®n". Ya no. Estados Unidos, escribi¨®, "ya no se averg¨¹enza".
Todas estas tendencias se vieron algo oscurecidas durante ocho a?os tras el fin de la guerra fr¨ªa por la presencia en la Casa Blanca de un europeo honorario, Bill Clinton. En 2001, George W. Bush, un regalo andante para cualquier caricaturista europeo antiestadounidense, lleg¨® a la Casa Blanca con un programa unilateralista, dispuesto a deshacerse de varios acuerdos internacionales. Despu¨¦s del 11 de septiembre defini¨® su nueva presidencia como una presidencia de guerra. Descubr¨ª que la sensaci¨®n posterior al 11 de septiembre de que Estados Unidos est¨¢ en guerra persiste con m¨¢s fuerza en Washington que en cualquier otra parte de EE UU, m¨¢s incluso que en Nueva York. Persiste, sobre todo, en el n¨²cleo de la Administraci¨®n de Bush. La "guerra contra el terrorismo" reforz¨® una tendencia existente entre la ¨¦lite republicana de creer en lo que Robert Kaplan ha denominado "pol¨ªtica guerrera", aderezada fuertemente con el fundamentalismo cristiano, algo notoriamente ausente en la muy secularizada Europa. Tal como Walter Russell Mead, del Consejo sobre Relaciones Internacionales, afirm¨® en su libro Special providence, trajo de nuevo la tendencia "jacksoniana" a la pol¨ªtica exterior estadounidense. Los terroristas de Al Qaeda eran los nuevos indios creek.
La cuesti¨®n estadounidense para los europeos se convirti¨® entonces en "?est¨¢is en las trincheras con nosotros o no?", como lo resumi¨® para m¨ª el analista conservador Charles Krauthammer. Al principio, la respuesta fue un rotundo s¨ª. Todo el mundo cita el titular de Le Monde: "Nous sommes tous des am¨¦ricains" ("Todos somos americanos"). Pero un a?o y medio despu¨¦s, el ¨²nico l¨ªder europeo del que los estadounidenses piensan que est¨¢ en las trincheras con ellos es Tony Blair. Muchos en Washington tienen la impresi¨®n de que los franceses han vuelto a sus viejas actitudes antiestadounidenses, y que el canciller alem¨¢n, Gerhard Schr?der, fue reelegido en septiembre pasado por explotar c¨ªnicamente el antiamericanismo.
?Cu¨¢ndo y d¨®nde empezaron a divergir de nuevo los sentimientos europeo y estadounidense? A principios de 2002, con la escalada del conflicto entre Israel y Palestina en Oriente Pr¨®ximo. Oriente Pr¨®ximo es tanto una fuente como un catalizador de lo que amenaza con convertirse en una espiral descendente de creciente antiamericanismo europeo e incipiente antieurope¨ªsmo estadounidense, que se refuerzan rec¨ªprocamente. El antisemitismo en Europa, y su supuesta conexi¨®n con las cr¨ªticas europeas al Gobierno de Sharon, ha sido objeto de los comentarios antieuropeos m¨¢s ¨¢cidos por parte de analistas y pol¨ªticos conservadores estadounidenses. Algunas de estas cr¨ªticas no s¨®lo son fuertemente proisrael¨ªes, sino "tambi¨¦n genuinamente del Likud", seg¨²n me explic¨® un analista jud¨ªo liberal. En un art¨ªculo reciente, Stanley Hoffmann escribe que parecen creer en una "identidad de intereses entre el Estado jud¨ªo y EE UU". Los europeos propalestinos, enfurecidos por la manera en que la cr¨ªtica a Sharon se etiqueta de antisemitismo, hablan del poder de un "grupo de presi¨®n jud¨ªo" en Estados Unidos, lo que entonces confirma a los seguidores estadounidenses del Likud sus peores sospechas sobre el antisemitismo europeo, y as¨ª sigue eternamente la discusi¨®n.
Mara?a sin remedio
Adem¨¢s de esta mara?a sin remedio de prejuicios mutuamente reforzados, es dif¨ªcil para un europeo no jud¨ªo escribir sobre ello sin contribuir al malestar que se intenta analizar. Hay, por supuesto, diferencias reales entre Europa y Estados Unidos a la hora de enfocar la cuesti¨®n de Oriente Pr¨®ximo. Por ejemplo, los responsables pol¨ªticos europeos tienden a creer que un arreglo negociado del conflicto entre Israel y Palestina ser¨ªa una contribuci¨®n mayor al ¨¦xito a largo plazo de la "guerra contra el terrorismo" que una guerra contra Irak. El punto m¨¢s importante, por lo que respecta a nuestro an¨¢lisis, es que mientras la guerra fr¨ªa contra el comunismo en Centroeuropa uni¨® a Estados Unidos y Europa, la "guerra contra el terrorismo" en Oriente Pr¨®ximo los est¨¢ separando. La Uni¨®n Sovi¨¦tica uni¨® a Occidente, y Oriente Pr¨®ximo lo divide.
Si la analizamos fr¨ªamente, esa divisi¨®n es enormemente est¨²pida. Europa, en situaci¨®n de vecindad y con una gran poblaci¨®n isl¨¢mica en aumento, tiene un inter¨¦s vital m¨¢s directo a¨²n en un Oriente Pr¨®ximo pac¨ªfico, pr¨®spero y democr¨¢tico que Estados Unidos. Es m¨¢s, encontr¨¦ a dos altos cargos de la Administraci¨®n en Washington bastante receptivos al razonamiento, que est¨¢ empezando a ser defendido por algunos expertos estadounidenses, de que la democratizaci¨®n de toda la regi¨®n de Oriente Pr¨®ximo deber¨ªa ser el nuevo gran proyecto transatl¨¢ntico para un Occidente revitalizado. Pero ¨¦se no parece ser el caso por el momento.
De momento, parece que una segunda guerra del Golfo s¨®lo agrandar¨¢ las diferencias entre Europa y Estados Unidos. Y aunque no haya una guerra en Irak, Oriente Pr¨®ximo puede seguir siendo la fuente de tensiones por la cual el antiamericanismo europeo real o supuesto alimente el antieurope¨ªsmo estadounidense real o supuesto, lo que a su vez provocar¨¢ m¨¢s antiamericanismo, agrav¨¢ndose ambos por las acusaciones indiscriminadas de antisemitismo europeo. Un cambio podr¨ªa venir de un mayor esfuerzo consciente a ambos lados del Atl¨¢ntico, o si llegara una nueva Administraci¨®n a Washington en 2005 o 2009. Sin embargo, puede hacerse mucho da?o en ese intervalo. El actual extra?amiento transatl¨¢ntico es tambi¨¦n una expresi¨®n de las tendencias hist¨®ricas m¨¢s profundas que he mencionado. Podr¨¢ alegarse que destacar el "antieurope¨ªsmo estadounidense", como he hecho en este ensayo, contribuir¨¢ a la espiral descendente de desconfianza mutua. Pero los escritores no son diplom¨¢ticos. El antieurope¨ªsmo estadounidense existe, y es posible que sus portadores sean las primeras golondrinas de un largo y funesto verano.
? 2002 NYREV, Inc.
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