M¨¢s confesional cada vez
A los literatos suelen atraerles los misterios de la literatura m¨¢s que los de la vida, hecho que en s¨ª mismo resulta misterioso. En esta "jungla de las diversas literaturas" ha reunido Umberto Eco una rica colecci¨®n de escritos ocasionales, que dif¨ªcilmente admite "un juicio de organicidad". No porque los materiales sean heterog¨¦neos, que s¨®lo lo son a primera vista, sino porque acumula acrobacias en un macroespect¨¢culo que s¨®lo recupera sus proporciones originarias mediante una lectura dosificada. Contribuyen a ello apuntes insistentes sobre po¨¦tica y ret¨®rica cl¨¢sicas (desde Grecia hasta Croce), cultura medi¨¢tica contempor¨¢nea (cine, televisi¨®n y mucho Internet), teor¨ªas de la ficci¨®n, conexiones entre la literatura y las ciencias, y reflexiones sobre la obra narrativa del autor. Los a?os han dado a Eco una agilidad cada vez mayor, as¨ª que salta de Quintiliano a Walt Disney sin hacerse un rasgu?o, mientras reconoce que algunas citas proceden directamente del Lausberg. Tambi¨¦n m¨¢s confesional cada vez (qui¨¦n iba a imaginar que Eco dar¨ªa en el autobiografismo) desvela que la pasi¨®n narrativa ha animado toda su escritura. Ya en su tesis -cuenta- no reflexion¨® en sentido estricto, sino que cont¨® c¨®mo hab¨ªa reflexionado. L¨®gico, entonces, que haya dejado para el final de este libro el cap¨ªtulo m¨¢s interesante, que adem¨¢s se titula C¨®mo escribo, donde enumera sus secretos de novelista, entre los que se hallan el imponerse restricciones y el reconocer las contradicciones propias.
SOBRE LITERATURA
Umberto Eco Traducci¨®n de Helena Lozano Miralles RqueR. Barcelona, 2002 347 p¨¢ginas. 22 euros
As¨ª, da marcha atr¨¢s -definitiva- al concepto de obra abierta que tan peligrosamente divulg¨®. Ahora reivindica la "soberana autoridad"del texto, con unas consecuencias implacables. Los talleres de escritura electr¨®nica -la narrativa hipertextual que intercambia los papeles de lector y autor- pueden ense?ar creatividad y libertad, pero -avisa Eco- "los relatos ya hechos nos ense?an tambi¨¦n a morir". Siendo la ficci¨®n modelo de verdad, los "relatos inmodificables" (Ulises, Caperucita, etc¨¦tera) nos ense?an a aceptar el destino, una de las principales funciones de la literatura. ?Pesimista? Coherente, nada m¨¢s: no se puede hablar en vano de la literatura como "tr¨¢gica grandeza" y "dolorosa maravilla". Su rotundidad resulta estremecedora: "Necesitamos esa severa lecci¨®n represiva". Despu¨¦s de adjetivo tan inc¨®modo, hemos de medir en funci¨®n de la edad ese avance te¨®rico de t¨¢natos, que por otra parte -nihil novi- constituye tambi¨¦n un avance en la independencia moral del fil¨®sofo.
A los materialistas les recuerda el peso de las cosas inmateriales. Les cuenta otra vez que Stalin pregunt¨® imprudentemente cu¨¢ntos eran los ej¨¦rcitos del Papa. La moraleja es indiscutible, si no fuera porque en ella la literatura queda ligeramente escorada del lado vaticano. Lo compensa con un delicioso elogio del Manifiesto comunista que, sostiene, "deber¨ªa estudiarse en el colegio" por su calidad estil¨ªstica. Ense?anza: la literatura hace posible que lo espiritual no sea patrimonio de las castas sacerdotales, ni el Manifiesto de los marxistas. La literatura debe hacernos probar el sabor contrario de las cosas.
Casi narrativos parecen algunos juegos de espejos (y de niveles, incluso acad¨¦micos): en un cap¨ªtulo conmemora la graduaci¨®n de Joyce como bachelor. Deja caer ah¨ª que el joven Jim Joyce era ya un buen conocedor de Santo Tom¨¢s (en el que se doctor¨® Eco) y destaca la devoci¨®n que Borges le profes¨®. El siguiente cap¨ªtulo recoge el discurso que el propio Eco pronunci¨® en su doctorado honoris causa por la Universidad de Castilla-La Mancha, y su propia devoci¨®n por Cervantes, Borges, Joyce, el idioma de Babel... Autocanonizaci¨®n, llam¨® Bloom a esto.
Imprescindible su lectura de Dante como alta poes¨ªa intelectual o como universo virtual, alternativo a los delirios electr¨®nicos y al ¨¦xtasis (enti¨¦ndase: droga). Lo mismo vale para el cap¨ªtulo que desenmascara grandes falsificaciones culturales. En cambio, su repaso a la Sylvie de Nerval se complica con cuadros y tablas que flotan a la deriva como un ¨²ltimo residuo estructuralista. Algo se enreda tambi¨¦n analizando a Wilde. "No hay nada menos definible que un aforismo", afirma afor¨ªsticamente. Perdido entre la sof¨ªstica y la escol¨¢stica, ignora que un poeta, nuestro gran Vicente N¨²?ez, dijo que aforismo es exactamente lo que el pueblo llama un "dichajo". Por cierto, como muestra de su concepto educativo de la literatura, Eco concluye que las falsas paradojas deterioraron moralmente a Dorian Gray. Lo cual no le impide resumir la aventura de Col¨®n en estos t¨¦rminos: "Teniendo raz¨®n, los doctores de Salamanca estaban equivocados". Dej¨¦moslo as¨ª.
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