La aventura espacial
El dominio o conquista del espacio por el hombre sigue siendo una aventura llena de riesgos, muchas veces impredecibles, como lo demuestra la tragedia del transbordador Columbia, desintegrado con sus siete tripulantes a bordo el pasado 1 de febrero, a 60 kil¨®metros de altura, cuando iniciaba el descenso hacia su previsto aterrizaje en Florida, o la del transbordador Challenger en 1986, desintegrado inmeditamente despu¨¦s de su despegue con otras siete personas a bordo. Otras naves no tripuladas enviadas a Marte tambi¨¦n han desaparecido en el espacio. Estamos tan acostumbrados a este tipo de vuelos que tenemos tendencia a considerarlos de rutina y a pensar que van a transcurrir siempre sin accidentes. Sin embargo, su puesta en pr¨¢ctica depende de programas de enorme complejidad, en los que pueden aparecer infinidad de imponderables.
Es b¨¢sico para la seguridad de los futuros vuelos encontrar la causa del ¨²ltimo desastre, aunque, por el momento, no se ha conseguido esclarecer lo sucedido. Se ha estado manejando la hip¨®tesis de que la explosi¨®n se debi¨® al fallo de un cierto n¨²mero de losetas t¨¦rmicas, lo que debilit¨® la protecci¨®n ante el calentamiento producido por el rozamiento con la atm¨®sfera en el momento en el que el transbordador se sumerge en ella a m¨¢s de 20.000 kil¨®metros por hora. Y el fallo de las losetas podr¨ªa haber sido causado por el impacto de un trozo de material pl¨¢stico desprendido de un dep¨®sito de combustible en el momento del despegue.Pero esa hip¨®tesis no parece suficientemente s¨®lida y los t¨¦cnicos de la NASA se esfuerzan ahora en averiguar qu¨¦ pas¨® examinando los miles de fragmentos desprendidos tras la explosi¨®n.
Hay demasiados accidentes en misiones de la NASA y seguramente est¨¢n relacionados con una cierta p¨¦rdida de tensi¨®n en el control de los factores que afectan a la seguridad, causada por los recortes presupuestarios y la pr¨¢ctica generalizada de subcontratar el grueso de las tareas de mantenimiento con compa?¨ªas privadas sin asegurar, al mismo tiempo, una supervisi¨®n adecuada de las mismas. Aun as¨ª, y supuesto que se han tomado todas las medidas exigibles, no puede nunca descartarse la posibilidad de un accidente. El Columbia, cuya primera misi¨®n data de 1981, era el transbordador m¨¢s antiguo de los cinco que se han construido. Tras su destrucci¨®n y la del Challenger, quedan tres, que habr¨¢n de someterse ahora a una revisi¨®n en profundidad, lo que implicar¨¢ que el programa de vuelos se retrase.
Los transbordadores cubren muchos objetivos, pero entre ellos destaca la construcci¨®n de la Estaci¨®n Espacial Internacional, que sufrir¨¢ de forma especial las consecuencias de este retraso. El ¨¢mbito de actuaci¨®n de este tipo de naves se circunscribe a ¨®rbitas no muy alejadas de la superficie de la Tierra, pero suponen una parte importante en el conjunto del programa espacial. Sus objetivos son cient¨ªficos, tecnol¨®gicos, econ¨®micos y militares, y es enorme el esfuerzo que se hace para dotarlo de las m¨¢ximas garant¨ªas de seguridad. Con todo, la conquista del espacio tiene tambi¨¦n una vertiente de aventura, de exploraci¨®n de lo desconocido, en circunstancias nunca antes experimentadas por la humanidad, que hace que la tragedia aceche siempre y que puedan aparecer peligros imprevistos. Siempre cabe esa posibilidad. Por eso conviene extremar las precauciones perfeccionando continuamente las medidas de seguridad. Aun as¨ª, por mucho que se haga, siempre ser¨¢ poco.
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