Cita con la Muerte
Cuentan que un hombre, sorprendido al ver a su amigo ensillar con tanta prisa el caballo recibi¨® esta explicaci¨®n: -He sabido que la muerte anda busc¨¢ndome, y huyo a Samarcanda para que no me encuentre. Al poco de verle partir al galope, el hombre se encuentra con la muerte paseando con calma en el mercado. Eso le tranquiliza pensando en que su amigo debe ir ya muy lejos. Hasta que oye decir a la muerte: -No hay prisa, s¨®lo tengo una cita esta noche en Samarcanda.
El terrible s¨¢bado pasado, me vino a la memoria este relato porque no dejaba de pensar en Joseba Pagaza sentado ante sus peri¨®dicos y la taza de caf¨¦ en su bar de siempre, esperando a la muerte, que le hab¨ªa anunciado hace a?os su visita.
La muerte me anda buscando, y huyo a Samarcanda para que no me encuentre
?Por qu¨¦ le hab¨ªan matado? Eso ya lo sab¨ªamos, como todos en su pueblo lo sab¨ªan
Y record¨¦ las palabras de distintas personas a las que he escuchado la frase: "Eso est¨¢ en manos de Dios". Se refer¨ªan a la siniestra loter¨ªa, en la mejor tradici¨®n vasca, que consiste en que alguien te destroza la cabeza por no compartir sus mitos ¨¦tnicos.
A las siete de la tarde, las emisoras de radio se adelantaron a anunciar la muerte cl¨ªnica de Joseba. Encontr¨¢ndome de fin de semana en Bilbao, en casa de mis tios, decid¨ª salir a la calle. Atraves¨¦ el centro de la ciudad repleta de gente con esa alegr¨ªa de s¨¢bado noche en la que no cabe ning¨²n drama. Al cabo, desemboqu¨¦ en la plaza de Moy¨²a, donde unos pocos cientos de personas contemplaban en silencio una pancarta en que pude leer: "Perded toda esperanza..." Y pens¨¦ que esas palabras iban dirigidas a m¨ª; y que aquel pat¨¦tico grupo guardaba silencio para mejor asimilar la idea de que no servir¨ªa de nada huir a Samarcanda. Que s¨®lo les quedaba esperar a ir cayendo de uno en uno, como los diez negritos del cuento.
Todo eso lo pensaba mientras, como una aut¨®mata, me acercaba al grupo y me quedaba all¨ª de pie deslumbrada por las luces de la plaza y de los flases, como si me encontrase en un escenario mirando a la oscuridad de una sala donde acaso hab¨ªa un p¨²blico asistiendo al espect¨¢culo de nuestro aciago destino.
Pero en ese momento sent¨ª que una mano tocaba mi brazo y lo apretaba. Y o¨ª una voz que me susurraba al o¨ªdo "Hola". Era Ram¨®n, mi primo Ram¨®n. Qui¨¦n sino ¨¦l pod¨ªa cogerme el brazo de ese modo.
Entonces me pareci¨® despertar y vi la pancarta completa y le¨ª su terminaci¨®n: "... asesinar no os servir¨¢ de nada". Aquellas palabras no iban dirigidas a m¨ª; las dirig¨ªan los presentes -y yo con ellos- a los asesinos. A quienes hab¨ªan atravesado las puertas del infierno les record¨¢bamos las palabras grabadas en el frontispicio. "Perded toda esperanza, porque para vosotros ya no hay salida". Me aferr¨¦ con ambas manos al brazo de Ram¨®n y as¨ª permanec¨ª hasta que empezaron a sonar los aplausos del final.
Luego fuimos paseando hasta la orilla de la r¨ªa y hablamos. Hac¨ªa tanto tiempo que no nos ve¨ªamos y ten¨ªa que ser en una noche como ¨¦sta, con la muerte de Joseba al fondo. Aunque igualmente el asesinado habr¨ªa podido ser Ram¨®n.
?l milit¨® en ETA en tiempos de la dictadura y ahora le buscan para matarle. -Es normal, soy un traidor- me dice sonriendo. -T¨² no eres un traidor-, le digo llen¨¢ndole la cara de besos. -No tienes nada que ver con ellos. T¨² luchabas por la libertad, y sigues haci¨¦ndolo... como Joseba.
Romp¨ª a llorar, como no hab¨ªa podido hacer en las horas anteriores. Ram¨®n me dejaba desahogarme sobre su pecho y me dec¨ªa: -Yo estoy vivo y no voy a dejar que me maten-. Me levant¨® suavemente la cabeza y mir¨¢ndome a los ojos susurr¨®: -Yo nunca te har¨ªa esa faena-. Bueno, ahora s¨ª que llor¨¦ de verdad y ¨¦l conmigo. Llor¨¢bamos y re¨ªamos a la vez.
M¨¢s tarde, sentados al fondo de un pub hablamos de Joseba. -?Por qu¨¦?
No necesit¨¢bamos completar la frase; no nos pregunt¨¢bamos por qu¨¦ lo hab¨ªan matado. Eso ya lo sab¨ªamos. Como lo sab¨ªa el mismo Joseba, como lo sab¨ªan todos en su pueblo (Dios m¨ªo ese "pueblo" ?ser¨¢ el mismo "pueblo" en cuyo nombre se permite alguno dar al mundo lecciones de bakea?)
?Por qu¨¦ (se ha dejado matar)? No. ?l no se ha dejado -contest¨® con firmeza mi primo- No se ha entregado. ?l fue a buscarles. Ten¨ªa prisa. No pod¨ªa seguir esperando sin hacer nada. Y luego estaba la pistola. Una pistola no te deja pensar con claridad.
Mir¨¦ a Ram¨®n fijamente: -T¨² no ser¨¢s de los que piensan que tu vida est¨¢ en manos de Dios ?verdad?. -No; yo creo que algo depende de m¨ª. Mira: si es que ellos son muy in¨²tiles. A la menor dificultad se ponen la bomba en el trasero o se pegan un tiro ellos mismos en un huevo. No hay que darles facilidades ni alegr¨ªas baratas.
-Entonces, -le dije- ?no piensas irte a Samarcanda? -No; pero podr¨ªamos ir m¨¢s a menudo a respirar a la Rioja.
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