Tras la tormenta de arena
Ahora que empieza la segunda guerra del Golfo, miramos a trav¨¦s de la tormenta de arena para intentar percibir la silueta del nuevo mundo que hay detr¨¢s. Como casi todos los mundos nuevos, en realidad es una mezcla de elementos viejos y nuevos. Unos oficiales estadounidenses se encuentran sentados ante pantallas de ordenador desde la que gu¨ªan bombas teledirigidas para que inhabiliten los aparatos de mando de Sadam, a miles de kil¨®metros de distancia, mediante impulsos electromagn¨¦ticos. Las escenas de batallas intergal¨¢cticas de Star Trek parecen realismo decimon¨®nico, en comparaci¨®n. Pero luego veo a unos soldados brit¨¢nicos de infanter¨ªa que se preparan, en Kuwait, para la lucha cuerpo a cuerpo. Un brigada insta a un joven soldado a que d¨¦ unos gritos rudimentarios de odio mientras clava una y otra vez su bayoneta en un mu?eco que representa al enemigo y lo arroja a la arena del desierto. En lo fundamental, esta escena podr¨ªa corresponder a la v¨ªspera de Agincourt, en 1415: un hombre al que otro convence para que mate a un tercero a base de introducir la hoja del acero en sus entra?as.
Lo mismo ocurre con la pol¨ªtica. Hay una cosa bastante nueva: el Gobierno de Estados Unidos conf¨ªa hasta tal punto en su abrumador poder militar y su raz¨®n moral que va a adentrarse en la regi¨®n m¨¢s explosiva del mundo con un s¨®lo aliado real; o dos, si se cuenta Australia. Y otra muy vieja: la diplomacia de la ONU en el periodo previo a la guerra ha acabado por ser cuesti¨®n de un conflicto entre los adversarios m¨¢s antiguos de Europa: Inglaterra y Francia. Como en Agincourt en 1415.
Durante las ¨²ltimas semanas, el Occidente geopol¨ªtico de la guerra fr¨ªa se ha derrumbado ante nuestros ojos. Las torres gemelas de la OTAN y la Uni¨®n Europea permanecen intactas desde el punto de vista f¨ªsico, pero no desde el pol¨ªtico. Nadie puede saber c¨®mo va a ser el nuevo mundo. Como dijo Tony Blair en su magn¨ªfica intervenci¨®n ante el Parlamento brit¨¢nico el martes, "la historia no nos descubre el futuro con tanta claridad". Ahora bien, podemos ver ya tres ideas generales que se disputan la sucesi¨®n del Occidente de la guerra fr¨ªa. Son las concepciones que llamo rumsfeldiana, chiraco-putinesca y blairiana.
La idea rumsfeldiana -si es que idea no es un t¨¦rmino demasiado digno- es que Estados Unidos tiene raz¨®n porque tiene poder. Tiene raz¨®n porque es Estados Unidos. El pa¨ªs norteamericano es una ciudad construida sobre una colina, la ¨²nica hiperpotencia. Estamos en un mundo unipolar. La tierra de la libertad est¨¢ siendo atacada por el terrorismo internacional, el nuevo comunismo internacional. Y tiene la obligaci¨®n de defenderse. Adem¨¢s, al final, extender¨¢ la democracia a lugares como Irak, de forma que har¨¢ que el mundo sea un lugar mejor. Si hay aliados que quieran ayudar, estupendo. Si no, se pueden encontrar "rodeos", como dijo Rumsfeld cuando parec¨ªa que las fuerzas estadounidenses iban a tener que entrar en Irak sin contar, siquiera, con el apoyo de las tropas brit¨¢nicas. Mientras tanto, se dedican a ofender a sus posibles aliados con comentarios llenos de torpeza.
La visi¨®n rumsfeldiana tiene algo de raz¨®n, as¨ª que est¨¢ totalmente equivocada. Seguramente es cierto que, en la actualidad, Estados Unidos puede ganar la mayor¨ªa de las guerras por s¨ª solo. Pero no puede ganar la paz por s¨ª solo. Y la victoria en la "guerra contra el terrorismo" consiste en ganar la paz, en Irak, Oriente Pr¨®ximo en general y m¨¢s all¨¢.
La idea chiraco-putinesca -si es que idea no es un t¨¦rmino demasiado digno- es que el poder estadounidense es, por definici¨®n, peligroso. Jacques Chirac opina que no es saludable que un solo Estado disponga de tanto poder, pero es especialmente peligroso si dicho pa¨ªs es Estados Unidos (y no, por ejemplo, Francia). Por tanto, un mundo unipolar es inaceptable. La misi¨®n de Francia consiste en construir un polo alternativo. Dicho polo contrapuesto es Europa que, en la geograf¨ªa gaullista, incluye Rusia. En otras palabras, Eurasia. La batalla diplom¨¢tica de las ¨²ltimas semanas, con la alianza continental franco-alemano-rusa (y china) enfrentada a la americano-brit¨¢nico-espa?ola (y australiana), de car¨¢cter mar¨ªtimo, me record¨® a la guerra de superbloques en 1984 de George Orwell. ?l les daba el nombre de Eurasia y Ocean¨ªa.
La visi¨®n chiraco-putinesca tiene algo de raz¨®n, as¨ª que est¨¢ totalmente equivocada. Es cierto que resulta poco saludable que una sola potencia -aunque fuera muy democr¨¢tica y benigna- sea tan preponderante como lo es hoy Estados Unidos. Pensemos en una analog¨ªa f¨¢cil de evocar: ?Ser¨ªa beneficioso para la democracia estadounidense que la Casa Blanca pudiera hacer caso omiso del Congreso e ignorar al Tribunal Supremo en cualquier tema? Ahora bien, Francia puede hacer causa com¨²n con una Rusia semidemocr¨¢tica (el carnicero de Chechenia) y una China totalmente no democr¨¢tica en una campa?a diplom¨¢tica que ha ayudado temporalmente a Sadam Husein, pero ¨¦sa no es la mejor forma de avanzar hacia un mundo multipolar. En cualquier caso, nunca podr¨¢ verse una Eurasia agrupada contra Estados Unidos. Como hemos visto, incluso en esta crisis, la mitad de los Gobiernos de Europa ponen la solidaridad transatl¨¢ntica por delante de las graves dudas de que la perspectiva del Gobierno de Bush sobre Irak sea sensata.
Esto nos deja el blairismo. La idea de Blair es que deber¨ªamos reproducir una versi¨®n m¨¢s amplia de la guerra fr¨ªa, el Occidente transatl¨¢ntico, como respuesta a las nuevas amenazas. Lo que ¨¦l llama la "coincidencia" de las armas de destrucci¨®n masiva y el terrorismo tiene que atemorizarnos, por lo menos, tanto como nos atemorizaba el Ej¨¦rcito Rojo. Europa y Estados Unidos tienen que unirse para derrotarlo. Es verdad que a los europeos debe preocuparles el unilateralismo estadounidense, pero, como dijo ante la C¨¢mara de los Comunes, "la forma de abordarlo no es la rivalidad, sino la colaboraci¨®n. Los socios no son siervos, pero tampoco rivales". El pasado mes de septiembre, Europa deber¨ªa haber dicho a Estados Unidos "con una voz ¨²nica" que estaba dispuesta a ayudar a Washington a enfrentarse a la doble amenaza del terrorismo y las armas de destrucci¨®n masiva, siempre que Estados Unidos siguiera la ruta de la ONU y reanudara el proceso de paz en Oriente Pr¨®ximo, entre Israel y Palestina. Ocurra lo que ocurra ahora, Europa y Estados Unidos deben colaborar como socios y, siempre que sea posible, hacerlo a trav¨¦s de las instituciones internacionales del mundo creado tras 1945.
La idea de Blair es completamente acertada. Lo malo es c¨®mo ejecutarla. El propio Blair ha cometido dos grandes errores en este ¨²ltimo a?o. El primero fue no esforzarse m¨¢s, en septiembre, para intentar lograr que Europa hablase "con una voz ¨²nica". Por el contrario, se incorpor¨® pr¨¢cticamente al debate interno del Gobierno de Washington y despreci¨® a Berl¨ªn y Par¨ªs en el momento en el que emprend¨ªan, juntos, un vals contra la guerra. El segundo fue olvidar que la colaboraci¨®n, a veces, tambi¨¦n supone decir "no". Da la impresi¨®n de que Blair es ese tipo de ingl¨¦s decente que siempre dir¨¢ no a las drogas pero nunca a Washington. Los dos errores est¨¢n muy relacionados. Si hay una voz europea m¨¢s fuerte, resultar¨¢ m¨¢s cre¨ªble que pueda decir que no, por lo que seguramente ser¨¢ menos necesario que lo haga.
No estoy nada convencido de que esta guerra concreta, en este momento concreto, sea leg¨ªtima, necesaria o prudente. Espero, contra todo pron¨®stico, que nuestra victoria sea r¨¢pida, que el perverso r¨¦gimen de Sadam se derrumbe como un castillo de naipes y que las consecuencias en Oriente Pr¨®ximo sean positivas, para Irak, el resto del mundo musulm¨¢n y el proceso de paz entre Israel y Palestina.
En cambio, estoy totalmente convencido de que la visi¨®n blairiana de un nuevo orden pol¨ªtico mundial de posguerra es la mejor que existe en el sombr¨ªo mercado de los dirigentes mundiales. Por tanto, perderle a causa de esta guerra ser¨ªa un grave problema, no s¨®lo para Gran Breta?a, sino para el mundo. Evidentemente, lo malo es que, para hacer realidad la visi¨®n blairiana, es preciso que se adhieran a ella Par¨ªs y Washington. Con Jacques Chirac en un extremo y Donald Rumsfeld en el otro, no parece que haya buenas perspectivas. Claro que, en la tormenta de arena b¨¦lica, las viejas cartas volver¨¢n a barajarse.
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