Una corrida infumable
Les juro que se hace dif¨ªcil encontrar un matiz positivo de la corrida de ayer, por peque?o que sea. No se encuentra. Ni con lupa. Ni poniendo especial empe?o. Una de esas corridas que se hacen hist¨®ricas en sentido contrario al tradicional: un tost¨®n, vamos. Y en este caso la culpa no es s¨®lo de los toros, que tuvieron algo que ver, mas tambi¨¦n los toreros deben cargar con las suyas.
Se anunci¨® una corrida de Montalvo, hierro salmantino de pasado glorioso. De entrada, un notable por la imagen. Seis toros de hermosa fachada, serios, unos con m¨¢s armon¨ªa que otros, y armados de defensas considerables. El primer paso, pues, era positivo. Faltaba saber lo que tra¨ªan por dentro los seis toros de hierrro salmantino de pasado glorioso.
Montalvo / Puerto, Califa, De Mora
Seis toros de Montalvo, bien presentados y armados, cumplidores con el caballo, nobles, pero con las fuerzas muy justas.
V¨ªctor Puerto: casi entera (saludos); -aviso- cinco pinchazos y descabello (pitos). El Califa: dos pinchazos -aviso- (silencio); pinchazo y entera desprendida (palmas). Eugenio de Mora: pinchazo y dos descabellos (silencio); metisaca y entera (silencio).
Plaza de Valencia, 13 de marzo. 5? de Feria. M¨¢s de media entrada.
Bravos no fueron, desde luego. Como mucho, cumplidores con los caballos, aunque primero y segundo derribaron m¨¢s por flojedad de los equinos que por brava condici¨®n. Sal¨ªan del peto implorando temple, condici¨®n necesaria para negociar un acuerdo con el matador de turno. Pero los tres espadas, Puerto, Califa y De Mora, parecieron reservarse el derecho de admisi¨®n. Eso, o quiz¨¢s emplearon un lenguaje distinto al que los de Montalvo hablaban.
As¨ª, por ejemplo, el segundo de la tarde y El Califa no encontraron manera de entenderse. Firmaron un pacto de colaboraci¨®n que al principio les fue bien, pues ninguno de los dos os¨® romper. El torero le dio la bienvenida al toro por lances a pies juntos, muy ajustados. Luego, el primer saludo con la muleta fue un pase cambiado. El de Montalvo respond¨ªa a la provocaci¨®n de El Califa, que no tard¨® en coger la izquierda para bajar la mano e imponer su jefatura. Al principio, bien. Pero dos veces que perdi¨® el mando y el toro que tambi¨¦n le falto al respeto. Hab¨ªa buscado El Califa el argumento ideal a toro encastado y con fijeza, pero se divorci¨® de lo que dictaba la raz¨®n y perdi¨® el norte. Cuando quiso recuperar el sentido com¨²n a esa faena, no hab¨ªa remedio. Al final ech¨® por lo barato, que en este caso tampoco vendi¨® demasiado.
De ese segundo toro, de indudable inter¨¦s, mucha tierra por medio con los dem¨¢s. Los toreros, a lo suyo; los toros, tambi¨¦n. Lo de los toreros era, en el caso de V¨ªctor Puerto, plantear en una misma faena normas tan diferentes que acabaron por desquiciar a sus toros. A su noble primero comenz¨® ofreci¨¦ndole distancia por un pit¨®n bueno como era el izquierdo. Sin pedir permiso a nadie, ni siquiera al toro, Puerto cogi¨® la derecha, rompi¨® el gui¨®n anterior, se puso de cerca y acab¨® por dejar sin aire al de Montalvo. Con el cuarto, Puerto pec¨® sobre pecado. Esta vez se volvi¨® ego¨ªsta, y aunque el toro no ten¨ªa entrega, ni apenas recorrido, quiso ser el ¨²nico en acaparar atenci¨®n. Se encim¨® machac¨®n, insistente, reiterativo. Y perdi¨® la noci¨®n del tiempo. La gente, harta ya de estar harta, le silb¨® por pesado y antes de montar la espada le enviaron un aviso. Se lo merec¨ªa.
Peor lo de Eugenio de Mora, que pareci¨® m¨¢s principiante que espada de alternativa con el tercero de la tarde. Ese toro, que buscaba una mano firme que la facilitara definirse, incomod¨® exageradamente a su matador. Inc¨®modo el toro, e inc¨®modo el torero, fue en lo ¨²nico que se pusieron de acuerdo. Pero tal uni¨®n result¨® ser una sociedad mal avenida, que estuvo a punto de provocar una p¨¦rdida de documentaci¨®n por parte del diestro.
Ya con la tarde ca¨ªda en el abismo, salt¨® el sexto montalvo. Y la hundi¨® m¨¢s si cab¨ªa. Un polvor¨®n de astado que se deshizo a las primeras de cambio. Llega a ser otra tarde y la gente monta un pollo, pero el personal a esas horas no estaba para tomarse un postre que tem¨ªa tambi¨¦n saliera rana. Por eso, m¨¢s que protestar la invalidez del toro lo que hizo fue protestar la terquedad de De Mora, empe?ado en crear no se sabe qu¨¦. No le dejaron, claro. Le pidieron que acabara con el suplicio y fue lo mejor que hizo el torero: abreviar.
Antes de final tan penoso, el pen¨²ltimo cap¨ªtulo de esta pasi¨®n y muerte del espect¨¢culo fue otro toro desmadejado por el tremendo costalazo que se peg¨® el pobrecito. Ese toro era el quinto, al que El Califa recibi¨® con unas chicuelinas en el centro del ruedo, lo ¨²nico imaginativo de la tarde. Inmolado el de Montalvo por porrazo tan tremendo, al torero valenciano no le qued¨® otra ilusi¨®n que implorar clemencia de un p¨²blico que comprendi¨®, con su conocida generosidad, que all¨ª no hab¨ªa nada que rascar. El Califa rasc¨® un boleto falso, que no ten¨ªa ni premio ni castigo. Y se march¨® cabizbajo.
Babelia
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