Monterrosiana
Cuando despert¨®, el p¨¦ndulo le hab¨ªa rasgado el pecho y un discreto alacr¨¢n de sangre reposaba ahora en su tetilla izquierda sin apenas provocarle dolor. Por un instante crey¨® que el p¨¦ndulo se hab¨ªa detenido al fin mientras ¨¦l dorm¨ªa. Pronto vendr¨ªan a rescatarle del terror y aquella fisura m¨ªnima en su pecho se cerrar¨ªa para dejarle una cicatriz discreta, invisible. Enseguida, sin embargo, un segundo pensamiento le permiti¨® calibrar la imposible extensi¨®n de su sue?o, la repetici¨®n detallada de su vida e incluso el instante sucesivo de su muerte en el momento en que, al despertar, el filo del p¨¦ndulo le part¨ªa el estern¨®n. ?Cu¨¢nto hab¨ªa durado su agon¨ªa? ?Cu¨¢ntas veces la hab¨ªa revivido en el sue?o? Finalmente comprendi¨® que el p¨¦ndulo estaba a punto de volver, y que esta vez lo alcanzar¨ªa sin piedad. Entonces cerr¨® los ojos y so?¨® que el p¨¦ndulo volv¨ªa a partirle en dos.
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