Luto en Tebas
Baja oscuro el Nilo, lloran los antiguos dioses y ondean a media asta las banderas de los viejos templos tutm¨®sidas. "Mis sue?os siempre vivieron de esas tierras", escribe Terenci Moix en Terenci del Nilo. Cuando fui a visitarlo al hospital, el pasado 13 de marzo, le llev¨¦ dos cosas. Una se la entregu¨¦, un librito sobre Alejandr¨ªa. Pero la otra no me atrev¨ª: era un peque?o pote con arena del Valle de los Reyes, recogida junto a la tumba de su querido Tutankam¨®n, y me pareci¨® que Terenci pod¨ªa interpretar que se lo ofrec¨ªa porque pensaba que ¨¦l nunca volver¨ªa a pisar aquellos parajes. Ahora escribo mirando aquel min¨²sculo fragmento de la grande y hermosa tierra donde se enterraron los m¨¢s poderosos faraones, y pienso que de alguna manera Terenci, inolvidable en la memoria como los reyes dorados en sus hipogeos y que reposar¨¢ finalmente muy cerca de ellos, ha entrado a formar parte del mito que tanto ador¨® en vida.
Es bien sabido que Terenci amaba Egipto, pero la vehemencia de ese amor y la mezcolanza que hizo entre el cine y la egiptolog¨ªa, Karnak y los estudios de la Metro, Cleopatra y Claudette Colbert, ha llevado a veces a pasar por alto la profundidad de su conocimiento de la historia del antiguo pa¨ªs del Nilo.
Aquella ¨²ltima noche en el hospital, entre bromas, cava, im¨¢genes de Hollywood y dolores, se interes¨® mucho por las exitosas excavaciones espa?olas en la necr¨®polis tebana de Dra Abu el Naga, cuyo emplazamiento conoc¨ªa a la perfecci¨®n, y hablamos extensamente -sin ning¨²n prejuicio supersticioso por su parte- acerca de las teor¨ªas sobre la muerte de Tutankam¨®n, un tema que le encantaba especialmente, como todo lo referente al Imperio Nuevo, su periodo egipcio preferido junto con la Alejandr¨ªa de los l¨¢gidas.
De las siempre largas veladas egipt¨®manas con Terenci -ya no podr¨¢ ser la que quer¨ªa organizar en torno a Alexandria, why?, la trilog¨ªa f¨ªlmica de Chahine- recuerdo su insatisfacci¨®n permanente, tan pasional y a la vez tan cient¨ªfica, por esos misterios, esas sombras que seguramente nunca se despejar¨¢n de la historia del antiguo Egipto: el enigma de la tumba 55, la identidad de Smenkera, el destino de Nefertiti. "Me desespera lo poco que se sabe de Tebas", exclamaba.
Y recuerdo su relato de la aventurera visita a Tell Amarna, a las ruinas de la antigua capital del solar y hereje Akenat¨®n. Terenci evocaba los solitarios y ominosos parajes de la ciudad ca¨ªda con tono elegiaco, pero al tiempo con una precisi¨®n digna de Champollion.
Aquella noche en la penumbra del restaurante junto a su casa, entrando y saliendo del Nilo ¨¢mbar de la lamparilla como un djin, un geniecillo del desierto, Terenci conjur¨® completa la legendaria urbe de At¨®n, arranc¨¢ndola de siglos de oscuridad y devolvi¨¦ndola a la luz. Lo ha probado de sobra en sus libros: ten¨ªa ese don de revivir con grandiosidad y belleza las cosas muertas. Y la generosidad de compartirlo.
Babelia
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