El modernismo reaccionario y el esp¨ªritu de Westfalia
Como se sabe, el sistema moderno de Estados-naci¨®n naci¨® en 1648 con la Paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta A?os. All¨ª naci¨® la modernidad occidental, inaugurando una era de multilateralismo sist¨¦mico que ha durado hasta ahora mismo. Tres son las caracter¨ªsticas del esp¨ªritu de Westfalia que aqu¨ª interesa destacar. En primer lugar, el concepto de soberan¨ªa nacional que ejerce cada Estado sobre la poblaci¨®n y el territorio bajo su jurisdicci¨®n, protegido por el derecho de no injerencia de los dem¨¢s Estados en sus asuntos internos. En segundo lugar, el establecimiento de un equilibrio multilateral de poder entre las grandes potencias, que se limitan y controlan unas a otras estabilizando el sistema global. Y en tercer lugar, la formaci¨®n autom¨¢tica de coaliciones multilaterales para frenar las aspiraciones de todo primus inter pares que busque el monopolio imperial del poder. Este tercer punto es el esencial.
A trav¨¦s de autores como McNeill, Tilly o Mann, la sociolog¨ªa hist¨®rica ha demostrado que el milagro europeo se debe a que, a diferencia de lo sucedido en China o India, en Europa fracas¨® todo intento de unificaci¨®n pol¨ªtica del continente, pues las dem¨¢s potencias se coaligaban para neutralizar la supremac¨ªa del aspirante a emperador. As¨ª sucedi¨® con la hegemon¨ªa espa?ola de los Austrias durante el XVI, con la hegemon¨ªa francesa de los Borbones y de Napole¨®n durante el XVIII y el XIX, con la hegemon¨ªa alemana durante la primera mitad del XX y con la hegemon¨ªa rusa durante la segunda mitad del XX. Y gracias a eso, Europa siempre se mantuvo dividida pol¨ªticamente en Estados y bloques de Estados que se limitaban y controlaban unos a otros, alimentando una rivalidad geoestrat¨¦gica que actu¨® de motor del desarrollo. El capitalismo industrial y la democracia liberal fueron en ¨²ltima instancia su consecuencia ¨²ltima, como subproducto colateral de la tensi¨®n entre los Estados que compet¨ªan entre s¨ª para evitar ser superados por los dem¨¢s.
Pues bien, estas coaliciones que recurrentemente se formaban para frenar a todo aspirante a la hegemon¨ªa continental casi siempre estuvieron lideradas por los anglosajones: los brit¨¢nicos, hasta 1900; los estadounidenses, despu¨¦s. Por eso pudo decir Burke que los ingleses, frenando a Napole¨®n, no s¨®lo se liberaron a s¨ª mismos, sino que adem¨¢s liberaron a toda Europa, creando las condiciones de posibilidad de la moderna libertad pol¨ªtica. Y lo mismo hicieron despu¨¦s los estadounidenses, en tanto que europeos transatl¨¢nticos, al liberar a Europa en tres ocasiones de sucesivas amenazas de tiran¨ªa imperial: primero, guillermina; despu¨¦s, hitleriana, y por ¨²ltimo, sovi¨¦tica.
Pero hoy, a comienzos del siglo XXI, se dir¨ªa que las tornas han cambiado. Eliminado el peligro de la amenaza sovi¨¦tica, surge un nuevo aspirante al imperio mundial de facto, que busca terminar con el multilateralismo de Westfalia para imponer la unificaci¨®n hegem¨®nica del planeta bajo su monopolio global del poder. Y esta vez, quien pretende acabar con la libertad del mundo para someterlo a su arbitraria voluntad de poder es precisamente el primus inter pares anglosaj¨®n, que hasta hoy hab¨ªa liderado todas las coaliciones de restauraci¨®n de la libertad amenazada por la tiran¨ªa. ?Por qu¨¦ lo hace? En realidad, porque puede, pues la desaparici¨®n del equilibro de poder que tensaba la guerra fr¨ªa le ha dejado al vencedor las manos libres para ocupar el monopolio del poder mundial. Pero hay tambi¨¦n algo m¨¢s, pues semejante pursuit of power (McNeill) est¨¢ legitimada por el sentido de misi¨®n que anima al excepcionalismo norteamericano (Lipset): el mesi¨¢nico destino manifiesto de redimir al mundo al que se siente llamado el puritanismo estadounidense.
Ahora bien, esto no es una excepci¨®n, pues todo poder en expansi¨®n necesita enmarcar su voluntad de supremac¨ªa bajo un manto de legitimidad que se disfraza de necesidad hist¨®rica, expresada como proyecto escatol¨®gico de desarrollo finalista que busca la realizaci¨®n en la tierra de la agustiniana ciudad de Dios. Es el mito de la revoluci¨®n, por ejemplo: la narrativa pol¨ªtica de guerra santa que sacraliz¨® tanto al belicismo de Napole¨®n como al totalitarismo sovi¨¦tico. Y tambi¨¦n el III Reich se dot¨® de un an¨¢logo mesianismo redentor, bajo cuyo manto se justific¨® el holocausto. Es lo que Jeffrey Herf ha llamado el modernismo reaccionario: una letal combinaci¨®n de innovaci¨®n cient¨ªfica, nuevas tecnolog¨ªas futuristas, cruzada pseudocivilizatoria y espectacular cultura de masas, como aparato ideol¨®gico que argumenta la supremac¨ªa irrestricta de un bloque de poder que no duda en imponerse a sangre y fuego contra toda resistencia. Por eso Zygmunt Bauman ha llegado a sospechar, en su libro Modernidad y Holocausto, que todo el proyecto moderno del Occidente cristiano est¨¢ condenado por su propio mesianismo redentor a caer en la pr¨¢ctica del crimen colectivo a gran escala, si no se le detiene a tiempo. Es la gran tentaci¨®n en la que ahora parece dispuesto a caer el poder estadounidense en nombre de su propia versi¨®n integrista del modernismo reaccionario. Es verdad que los EE UU son una democracia -aunque tan populista como el nazismo-, y que a pesar de su racismo todav¨ªa no han cometido nada comparable al Holocausto. Pero tampoco han tenido escr¨²pulos para superar a los nazis en el bombardeo masivo de la poblaci¨®n civil, con Hiroshima y Nagasaki como s¨ªmbolo del peor crimen de guerra de la historia.
?Qui¨¦n puede frenar el ascenso global del imperio estadounidense? Hasta ahora, eran los anglosajones quienes manten¨ªan vivo el esp¨ªritu de Westfalia en defensa de la libertad, liderando todas las coaliciones multilaterales contra las emergentes tiran¨ªas imperiales. Pero cuando lo que hoy amenaza la libertad del mundo es la insuperable supremac¨ªa militar estadounidense, cabe temer que el esp¨ªritu de Westfalia muera definitivamente. ?Qui¨¦n podr¨ªa liderar ahora una coalici¨®n multilateral en defensa de la libertad frente al naciente imperio anglosaj¨®n? ?El debilitado eje Par¨ªs-Berl¨ªn, que pugna por liderar la vieja Europa, hoy tan seriamente dividida por los agentes pol¨ªticos de los estadounidenses? ?No hay m¨¢s alternativa que sumarse con pragm¨¢tico cinismo al carro del vencedor? La lucidez aconseja ser pesismista, o al menos esc¨¦ptico. Pero tambi¨¦n cabe apostar con un cierto voluntarismo por el renacimiento del esp¨ªritu de Westfalia que anta?o anim¨® a la vieja Europa. S¨®lo que hoy ese esp¨ªritu ya no puede ser militar, sino exclusivamente civil: es la voz de la ciudadan¨ªa que forma la opini¨®n p¨²blica, levant¨¢ndose airada por las calles de toda Europa para expresar su voluntad colectiva de resistir a la tiran¨ªa incivil. Y ello hace pensar que el esp¨ªritu de Westfalia no ha muerto, pues el pasado 15 de febrero comenz¨® a resucitar por fin.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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