Guerra y resistencia global
Pese a la tragedia que acompa?a a la agresi¨®n angloestadounidense contra Irak, y a manera de precario consuelo, la multitudinaria contestaci¨®n que los hechos han levantado entre nosotros permite albergar alg¨²n optimismo. Cuando se sopesan las manifestaciones del 15 de febrero -y muchas de sus secuelas m¨¢s recientes- es com¨²n que se deje en el olvido, con todo, algo que conviene rescatar: la convocatoria correspondiente corri¨® a cargo, en noviembre pasado y en Florencia, de los denostados movimientos de resistencia global.
Nada ser¨ªa m¨¢s ingenuo, claro, que atribuir a las redes antiglobalizaci¨®n la sorprendente capacidad de movilizaci¨®n que, en franco rechazo de la guerra, se ha revelado entre nosotros y en tantos lugares. Esta ¨²ltima se explica, de forma m¨¢s sencilla, en virtud de un pu?ado de datos que casi todos tenemos en mente. Mencionemos entre ellos la debilidad de los argumentos que identificaban amenazas del lado de Irak, la certificaci¨®n de que EE UU tom¨® en su momento, y por su cuenta y riesgo, decisiones impresentables, el franco desprecio que Washington y sus ac¨®litos muestran por Naciones Unidas, los intereses ocultos que se adivinan en la trastienda, la conciencia de que sobraban los caminos para resolver, de forma pac¨ªfica, la crisis o, en fin, la certificaci¨®n de que las pol¨ªticas que abraza el presidente norteamericano no hacen sino engrosar el caldo de cultivo de eso que ha dado en llamarse terrorismo internacional. No es que, en otras palabras, el Gobierno espa?ol se haya explicado mal: es que no hay manera de atrapar un ¨¢tomo de discurso racional en los mensajes de quienes alimentan esta guerra.
Tras dejar sentado que las percepciones reci¨¦n invocadas son comunes a todos, o a casi todos, los que se han manifestado contra la guerra, tiene su sentido preguntarse por el sesgo que las redes de resistencia global, y con ellas el movimiento pacifista de siempre, han procurado aportar a la contestaci¨®n. Tiene sentido -dig¨¢moslo de otra manera- rese?ar cu¨¢les son las diferencias que esas redes muestran con respecto a muchas de las querencias que, tambi¨¦n en oposici¨®n a la agresi¨®n contra Irak, se expresan en las fuerzas pol¨ªticas al uso y en los medios de comunicaci¨®n, en el buen entendido de que ni todas las redes de resistencia global comulgan con los argumentos que siguen ni todos aquellos que viven al margen de esas redes est¨¢n necesariamente en desacuerdo con ellos.
En el seno de los movimientos despunta, por lo pronto, una visible desconfianza ante Naciones Unidas y sus reglas. Con argumentos que no parecen infundados, lo com¨²n es que se estime que la m¨¢xima organizaci¨®n internacional muestra desde tiempo atr¨¢s, y pese a las apariencias, una sumisi¨®n a los intereses de los grandes, y singularmente los de EE UU, que no es ni casual ni pasajera. La prudencia aconsejaba rechazar desde el principio una agresi¨®n contra Irak tanto si ¨¦sta se ve¨ªa amparada por el Consejo de Seguridad como si tal circunstancia no se hac¨ªa valer. La liviandad de las protestas que en estas horas blande un personaje tan pat¨¦tico como Kofi Annan retratar¨ªa de manera cabal a la organizaci¨®n que representa.
Claro es que, en segundo lugar, y si cabe, la miseria se antoja a¨²n mayor cuando la opci¨®n triunfante es la que pasa por prescindir, sin m¨¢s, de Naciones Unidas. A muchos sorprende, al respecto, que algunas cr¨ªticas de la abrasiva pol¨ªtica estadounidense de ahora vean la luz en labios de quienes no dudaron en sortear la legalidad internacional, en 1999, en Kosovo. El mensaje entonces trasladado no era precisamente edificante: cuando la ONU interesa, se echa mano de ella; cuando no, se deja de lado en provecho de una acci¨®n, la acometida por la OTAN en la primavera de aquel a?o, que exhib¨ªa una condici¨®n manifiestamente unilateral. "El unilateralismo no tiene que ver con el n¨²mero de actores, sino con la usurpaci¨®n de una misi¨®n que pertenece a Naciones Unidas", ha recordado con tino un muy afortunado manifiesto suscrito, entre nosotros, por numerosos profesores de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales. Quienes han venido a sostener que los bombardeos de la OTAN eran defendibles toda vez que el conjunto de los Estados miembros de la propia Alianza y de la UE los refrend¨® se retratan a s¨ª mismos como sospechosos aduladores de las pr¨¢cticas que hoy alienta Estados Unidos en relaci¨®n con Irak. Para evitar malentendidos aclaremos, por lo dem¨¢s, la trastienda del debate: siendo evidente que en Kosovo se violentaban los derechos humanos, no lo es menos que no era ¨¦sa la raz¨®n que ven¨ªa a dar cuenta de las acciones de la OTAN.
La tercera apreciaci¨®n, engorrosa a los ojos de muchos, pone el dedo en una llaga: la de la omnipresencia de f¨®rmulas de doble rasero que encaran de forma diferente a amigos y enemigos, poderosos y d¨¦biles. Las consideraciones al respecto, que no gustan a quienes prefieren bucear en el tenaz recordatorio de la maldad del r¨¦gimen iraqu¨ª, tampoco complacen mucho a quienes, hoy del lado de la resistencia contra la guerra, en el pasado alentaron -ah¨ª est¨¢n, para certificarlo, los ejemplos de Chechenia, el Kurdist¨¢n, Palestina o el S¨¢hara occidental- aberrantes dobles raseros. Se?alemos, sin mayores pretensiones, que de la misma suerte que quien aplica tales raseros har¨ªa mal en sorprenderse al recibir respuestas parejas, quien los alent¨® en el pasado debe demostrar hoy, de forma fehaciente, que ha realizado el consecuente ejercicio de contrici¨®n.
En las redes de resistencia global se aprecia tambi¨¦n, sin necesidad de escarbar mucho, un franco recelo ante la textura de las disidencias que han expresado, en esta crisis, los dirigentes de Francia y Alemania. El asiento de semejante recelo es doble. Por un lado, debe recordarse que una cosa es no participar en una guerra y otra bien diferente asumir el liderazgo de un genuino frente de rechazo, horizonte que no parece haber estado en momento alguno en la agenda de Par¨ªs y de Berl¨ªn. Pero, por el otro, y m¨¢s all¨¢ de las contingencias del momento, en los movimientos antiglobalizaci¨®n no sobran los enamorados de la UE y de sus prestaciones: si dos decenios de pol¨ªticas neoliberales han dado al traste con la mayor¨ªa de las se?ales de lo que algunos entienden que era una modalidad social de capitalismo, hora es de desprenderse de la asunci¨®n de que gentes como Blair, Schr?der, Chirac, Berlusconi o Aznar mantienen alg¨²n compromiso con la causa de la justicia y la libertad en el conjunto del planeta. Lo ocurrido en Jen¨ªn y en Ramala un a?o atr¨¢s, las artima?as que los miembros de la UE han desplegado en Afganist¨¢n para esquivar la emergente legislaci¨®n penal internacional y el designio francoalem¨¢n de rebajar, en estas horas, el tono de la contestaci¨®n son argumentos suficientes para apuntalar semejante percepci¨®n.
Un quinto criterio que los movimientos abrazan sin mayores dudas remite a la trama de intereses que se revela al calor de la crisis actual. Por detr¨¢s de ¨¦sta no es dif¨ªcil apreciar la b¨²squeda codiciosa de materias primas energ¨¦ticas y, m¨¢s all¨¢ de ella, el designio de ratificar viejas explotaciones y exclusiones en provecho de los Estados ricos del Norte y de la globalizaci¨®n que alientan. En lo que a esto se refiere, se antoja preferible reconocer que el proyecto -una suerte de abierta participaci¨®n en el reparto del bot¨ªn- que el Gobierno espa?ol defiende disfruta de un apoyo mayor que lo que las encuestas invitan a concluir: con la guerra o contra ella, son muchos nuestros conciudadanos decididos a preservar su condici¨®n de privilegio y a mantener, pese a lo que fuere, los niveles de consumo -de despilfarro- que caracterizan a nuestras sociedades.
Agreguemos una ¨²ltima percepci¨®n en la que beben muchas de las redes de resistencia global: aun cuando, entre nosotros, celebran que el principal partido de la oposici¨®n haya optado por plantar cara a esta guerra, prefieren no olvidar que en medida nada despreciable lo que ocurre hoy es la secuela de pol¨ªticas que los ahora opositores defendieron, a capa y espada, cuando se hallaban en el poder. Al fin y al cabo, fue en los albores de la era socialista cuando cobr¨® cuerpo un franco designio encaminado a normalizar las relaciones exteriores espa?olas de la mano del ejercicio de una manifiesta sumisi¨®n al dictado que emanaba de Washington. Lo sucedido al calor del malhadado refer¨¦ndum sobre la OTAN, en 1986, y del visible incumplimiento de las tres condiciones entonces postuladas por el Gobierno espa?ol obliga a desestimar la sugerencia de que los desafueros que el Partido Popular protagoniza en estas horas carecen por completo de antecedentes. Y es que a los ojos del grueso de los integrantes de los movimientos que nos ocupan, m¨¢s preocupados por fortalecer las redes sociales que por alcanzar unos u otros resultados electorales, no hay motivo alguno para dar la espalda a un lema de anta?o que hoy recupera, sibilinamente, su sentido: OTAN no, bases fuera.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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