Bajo las aguas
Editor, prosista (Las botas de siete leguas y otras maneras de morir), poeta (El vigilante, Los cuartos menguantes, Ella cena de d¨ªa), Ernesto P¨¦rez Z¨²?iga (Madrid, 1971) ha obtenido con Calles para un pez luna el Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid, y hay en ¨¦ste su ¨²ltimo poemario un salto sustancial y cualitativo con respecto a entregas anteriores. M¨¢s madurez, m¨¢s trabaz¨®n y unidad, m¨¢s riqueza en cuanto al despliegue formal y las l¨ªneas de inter¨¦s tem¨¢tico subyacentes. La ambici¨®n y la apuesta tambi¨¦n son mayores y m¨¢s arriesgadas. Algo que, como suele ser habitual cuando a¨²n se templan las armas literarias, supone intentos fallidos, debilidades, ca¨ªdas, pero asimismo, logros y descubrimientos, resplandores. Y desbroce para aventurarse por nuevos caminos. O pisar firme los hollados.
CALLES PARA UN PEZ LUNA
Ernesto P¨¦rez Z¨²?iga Visor. Madrid, 2002 88 p¨¢ginas. 6 euros
Dividido en cuatro apartados (Por el ojo de buey de un barco hundido, Paseo de las an¨¦monas, Suburbio del cangrejo transparente, La ciudad fantasma), los poemas de P¨¦rez Z¨²?iga nos proponen, m¨¢s que un deambular por calles, un zambullirse y nadar por un laberinto sumergido. Una met¨¢fora submarina (desesperanzada a veces, alentadora otras, sign¨ªfera, solidaria) contra el reflejo de la superficie, superficial. Pero sobre todo, amor, desamor, soledad, tiempo, son tim¨®n, velas, ancla, cuaderno de bit¨¢cora, de este barco de papel en el que la muerte, las muertes, dejan caer su mancha de tinta sobre la rosa de los vientos. Versos con juego r¨ªtmico y repeticiones. Aires de canci¨®n que, por momentos, traen a la memoria al Aute m¨¢s introspectivo y herm¨¦tico y surrealista, pues estas Calles est¨¢n alumbradas por destellos irracionalistas, lector seguramente tambi¨¦n Z¨²?iga del Lorca neoyorquino.
La voz po¨¦tica parece hablar en estas p¨¢ginas desde un futuro ya conocedor de lo que ha de acontecer, de lo ya sucedido, los tiempos flotan o se hunden, las separaciones y encuentros siguen el vaiv¨¦n de las olas ("M¨ªrame. Nunca m¨¢s tendremos para / nosotros otro tiempo como ¨¦ste: / despu¨¦s seremos otros, / seremos esos dos que nos recuerdan, / seremos esos dos que ya nos temen..."), y la palabra, ya en soneto, ya en imagen o pensamiento atrapados en un par de versos, intenta ser la isla del hombre de hoy, n¨¢ufrago. La palabra como tronco al que asirse en mitad del oc¨¦ano. Junto a motivos recurrentes, manidos ("Cazaba las gacelas de tu cuerpo. / Sangre en celo. Sus garras y mi cama. / Hoy nada. Todo. S¨®lo / la luna que est¨¢ llena en mi ventana..."), otros momentos originales y emotivos ("A mi lado en el tren, un asiento vac¨ªo. / Llevo un vestido tuyo. / Le pongo tu cabeza. Lo relleno / de peri¨®dicos tristes...") nos muestran a un poeta que apuesta por voz propia para bucear en su propio mundo. Y en esa b¨²squeda y tal desaf¨ªo, si encuentra, se encuentra.
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