No ser¨¢ una guerra, ser¨¢ un crimen
La enemistad no se provoca por expresar las diferencias, sino neg¨¢ndose a compartir las diferentes razones, pasando directamente a la descalificaci¨®n de quien piensa de distinta manera. Es la asimetr¨ªa evidenciada en los comportamientos del n¨²cleo central de la Uni¨®n Europea y de la Administraci¨®n norteamericana, que viene agrand¨¢ndose desde que ¨¦sta marcase por su cuenta que el ataque militar contra Irak deb¨ªa ser la siguiente fase de la llamada guerra contra el terrorismo internacional. Cuanto m¨¢s se exigen a s¨ª mismos los europeos en su argumentaci¨®n para lograr el desarme del dictador iraqu¨ª sin llegar a la guerra, de mayor calibre son los desprecios e insultos que reciben de los miembros m¨¢s destacados del Gabinete de Bush y de los editorialistas de los principales peri¨®dicos estadounidenses alineados con ¨¦l. Si una ministra alemana desliz¨® una inaceptable comparaci¨®n entre Hitler y Bush en el fragor de la campa?a electoral, no repiti¨® cargo y su Gobierno present¨® las oportunas excusas. Pero si Donald Rumsfeld empieza por hablar despectivamente de la vieja Europa, es jaleado por su jefe; despu¨¦s se aplaude la ramploner¨ªa de un diario en el que se asimila la necedad con ser franc¨¦s, o la estrafalaria alineaci¨®n de Alemania con Cuba y con Libia, para terminar con las insinuaciones de Colin Powell acerca de la complicidad de Francia y Alemania con Sadam Husein "para sacarle del apuro".
No se sostiene, por tanto, la acusaci¨®n a los europeos de estar azuzando la enemistad con los EE UU. Desde esta parte del Atl¨¢ntico norte no se promueve el enfrentamiento entre los pueblos de los dos continentes, son las actitudes de los respectivos dirigentes pol¨ªticos las que difieren. Las opiniones p¨²blicas no tienen tantas divergencias y a¨²n son menores entre sus exponentes m¨¢s destacados, los que pertenecen a las comunidades cient¨ªfica, cultural y buena parte de la pol¨ªtica -aunque los de EE UU no ostenten ahora el poder-. Tal vez por que los de aquella ribera, con m¨¢s cultura que sus actuales gobernantes, comparten con los de aqu¨ª la ense?anza principal que puede extraerse de la historia de la vieja Europa: que la grandeza m¨¢s ruinosa a la postre es la que se construye a fuerza de mentiras y de muerte. Aprendida por ¨²ltima vez cuando derrotar a quienes en su delirio pretend¨ªan engendrar a la Joven Europa cost¨® millones de muertos y supuso la mayor tragedia en la historia de la humanidad.
Precisamente por el profundo reconocimiento y gratitud debidos a tantos norteamericanos que dieron su vida luchando por la libertad en suelo europeo, es por lo que no se debe perder el matiz que diferenci¨® su sacrificio de la m¨ªstica para traspasar, sesenta a?os despu¨¦s, la delgada l¨ªnea que separa la energ¨ªa de la violencia y a la fuerza de la crueldad, como dijera Albert Camus durante la ocupaci¨®n de Francia por los nazis. Invocar el nombre de Dios, como tan frecuentemente se hace en los discursos oficiales del presidente Bush, para ponerlo al servicio de una matanza o erigirse en libertadores del pueblo iraqu¨ª al margen de la raz¨®n y del derecho, ser¨ªa la peor manera de atesorar la memoria que trenzaron los ciudadanos libres de Europa y de Norteam¨¦rica enfrent¨¢ndose al fascismo y dinamitar la base m¨¢s s¨®lida sobre la que se asent¨® el v¨ªnculo atl¨¢ntico. La que cristaliz¨® en el compromiso de respetar y defender la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos, con m¨¢s camino por recorrer en el futuro para caminar hacia un mundo donde se conviva en paz que la instrumentada militar e ideol¨®gicamente para una guerra fr¨ªa por fin superada. Tambi¨¦n aprendimos unos y otros que quienes enarbolaron la bandera de la libertad, ciegos de ira y divorci¨¢ndose de la justicia, devinieron en tiranos, peores en muchos casos que los derrocados. Aunque por diferentes itinerarios. Ellos, descubriendo que su soberan¨ªa fue utilizada por algunos de los inquilinos de la Casa Blanca para mantener o promover dictaduras fascistas y sangrientas en aras de combatir al comunismo. Nos toc¨® a los espa?oles sufrir las primeras, cuando, satisfechos porque Franco hab¨ªa realizado la faena contra el comunismo se ahorraron el esfuerzo de librarnos del fascismo, como se hab¨ªa hecho en el resto de Europa; a los chilenos, las segundas, viendo c¨®mo se propiciaba desde Washington que Pinochet hundiera el Gobierno democr¨¢tico de la Unidad Popular bajo una monta?a de cad¨¢veres. A los europeos nos toc¨® comprobar que el tortuoso camino seguido en los pa¨ªses del Este hacia el para¨ªso comunista s¨®lo hab¨ªa conducido, al cabo de setenta a?os, a mantener encerrados a sus ciudadanos en las tinieblas de la opresi¨®n.
Con sus respectivas trayectorias, las ciudadan¨ªas que en ambos continentes forjan la democracia, volvieron a coincidir en el espanto provocado por los atentados del 11 de septiembre, reforzaron su solidaridad y renovaron el empe?o com¨²n en pro de la libertad y contra el terrorismo, que, amenazando la seguridad de los pueblos, merma tambi¨¦n sus libertades. Pero hay que decir que estos valores no fueron administrados fielmente por el Ejecutivo norteamericano desde la intervenci¨®n en Afganist¨¢n, desliz¨¢ndose hacia la venganza en detrimento de justicia y anteponiendo su hegemonismo a la cooperaci¨®n con los europeos. No obstante los discutibles resultados de aquella acci¨®n militar, la Uni¨®n Europea ha mantenido una prudencia casi excesiva, porque haberse autolimitado tanto en la evaluaci¨®n de las operaciones contra el r¨¦gimen de los talibanes y de sus consecuencias posteriores quiz¨¢s haya servido para sentar el sobreentendido de que la estrategia a seguir en la lucha contra el terrorismo, y aun en la configuraci¨®n geopol¨ªtica de aquella zona de Oriente, es competencia omnipotente de los EE UU, sin que a los pa¨ªses europeos les quede otro papel que el de secundarla a pies juntilllas si quieren participar de los hipot¨¦ticos beneficios que de ello puedan obtenerse. De ah¨ª que, sin soluci¨®n de continuidad, el mundo se haya visto embarcado en la din¨¢mica de la guerra contra Irak por la exclusiva decisi¨®n de la Administraci¨®n norteamericana de designarla como el siguiente paso. Ahora se discute c¨®mo darlo, pero no ha habido lugar a debatir y decidir conjuntamente si el r¨¦gimen de Irak deb¨ªa ser el primer objetivo a batir en pro de una mayor seguridad mundial. La evidencia de que hay amenazas m¨¢s tangibles para la paz, como el conflicto israelo-palestino, el armamento nuclear en manos de Corea del Norte, de Pakist¨¢n o de India, quieren rendirla ante el pretendido axioma de que la vara de medir est¨¢ ¨²nicamente en las manos de la mayor potencia del mundo. Y en un mundo unipolar, es el que manda quien se?ala d¨®nde anida el Mal y cu¨¢l es el manto que cobija al Bien. Una distinci¨®n que cost¨® siglos de civilizaci¨®n arrebat¨¢rsela a quienes detentaban el poder omn¨ªmodo, hasta lograr que dependiera de los que est¨¢n legitimados por el pueblo, de donde emanan todos los poderes, para impartir justicia ateni¨¦ndose al estricto respeto del derecho y al cumplimiento de las leyes. Impedir que el nuevo Orden Internacional que se perfila marque un retroceso tan atroz es la causa m¨¢s profunda que debiera animar la oposici¨®n a de todos los dem¨®cratas del mundo a esta guerra predecidida unilateralmente.
Es cierto que a esta deriva indeseable del concierto internacional ha contribuido la Uni¨®n Europea con su acomodaticia endogamia, ocupada en sus asuntos mercantiles mientras descuidaba su fortalecimiento pol¨ªtico. Pero es cinismo, cuando menos, que quienes son responsables de haber obstruido el camino hacia una pol¨ªtica exterior y de seguridad com¨²n europea, por preferir que tales funciones siguieran recayendo en el amigo americano, prediquen ahora que s¨®lo cabe la resignaci¨®n seguidista y obediente. Y m¨¢s inadmisible a¨²n es que esos mismos se hayan apresurado a romper el consenso de m¨ªnimos que la Uni¨®n Europea alcanz¨® para trasladarlo al Consejo de Seguridad de la ONU. Es lamentable para todos los europeos, y lo ser¨¢ m¨¢s todav¨ªa para los espa?oles, que algunos representantes pol¨ªticos como el presidente Aznar, emulando pobremente a Fausto, hayan elegido entre yugo y yugo para quedarse con el que m¨¢s subordina, desbaratando al mismo tiempo el que les vinculaba, como iguales, a los europeos. Que es adem¨¢s al que habr¨¢ que volver, con Francia y Alemania, si seriamente se piensa en los intereses generales de Espa?a, presentes y futuros.
Pese a todo, la propia resoluci¨®n 1.441 de la ONU, que ahora se invoca como definitiva para lanzar la ofensiva, pudo adoptarse por la mayor insistencia europea -m¨¢s concretamente, de los despu¨¦s denostados gobiernos franc¨¦s y alem¨¢n- frente a la cerraz¨®n inicial de los dirigentes norteamericanos, que negaban su necesidad y pretend¨ªan bastarse de las emitidas a?os atr¨¢s para iniciar los ataques. Pero por mucho que se quiera retorcer su texto, no permite eludir una nueva resoluci¨®n que cristalice la evaluaci¨®n del trabajo de los inspectores ni mucho menos incluye la guerra preventiva. Concepto contradictorio en sus propios t¨¦rminos porque la guerra no se previene atacando, sino que se desencadena por agredir primero. "Es matar gente inocente por si acaso", como brillantemente expuso el secretario general del PSOE en el debate mutilado del Parlamento. Por si acaso tienen armas, que est¨¢n descartando las labores de inspecci¨®n y a las que se les quiere negar un mayor plazo por si acaso demuestran definitivamente que no existen en la medida que presuponen los gobiernos m¨¢s proclives a la intervenci¨®n militar. ?stos son tambi¨¦n los que anunciaban disponer de datos e informes demostrativos de que a los inspectores se les estaba enga?ando en Bagdad y sin embargo han sido los primeros en ser desmentidos, cuando a los pocos d¨ªas periodistas occidentales, acompa?ando a los inspectores, pudieron comprobar in situ que los hangares de temibles armas eran ruinas que s¨®lo cobijaban chatarra, que los camiones utilizados como f¨¢bricas ambulantes de mort¨ªferos productos qu¨ªmicos no circulaban m¨¢s que por las maquetas informatizadas que exhibi¨® Powell ante el Consejo de Seguridad. O cuando se ha descubierto que la informaci¨®n aportada por Blair en la C¨¢mara de los Comunes se hab¨ªa confeccionado con retazos de un viejo trabajo estudiantil.
Mentiras desveladas que nos devuelven a otra reflexi¨®n de Camus sobre las palabras que acaban adoptando el significado de los actos que suscitan. Aqu¨ª y ahora, la guerra no suscitar¨¢ la paz tras derrotar a un enemigo agresor, sino la masacre de cientos de miles de seres humanos. Ser¨¢ un crimen contra el pueblo iraqu¨ª y contra la voluntad de los pueblos que se oponen a que lo perpetren sus gobiernos.
Tambi¨¦n es mentira que vaya a procurarnos m¨¢s seguridad. Antes de atacar a Irak ya se generaliza la inseguridad entre las poblaciones de Norteam¨¦rica y Europa, inducidas por sus gobernantes a proveerse de alimentos y de artilugios para tapar los resquicios de las ventanas y puertas de sus casas o tomando militarmente aeropuertos u otros lugares p¨²blicos. Y lo que es peor, se les est¨¢ atenanzando en el ejercicio de la libertad con medidas restrictivas de los derechos, aderezadas con truculentos reportajes televisivos sobre la guerra bacteriol¨®gica.
Aun as¨ª, es alentador comprobar que la inmensa mayor¨ªa sigue pronunci¨¢ndose contra la guerra y que buena parte de esas gentes se nieguen incluso a que la legalizacen con nuevas resoluciones. No son neutrales, como les espeta el se?or Aznar, puesto que han tomado partido, pero lo han hecho por el bando contrario al que ¨¦l ha decidido incorporarse sin atender a otros argumentos que los emitidos desde la Casa Blanca. Contra la inteligencia de cuantos han razonado frente a la guerra ha agotado los calificativos que su ingeniosidad ha sido capaz de producir y sus recurrentes tautolog¨ªas las ha reiterado impermeable a cualquier reflexi¨®n divergente. Tilda de electoralista a la oposici¨®n y nada es m¨¢s leg¨ªtimo en democracia que reafirmar con los votos las voces que un gobierno no quiso escuchar. Voces que ojal¨¢ se eleven desde todas las ciudades cuantos 15 de febrero sean necesarios para impedir que truenen los ca?ones y votos que ma?ana contribuyan de verdad a la justicia, a la paz, a la seguridad, a la libertad.
Antonio Guti¨¦rrez Vegara es colaborador del Observatorio de la Globalizaci¨®n de la Universidad de Barcelona.
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