?No en su nombre!
El 15 de febrero de 2003 pasar¨¢ a la historia como el d¨ªa en que millones y millones de ciudadanos pudieron ver en sus pantallas de televisi¨®n o decidieron integrarse personalmente, para dar cuerpo y vida, a ese fen¨®meno del mundo actual que se conoce como globalizaci¨®n. La fabulosa capacidad de intercomunicaci¨®n, en tiempo real, que proporcionan las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n puede ser un perverso instrumento para implantar el pensamiento ¨²nico, pero, al mismo tiempo, permite saltar por encima de los mensajes oficialistas y proporciona espacios incontrolables, para que el pensamiento libre, espont¨¢neo y sin fronteras, se difunda de forma imparable por toda la faz de la tierra. La avalancha de im¨¢genes, los comentarios y las perspectivas personales de los diversos analistas hacen muy dif¨ªcil seleccionar lo que en el leguaje metaf¨®rico de la prensa se conoce como la imagen del d¨ªa.
Despu¨¦s de regresar a casa, reconfortado con el esp¨ªritu de la mayor¨ªa de los comentarios que o¨ªamos a nuestros vecinos de fila y con la masiva participaci¨®n de ciudadanos, de todo el espectro generacional de este pa¨ªs, me puse ante el televisor para sentir de nuevo el calor de las im¨¢genes que nos llegaban de todas partes del mundo. Por primera vez, he tenido la sensaci¨®n de que me encontraba ante una ¨²nica televisi¨®n universal, que conectaba con Par¨ªs, Londres, Nueva York, Berl¨ªn, Melbourne o Manila con la misma cercan¨ªa o naturalidad con que pod¨ªa hacerlo con Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao o cualquiera de nuestros pueblos y ciudades. Est¨¢bamos de verdad en la "aldea global" y cada uno de nosotros era una parte de esa humanidad y de esas multitudes, que ten¨ªan un solo sentimiento; no a la destrucci¨®n masiva de seres humanos en nombre de un llamado nuevo orden mundial. Ante el panorama que estamos viviendo, no podemos evitar la sensaci¨®n de que el motor que pone en marcha la maquinaria de la guerra est¨¢ en manos de minor¨ªas y de intereses econ¨®micos que comercian con las armas y con la sangre de las personas, con tal de mantener intactos sus focos de poder y dar salida a su producci¨®n, sin importarles el resultado, que seguramente no estar¨¢n dispuestos a contemplar en las pantallas instaladas en sus lujosas mansiones. De todo el aluvi¨®n de pancartas y multitudes, que tuve ante mi vista, hubo una, que da t¨ªtulo a este desahogo optimista y sentimental, que me produjo un especial impacto. La encontr¨¦ en medio de la gente que permanec¨ªa inmovilizada por las barreras policiales, en contra de la m¨¢s acrisolada tradici¨®n norteamericana, en la ciudad de Nueva York. La portaba un familiar de una de las v¨ªctimas de las Torres Gemelas y rechazaba la guerra con una frase lacerante incluso para las sensibilidades m¨¢s acorazadas: "?No en su nombre!".
Hace falta tener una inmensa grandeza moral y una infinita solidaridad con los seres humanos para sacar de lo profundo de su alma dolorida por el recuerdo de sus familiares ese mensaje que resume, sin necesidad de m¨¢s adjetivos, un sentimiento que nos hace sentirnos, a todos, m¨¢s libres y sobre todo m¨¢s humanos y racionales.
Frente a estas manifestaciones de una notoria mayor¨ªa de ciudadanos, algunos gobernantes se han visto incapaces de ponerse a la altura pol¨ªtica que exigen las circunstancias y han reaccionado con esl¨®ganes, que m¨¢s parecen tics nerviosos, que argumentos articulados por el raciocinio exigible a los l¨ªderes mundiales. El presidente elegido por los norteamericanos, por su libre y democr¨¢tica voluntad, ha vuelto a repetir, una vez m¨¢s, en tono amenazante y revestido de ropajes guerreros, esa frase estereotipada que trata de simplificar y reducir los m¨¢rgenes y las fronteras de la libertad de decisi¨®n y pensamiento: "?O est¨¢n con nosotros o est¨¢n con el terrorismo!". Pues no, se?or Bush, podemos afirmar con la misma rotundidad, pero con mucho m¨¢s criterio y convicci¨®n, que ?nunca jam¨¢s! estaremos con el terrorismo, no s¨®lo porque expresa sus instintos asesinos con el tiro en la nuca o con las armas de destrucci¨®n masiva (bombas, gases qu¨ªmicos o aviones como armas arrasadoras de vidas humanas), sino tambi¨¦n porque constituye una contradicci¨®n insuperable con los valores de la vida, la libertad y la dignidad democr¨¢tica. Al mismo tiempo podemos decirle que es posible que, si usted var¨ªa de opini¨®n, medita sobre el abismo al que puede llevar a la humanidad y cambia su irrefrenable ardor guerrero por una pol¨ªtica internacional unitaria que permita la primac¨ªa del derecho internacional y que ponga en marcha medidas de presi¨®n diplom¨¢tica econ¨®mica y de fortalecimiento de los grupos democr¨¢ticos de Irak que quieren derrocar al dictador, podr¨¢ contar con el apoyo de muchos de nosotros, que de momento s¨®lo nos queda la opci¨®n de oponernos decididamente a todo tipo de guerra preventiva.
Habr¨ªa que recordarle que la Carta de la ONU, de la que, seg¨²n sus asesores, est¨¢ dispuesto a renunciar si no se cumple su voluntad, previamente conformada, s¨®lo justifica la agresi¨®n cuando se produce "un ataque armado contra un miembro de las Naciones Unidas" y que s¨®lo en este caso se puede considerar como leg¨ªtimo "el derecho natural de autotutela individual o colectiva". Creo que estos textos son suficientes para rechazar frontalmente todo tipo de guerra preventiva. Como proclamaban los intelectuales que forman parte del Tribunal Internacional de los Pueblos, auspiciado por la Fundaci¨®n Interncional Lelio Basso: "El peligro de quiebra del derecho internacional deriva sobre todo de la abierta, expl¨ªcita e insistente pretensi¨®n de una relegitimaci¨®n de la guerra como instrumento de soluci¨®n de los problemas y de las controversias internacionales, que acompa?an a la amenaza de esta guerra. Esta relegitimaci¨®n equivaldr¨ªa a una disoluci¨®n de la ONU, cuya raz¨®n de ser reside, precisamente, en la definitiva exclusi¨®n de la guerra y el mantenimiento de la paz a trav¨¦s de un complejo sistema de medidas que incluye el uso regulado y controlado de la fuerza bajo la constante direcci¨®n del Consejo de Seguridad. Por otra parte, puesto que el derecho consiste en la regulaci¨®n y la limitaci¨®n de la fuerza, como uso desregulado, ilimitado e incontrolado de ¨¦sta, es la negaci¨®n del derecho". Como jurista, no quiero ver el derecho internacional convertido en un mont¨®n de cenizas humeantes, que servir¨¢n de abono para la aparici¨®n de la vegetaci¨®n salvaje de la jungla.
Piense por un momento en esa familia neoyorquina que expresaba su dolor de la forma m¨¢s generosa que es capaz de exteriorizar el alma humana. De verdad, se?or Bush, creo que merece la pena, que si no quiere compartir nada con la vieja Europa, a la que me siento orgulloso de pertenecer, por lo menos recupere los valores c¨ªvicos y republicanos que han servido para cimentar la grandeza de la naci¨®n norteamericana sobre algunas de las grandes aportaciones pol¨ªticas, culturales y cient¨ªficas, y se una a los que, desde una postura de discrepancia, le dicen tambi¨¦n en su idioma, y en su pa¨ªs: no a la guerra.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado del Tribunal Supremo.
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