Viva la "equidistancia"
En primer lugar y ante todo, es persona que ejerce su sabidur¨ªa a trav¨¦s de ese supremo don de la inteligencia que reposa en el humor. As¨ª lo hace cuando, por ejemplo, alude a las encendidas pol¨¦micas que en su momento agitaron las aguas de la pol¨ªtica espa?ola durante el debate sobre los Estatutos de autonom¨ªa. A veces, nos cuenta, parec¨ªa en peligro la unidad de Espa?a cuando estaba en juego tan s¨®lo el carnet de mariscador. Los gruesos conceptos, como "soberan¨ªa", con la mera adjetivaci¨®n que utiliza -"exfoliable"-, resultan transparentes: en efecto, capas de ella dependen hoy de Europa como otras han pasado a ser competencia de entidades que no son el Estado-naci¨®n.
Miguel Herrero de Mi?¨®n ha reunido en un libro sus art¨ªculos sobre el problema vasco y de ellos se puede discutir casi todo menos la coherencia. Cuando se leen se descubre no tanto una posici¨®n pol¨ªtica, que la hay, como una sensibilidad. Sus adversarios la describieron como "equidistancia" -nada menos que entre el terrorismo y la Constituci¨®n-, que yo ser¨ªa partidario de aceptar porque ante la desmesura la mejor arma es la iron¨ªa. Los "equidistantes" fuimos acusados de ac¨®litos del nacionalismo vasco: en realidad hubo, entre los merecedores del calificativo, procedencias diversas. Quien suscribe este art¨ªculo nunca hubiera pertenecido al PSOE, como Lluch, o a AP, como Herrero. Sucede en Espa?a que la gente se alinea no s¨®lo de acuerdo con la contraposici¨®n derecha / izquierda, sino tambi¨¦n por las cuestiones de identidad colectiva. Y, como en el primer caso, parece necesario llegar a un m¨ªnimo de acuerdo, todav¨ªa por perfilar de forma completa.
Ahora parecen existir menos motivos apremiantes para tratar de la cuesti¨®n: se desdibuja el frentismo, ETA puede cada vez menos, el mundo extremista ha perdido la iniciativa pol¨ªtica y las propuestas de Ibarretxe, si lejanas a una soluci¨®n, pueden tener el m¨¦rito de deglutir el voto nacionalista m¨¢s radical. No viene mal, pues, resumir la sensibilidad supuestamente equidistante, al hilo (pero no al dictado) del sugerente libro citado.
Se podr¨ªa resumir en seis puntos:
1. Existe un problema. La primera e inevitable premisa es reconocer que existe un problema que, al mismo tiempo, es distinto del terrorismo pero est¨¢ conectado con ¨¦l. Consiste en que la Constituci¨®n estuvo lejos de obtener en Euskadi el ¨¦xito deseable; el consenso se logr¨® tan s¨®lo con el Estatuto, pero ¨¦ste, por razones s¨®lidas, se denuncia que permanece incumplido. Hay, adem¨¢s, una cuesti¨®n adicional: la reclamaci¨®n soberanista puede no tener cabida constitucional o no favorecer soluci¨®n alguna a un problema de convivencia, pero se debe admitir que en pura teor¨ªa nadie sensato estar¨ªa de acuerdo en que si en un territorio el 99% de sus habitantes quisieran desvincularse de un Estado tendr¨ªa, al menos, alguna justificaci¨®n que pretendieran probarlo por una v¨ªa pac¨ªfica y pactada. M¨¢s sentido a¨²n le corresponder¨ªa a la negociaci¨®n de una libre adhesi¨®n.
2. Los nacionalistas. Hubo un momento en que pareci¨® lugar com¨²n considerar entre articulistas que el nacionalismo era una extravagancia de seres desnortados, que era imprescindible derrotarlo y que, adem¨¢s, con ello poco menos que desaparec¨ªa el terrorismo. Eso no se ha producido e incluso si hubiera tenido lugar resulta m¨¢s que dudoso que el resultado fuera ¨¦se. El nacionalismo "perif¨¦rico", por as¨ª denominarlo, es una realidad que forma parte esencial de eso que llamamos Espa?a: es parte de su tradici¨®n democr¨¢tica, al menos desde los a?os treinta, y no s¨®lo nunca desaparecer¨¢, sino que siempre habr¨¢ que contar con ¨¦l. Eso no quiere decir que el nacionalismo vasco (o catal¨¢n o gallego) no cometa errores porque eso es patrimonio de todos los partidos pol¨ªticos. Un supuesto compa?ero de viaje del PNV llamado Lluch dec¨ªa con frecuencia que a algunos dirigentes de este partido les faltaba a menudo "hacer los deberes", es decir, cumplir con lo obvio: eludir las provocaciones, las inoportunidades y las truculencias, en especial las caracterizadas por su gratuidad porque no convencen a los propios y descargan la adrenalina de los ajenos. Enumerarlas nos llevar¨ªa a una lista larga que, para ser juzgada con equilibrio, deber¨ªa ser acompa?ada por aquellas que han sido protagonizadas por otros grupos pol¨ªticos en torno a la cuesti¨®n vasca.
3. Mesa redonda. Para resolver un problema colectivo, en principio y desde el principio, lo mejor es situarlo en la realidad en la que existe. Todo el mundo sabe que el grado de identidad con la colectividad de que se forma parte var¨ªa en Euskadi o Catalu?a en el seno de una misma familia e incluso puede cambiar a lo largo de una biograf¨ªa. Por eso el choque entre dos frentes, espa?olista o constitucionalista y nacionalista, es una perversi¨®n, por m¨¢s que el uno se diga perseguido por el otro. La realidad plural existe en los propios partidos y ser¨ªa bueno que se manifestara de forma clara en todos ellos, tambi¨¦n en el PP. Entender una parte de uno mismo abre el camino a entenderse con los dem¨¢s. En los "frentes" s¨®lo suelen militar los "ultras".
4. Apertura en materia constitucional. La manera en que la Constituci¨®n de 1978 resolvi¨® la organizaci¨®n territorial del Estado a algunos les pareci¨® inoportuna; hoy a otros les resulta inmutable. Habr¨¢ que convenir, no obstante, que la realidad que ha surgido con el transcurso del tiempo del texto constitucional es producto del acuerdo a menudo conseguido tras la intervenci¨®n del Tribunal Constitucional o por el acuerdo de los partidos pol¨ªticos. Resulta evidente tambi¨¦n que la "federalizaci¨®n" espa?ola est¨¢ consolidada y es juzgada positivamente por una inmensa mayor¨ªa. Pero es tambi¨¦n evidente que el grado de conciencia de identidad colectiva en Espa?a var¨ªa mucho y que lo que tenemos (y disfrutamos) en la actualidad es, con palabras de Herrero, un sistema que organiza a Castilla como Euskadi y somete al mismo principio de autonom¨ªa a Catalu?a y Fuenlabrada. Claro est¨¢ que los derechos y libertades de una persona no var¨ªan por el grado de identidad colectiva que sienta pero se reconocer¨¢ que alguna diferencia (que no ventaja) deber¨¢ existir a la hora de organizarse.
5. Ejemplos y contraejemplos. Se dice hasta la saciedad que el caso de Euskadi es muy diferente al de Irlanda y eso es indudablemente muy cierto. Por fortuna no tenemos una sociedad tan polarizada y enfrentada; aun as¨ª habr¨ªa mucho que imitar de la voluntad, aparecida en el Ulster, de tratar de entender al otro. Pero, adem¨¢s, un conocimiento amplio y libre de prejuicios de otras realidades pol¨ªticas e hist¨®ricas -en el Trentino, Flandes o en Finlandia- testimonian que es posible pactar el mantenimiento de una identidad cultural con independencia de las fronteras. Y ?por qu¨¦ no se ha de aceptar que, en materias de su competencia, las comunidades aut¨®nomas puedan tener una representaci¨®n en la instancia europea que ya tienen otros pa¨ªses menos plurales?
6. Di¨¢logo. Es ¨¦ste un t¨¦rmino que goz¨® de general buena prensa hasta que, en un determinado momento, cuando fue esgrimido de forma espont¨¢nea en la manifestaci¨®n en protesta por el asesinato de Lluch, cay¨® en barrena en el aprecio de muchos. Se convirti¨® en una especie de invocaci¨®n inane y flatulenta a un imposible angelical. Pero no es eso. Yo creo que era un llamamiento a comportarse de modo razonable dirigido a aquellos que son capaces de llevarlo a cabo, es decir, los que creen en los votos y no en la fuerza de las pistolas. El problema vasco, que est¨¢ conectado con la existencia de estos ¨²ltimos pero no consiste en ellos, se resolver¨¢ mediante di¨¢logo o, simplemente, no se resolver¨¢. Y no se crea que el di¨¢logo consiste en una especie de juegos florales dedicados a decirse lindezas. Es algo largo y complicado, a veces ag¨®nico, pero puede y debe concluir en una ampliaci¨®n del consenso. ?se fue el m¨¦todo de la transici¨®n: ceder terreno cada uno con la vista puesta tambi¨¦n en compartirlo.
Javier Tusell es historiador.
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