Los iraqu¨ªes piensan ya en el d¨ªa siguiente
La mezquita de J¨®der al Yas, en Bagdad, es uno de esos santuarios tan queridos a los shi¨ªes, donde se ve la cara m¨¢s alegre de su religiosidad. Situada en la orilla oriental del Tigris, el viejo edificio est¨¢ rodeado de un modesto parque con columpios infantiles y puestos de chucher¨ªas. Nada m¨¢s lejos de la grandilocuencia de los templos oficiales, como la mezquita de Um al Maarek (Madre de Todas las Batallas, en memoria de la guerra del Golfo) o la dedicada al actual presidente, en fase de construcci¨®n. El lugar atrae sobre todo a mujeres que se re¨²nen all¨ª, al igual que sus maridos lo hacen en los caf¨¦s y casas de t¨¦.
Dice la tradici¨®n que el imam J¨®der al Yas, a quien est¨¢ dedicada la mezquita, concede deseos a quienes le visitan, lo que hace muy popular el templo entre las j¨®venes que buscan novio. Pero estos d¨ªas recibe muchas peticiones de otro tipo. "Que Dios proteja a Irak y al presidente", "Qu¨¦ se acabe el embargo", repiten una tras otra varias mujeres. ?Nadie pide un cambio de r¨¦gimen?, le pregunto a una joven que observa silenciosa las respuestas de sus vecinas. "S¨®lo Dios sabe lo que tenemos en nuestro coraz¨®n", contesta.
Hasta la tradicional red de apoyo familiar, caracter¨ªstica de las sociedades orientales, se resquebraja ante el s¨¢lvese quien pueda
"?Qu¨¦ podemos hacer?", pregunta Hadi Salih, "ante los Tomahawk no hay defensa posible". Ni siquiera hay signos de un aumento de la actividad militar
La idea de que Washington tiene intereses espurios en Irak est¨¢ muy extendida. Los medios de comunicaci¨®n insisten en ella una y otra vez
"La gente se vuelve hacia la religi¨®n porque es vital para la unidad de la familia", asegura Hasan, "y ahora todav¨ªa m¨¢s, debido a la crisis actual"
Y lo que haya en el coraz¨®n de los iraqu¨ªes es la clave para saber qu¨¦ va a pasar el d¨ªa D+1. Rina, una estudiante de lengua inglesa de 20 a?os, desea "que pase esto cuanto antes y que se termine el embargo". "Esto" es la amenaza que pende sobre todos y cada uno de los iraqu¨ªes. La posibilidad de que se inicie una guerra que angustia sus corazones. Que pase cuanto antes es un deseo inconfesado en un futuro mejor, pero que a muchos da miedo, por desconocido.
"Claro que tenemos problemas con este sistema, quien le diga que no, miente", asegura Abdal¨¢, un profesor universitario. "Pero si se va este se?or, ?qu¨¦ va a pasar despu¨¦s?", se pregunta sin atreverse a mencionar el nombre de Sadam Husein, un l¨ªder tan querido por unos como temido por la mayor¨ªa de los iraqu¨ªes. Y es que el r¨¦gimen personalista es terriblemente eficaz tanto en el control de la informaci¨®n como en la distribuci¨®n de las raciones de comida con las que el programa Petr¨®leo por Alimentos trata de amortiguar el impacto de las sanciones impuestas tras la invasi¨®n de Kuwait (en 1990) y posterior guerra, que s¨®lo se levantar¨¢n cuando se certifique que el r¨¦gimen iraqu¨ª no posee armas de destrucci¨®n masiva.
"Una guerra aplazada"
La incertidumbre sobre lo que en la calle llaman "una guerra aplazada" mantiene en vilo a los 24 millones de iraqu¨ªes, que, sin embargo, no dan muestras de p¨¢nico ni de desesperaci¨®n y siguen con sus vidas. "?Qu¨¦ podemos hacer?", pregunta en Basora, al sur del pa¨ªs, Hadi Salih, "ante los Tomahawk no hay defensa posible". Ni siquiera hay signos de un aumento de la actividad militar. En Al Zubeir, a una veintena de kil¨®metros de la frontera con Kuwait, la gente sigue con sus asuntos, como si no supieran que el mayor Ej¨¦rcito del mundo se est¨¢ preparando al otro lado. Pero lo saben.
Nadie admite tener miedo. Se impone la supervivencia diaria. "Estamos acostumbrados", aseguran antes de explicar que pr¨¢cticamente llevan 23 a?os de guerra. A los ocho a?os de conflicto con Ir¨¢n (1980-1988) se sum¨® enseguida el castigo por la invasi¨®n de Kuwait: la guerra del Golfo, de 1991, y el embargo que dura desde entonces y que ellos viven como una guerra econ¨®mica. Y, en efecto, las cartillas de racionamiento, la escasez de medicinas, los cortes de electricidad o la insalubridad del agua transmiten esa sensaci¨®n.
No obstante, el cansancio y el deterioro social empiezan a hacer mella. No es s¨®lo que la emergente clase media de los a?os ochenta se haya empobrecido hasta niveles insospechados. En el camino se ha corrompido todo un sistema social y administrativo que hoy ya no funciona sin el engrase del bakchish (la propina, el soborno). El poder adquisitivo de quienes dependen de un salario se ha reducido a una mil¨¦sima parte de lo que era hace 12 a?os. Hasta la tradicional red de apoyo familiar, caracter¨ªstica de las sociedades orientales, se resquebraja ante el s¨¢lvese quien pueda.
Es en esas fisuras donde Estados Unidos espera encontrar respaldo a sus planes de cambio de r¨¦gimen en Bagdad. Y para ello lanza octavillas en las que pide a los soldados iraqu¨ªes que no tracen con sus radares a los aviones estadounidenses, o bombardea a los escasos ciudadanos que tienen acceso a Internet con mensajes para que se levanten contra Sadam. Quienes admiten haber recibido esos correos electr¨®nicos aseguran que los destruyeron enseguida, pero es dif¨ªcil saber si hacen mella. Todav¨ªa se recuerda el abandono de Washington a los kurdos y shi¨ªes que se sublevaron tras la guerra del Golfo.
Conscientes del riesgo, los gobernantes iraqu¨ªes no se han quedado de brazos cruzados y desde hace varios meses llevan a cabo una campa?a de seducci¨®n hacia sus ciudadanos. El pasado octubre, Sadam Husein premi¨® el respaldo un¨¢nime obtenido en las urnas con una liberaci¨®n masiva de presos. Desde entonces, ha perdonado a quienes se fueron al extranjero para no hacer el servicio militar, anulado las leyes que permit¨ªan cortar las orejas a los desertores o penaban con la pena de muerte a los contrabandistas de divisas, reducido las tasas para los viajes al extranjero (de 400.000 a 10.000 dinares, menos de cinco euros) e incluso invitado a la "oposici¨®n leal" a volver al pa¨ªs y hacer un frente com¨²n contra el agresor.
Partida de p¨®quer
En medio de esa partida de p¨®quer, los iraqu¨ªes mantienen la cautela y s¨®lo pueden desear que termine pronto el intercambio de faroles en el que otros se juegan por ellos su futuro y tal vez su existencia. Ante la falta de libertad de expresi¨®n, recurren a los adagios, los sobreentendidos o las ense?anzas religiosas. "El Cor¨¢n nos ense?a que para resistir a las cosas, en primer lugar hay que actuar. Si no se puede actuar, hay que hablar. En ¨²ltima instancia, si no se puede hablar, hay que condenar con el coraz¨®n", explica un bagdad¨ª cuando se le muestra extra?eza por la aparente indiferencia de los ciudadanos ante lo que se les avecina.
"Claro que la gente est¨¢ preocupada. Vemos la flota estadounidense en la televisi¨®n todos los d¨ªas", admite Hasan Bumi¨¢n en su puesto del zoco de Shorye, en el centro de Bagdad. Hasan vende pa?uelos y guardapolvos, la t¨ªpica vestimenta de las musulmanas practicantes urbanas. Podr¨ªa parecer un mal negocio la capital del laicismo ¨¢rabe. Sin embargo, las penurias econ¨®micas que el pa¨ªs arrastra a causa de las sanciones dan la impresi¨®n de haber motivado un giro religioso.
"La gente se vuelve hacia la religi¨®n porque es vital para la unidad de la familia", asegura Hasan, "y ahora todav¨ªa m¨¢s debido a la crisis actual". La realidad es que en las calles de Bagdad son mayor¨ªa las mujeres con la cabeza cubierta, e incluso quienes todav¨ªa se visten a la occidental, han alargado sus faldas. "Es tambi¨¦n una cuesti¨®n econ¨®mica", observa un residente extranjero. "Si no se dispone de dinero para comprar champ¨² o ropa nueva, resulta m¨¢s pr¨¢ctico taparse el pelo y ponerse un cubretodo por encima de la ropa vieja".
"S¨ª, desde que ha empezado esta crisis, la gente gasta poco dinero", conf¨ªa el tendero a la periodista. Tanto es as¨ª que, junto a los jabones y productos de aseo con los que hab¨ªa ampliado su negocio, vende ahora miel tra¨ªda de su pueblo. "Soy del sur", explica, un eufemismo con el que se identifican los shi¨ªes para no molestar al r¨¦gimen. Los ¨¢rabes shi¨ªes constituyen en torno al 65% de la poblaci¨®n (50%, seg¨²n fuentes oficiales), pero, como los kurdos (20%, en su mayor¨ªa sun¨ªes), han quedado excluidos del poder por la minor¨ªa ¨¢rabe sun¨ª que desde la independencia ha controlado el Gobierno.
Los Saleh son de Qalar, en Suleimaniya, una provincia del norte de Irak que desde las revueltas posteriores a la guerra del Golfo se encuentra fuera del control de Bagdad. "Mi sobrina Hama tiene un problema de columna y vinimos al hospital", explica Halim Mohamed. El resultado no ha debido convencerles y la joven sugiere a la periodista que se la lleve a Espa?a a ver si all¨ª la curan. Antes de regresar, esta familia kurda ha salido a hacer unas compras.
"Ve, el Norte y el Sur son todo uno", observa Hasan, que est¨¢ encantado con las compras de los Saleh, "Estados Unidos intenta separarnos, dividir el pa¨ªs, pero todo es una guerra de intereses porque nuestro pa¨ªs es muy rico". El t¨ªo y el abuelo de Hama asienten y subrayan: "El pueblo est¨¢ unido".
La idea de que Washington tiene intereses espurios en Irak est¨¢ muy extendida. Los medios de comunicaci¨®n locales, bajo estricto control estatal, insisten en ella una y otra vez. Tampoco les resulta muy dif¨ªcil convencer a sus destinatarios. El pueblo iraqu¨ª es un pueblo orgulloso de su historia y est¨¢ formado en el nacionalismo ¨¢rabe, que se resiente ante una posible intervenci¨®n extranjera al margen de la opini¨®n que pueda merecerle el r¨¦gimen que le gobierna.
"Ya estuvieron aqu¨ª los brit¨¢nicos, y ?qu¨¦ nos dejaron? Si tenemos escuelas y universidades es porque se fundaron despu¨¦s de la revoluci¨®n", afirma Bumi¨¢n sin explicar si se refiere a la que ech¨® a los brit¨¢nicos en 1920, a la que derrib¨® la monarqu¨ªa que instal¨® el r¨¦gimen colonial en 1958 o la que llev¨® definitivamente al poder al Partido Baas 10 a?os m¨¢s tarde. ?ste es un pa¨ªs con una historia violenta, algo que tal vez influya en el fatalismo de sus habitantes.
Entre penurias y guerras
Y es que para comprender la actitud de los iraqu¨ªes hacia su r¨¦gimen hay que tener presente que la mayor¨ªa no ha conocido otra cosa. De los entre 24 millones de habitantes con que cuenta el pa¨ªs, la mitad tiene menos de 18 a?os y toda su vida ha transcurrido entre las penurias de las guerras y las sanciones, sin la visi¨®n del mundo exterior que tienen sus mayores. Se aprecia en la falta de expectativas e inquietudes de los j¨®venes.
Rasul Qasim pasa los viernes (d¨ªa de descanso semanal) en casa, con su familia, que suma 17 miembros entre padres, abuelos y hermanos. A sus 23 a?os, lo que le gustar¨ªa es casarse, pero el magro sueldo de su trabajo como vigilante de un parking en el centro de Bagdad no se lo permite. "Sin dinero, no hay amor", asegura con la certeza de quien lo sabe por experiencia. Por eso le gustar¨ªa poner un supermercado, algo que tambi¨¦n exige dinero, as¨ª que de momento es s¨®lo un sue?o.
Al¨ª tiene 15 a?os y le encuentro vendiendo pescado en uno de los puestos del mercado de Sadriya, cerca de la avenida de la Rep¨²blica. Es hijo ¨²nico de un oficial de polic¨ªa y un ama de casa. El sueldo de su padre hace mucho que no alcanza hasta fin de mes. Asegura que va al colegio en turno de noche, y, cuando se le insiste un poco, dice que le gustar¨ªa ser m¨¦dico. De momento, su ¨²nico pasatiempo es jugar al f¨²tbol los viernes, su d¨ªa libre.
Mahmud y Mohamed, dos hermanos de 10 y 8 a?os, respectivamente, ni siquiera van a la escuela. Trabajan en el taller de su padre, Mayid Abudi, en el populoso barrio de Ciudad Sadam. "Son buenos mec¨¢nicos", afirma orgulloso el hombre, de 33 a?os, a quien la falta de escolarizaci¨®n de sus hijos no le parece un problema. Asegura ganar lo suficiente con los tres o cuatro coches que repara al d¨ªa.
Cobro de medicinas
En el sector sanitario, la ley de autofinanciaci¨®n ha obligado a los hospitales p¨²blicos a buscar sus propias fuentes de ingresos. La ¨²nica posible: cobrar un per diem a los pacientes, todo un golpe para un pa¨ªs acostumbrado a una sanidad gratuita casi a nivel europeo. Con ese dinero se pagan incentivos a m¨¦dicos y enfermeras. Aunque la cifra de 1.000 dinares (0,45 c¨¦ntimos de euro) parezca modesta, resulta una fortuna para los sueldos locales. Igual sucede con las medicinas.
Hulub Yaba tira de mi brazo cuando me ve en un pasillo del hospital materno infantil Bin Baladi, de Bagdad. El director del centro explica a un grupo de diputados europeos los terribles efectos de los proyectiles con uranio enriquecido con los que Estados Unidos les bombarde¨® en la guerra de 1991. En las habitaciones de la secci¨®n de pediatr¨ªa, las preocupaciones de las madres son menos espectaculares, pero no menos dolorosas.
"No puedo comprar la leche que necesita mi peque?a", me cuenta con ojos suplicantes Hulub, mientras muestra el bote de leche en polvo especial. En una cuna, la peque?a Fatima permanece inm¨®vil y encogida. A sus nueve meses, tiene un problema gastrointestinal que impide su alimentaci¨®n normal. El bote cuesta 11.000 dinares (4,5 euros). "No est¨¢ incluido en las raciones mensuales y tengo que comprarlo yo", se duele Hulub, que es madre de otras cuatro ni?as. Su marido, obrero de la construcci¨®n, gana 3.000 dinares diarios.
En el hospital pedi¨¢trico de Basora, el doctor Yasem Musa, especialista en oncolog¨ªa infantil, se queja de falta de medicinas para tratar la leucemia y otros casos de c¨¢ncer. "Desde la guerra del Golfo ha aumentado la incidencia de estos casos y las sanciones nos impiden acceder a las medicinas necesarias para tratarlos", denuncia. Fuentes humanitarias extranjeras se?alan que es dif¨ªcil probar la causalidad de esa supuesta radiaci¨®n, pero confirman que hay dificultades y retrasos en la autorizaci¨®n para la entrada de algunos medicamentos.
"Con ser grave, no es el ¨²nico problema", asegura un ingeniero civil que prefiere mantener el anonimato. "La mayor¨ªa de las medicinas que adquirimos tienen poca efectividad porque no son las genuinas, sino preparados similares elaborados en Jordania o Siria, y que se compran porque somos amigos de esos pa¨ªses y no porque sean lo suficientemente buenas".
Pero, por deficientes que sean los servicios, las poblaciones urbanas de Bagdad, Basora o Mosul (en el norte) son afortunadas. Hay m¨¢s oportunidades. "Quien realmente est¨¢ pas¨¢ndolo mal es la gente del campo", asegura Abdal¨¢, el profesor. "El Gobierno ha dejado de comprar la producci¨®n agr¨ªcola y los precios han ca¨ªdo en el mercado libre", asegura. El sector se resiente de la importaci¨®n de comida que se lleva a cabo bajo el programa Petr¨®leo por Alimentos.
Aulas sin sillas
"EL N?MERO DE NI?OS sin escolarizar ha pasado de menos del 3% en 1990 (a?o de la invasi¨®n de Kuwait) al 6% en la actualidad", se?ala Ghade Kachache, de Unicef. M¨¢s grave a¨²n, ha deca¨ªdo notablemente la regularidad en la asistencia a clase de los escolarizados. "Apenas alcanza el 70%, y la mayor¨ªa de quienes faltan son chicas", constata con preocupaci¨®n esta funcionaria. "Resulta muy dif¨ªcil motivar a alumnos y padres cuando los centros carecen de agua o electricidad, tienen las letrinas inutilizadas o no hay sillas para todos", explica.
Seg¨²n las cifras que maneja Unicef, m¨¢s del 60% de las escuelas primarias necesitan rehabilitaci¨®n, adem¨¢s hacen falta m¨¢s edificios para acomodar a los nuevos estudiantes que ahora se incorporan a aulas superpobladas (de hasta 90 alumnos en algunos barrios) y en dos o tres turnos de clase. Desde 1997, esta agencia de la ONU ha reconstruido 459 escuelas en todo el pa¨ªs, un centenar de ellas con fondos europeos. "Hemos notado que la renovaci¨®n de las instalaciones mejora los ¨ªndices de asistencia", a?ade Kachache. "El problema no son los profesores, sino la calidad de la ense?anza", concluye.
Y es que con unos sueldos de entre 12.000 y 25.000 dinares (entre 5 y 10 euros) al mes, dif¨ªcilmente puede un maestro dedicar sus energ¨ªas a sus alumnos. La propia familia se antepone, y los segundos y terceros trabajos est¨¢n a la orden del d¨ªa. Igual sucede con los profesores universitarios, que completan sus ingresos con clases particulares, traducciones, proyectos privados, tarifas por dirigir tesinas, cuando no con la conducci¨®n de un taxi ilegal o con chapuzas en alg¨²n ¨¢rea de su especialidad o sus habilidades.
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